Hace 60 años se proclamó el fin del gran género afroamericano
S i la queja de buena aparte de los jazzistas hoy es que los festivales de jazz en el mundo ya no son de jazz, hay que imaginar el drama en la escena de 1959, el culmen de la década que produjo la mayor proliferación de estilos, cuando alguien profirió la sentencia: “El jazz está muerto”.
¿Muerto? ¡Si en aquel año surgieron algunos de los álbumes icónicos de lo que hoy se considera repertorio clásico del género! Este año se cumplen seis décadas del Kind of blue, de Miles Davis; el Time Out, de Dave Brubeck (donde viene aquello de Take Five); el Giant Steps de John Coltrane… ¿Qué tienen que ver estos monumentos con el epitafio?
La clave la imprimió con todas sus letras un personaje desbordado de nombre Ornette Coleman, con el álbum que liberó aquel 1959: The Shape of Jazz to Come. (La forma del jazz que está por llegar). La llave de una puerta al infinito.
Fue en ese entorno que el músico Edward Bland dejó para la historia, en un documental, aquella frase lapidaria que remataba la discusión cada vez más amplia y encontrada que marcó aquellos años de posguerra en el ámbito jazzístico estadounidense.
LA CULPA ES DEL BEBOP
O de la guerra, ese caldo fatal de fertilidad: ante la dificultad financiera de mantener el imperio de las grandes orquestas, era natural que en los años 40 comenzaran a formarse ensambles más pequeños y subterráneos, en los que el concierto se prestaría a un discurso más personal y exploratorio y, por supuesto, a un mayor espacio para la improvisación.
Durante los 50, el ascenso del be bop, ese montón de ruido -lo calificó Benny Goodman en el NYT-; esa descarga desenfrenada y rompedora de individualismo, provocó una diversidad de respuestas: desde la reacción–explica Ted Gioia en su Historia del jazz-, que causó un resurgimiento del jazz tradicional identificada como trad; el cool, de tinte apaciguador, y una progresiva pluralidad de propuestas que fragmentaron la escena en pequeños círculos de adeptos al hardbop, al jazz de la Costa Oeste, el soul jazz, el jazz modal, el third stream y, finalmente, el free jazz.
“En las publicaciones de jazz, las entrevistas y reseñas se veían entonces salpicadas de polémicas y reflexiones sobre la ‘validez’ de estas diversas formas de música improvisada. La refutación más corriente, con cierta tradición desde la llegada del bop, consistía en negar que el estilo de jazz contrario fuese ‘verdadero jazz’. Durante esta época de la Guerra Fría, los aficionados al jazz se dividieron en facciones”, explica Gioia.
Esta creciente atomización quedó en discusiones de nicho que -afirma el historiador- para nada permearon en el gran público, el cual se volcaba, en medio del temor nuclear, en ídolos juveniles, la televisión, el cine en 3D, los grandes baladistas y, por supuesto, el naciente rock and roll.
El jazz fue de nuevo una subcultura. Una en la que, lo único muerto, era eso: la música que no daba de coces.
Los títulos de los grandes jazzistas de 1959 sellaron una vuelta de tuerca en la historia de la música del siglo XX.
Con información de el financiero