Un niño feliz es inquieto y ruidoso. El mayor deseo que tenemos como padres, es que nuestros hijos logren ser felices, esto es algo que nos preocupa y que tomamos como mucha responsabilidad, sobre todo cuando aún son frágiles y dependientes de nosotros
Un niño feliz puede reconocerse pues es inquieto y ruidoso, siempre explorando el mundo. En niños pequeños, el mundo imaginario es un lugar en el que los adultos no siempre podemos entrar.
Todos hemos sido niños y nosotros mismos podemos ser referentes de lo que implica ser un niño feliz. Esto no quiere decir que tenemos la formula secreta de la felicidad y que con ella podemos abrirles la puerta a todos los que nos rodean, pero cuando se trata de nuestros hijos hacemos lo mejor que podemos para poder contribuir con el bienestar físico y mental y para esto debemos de encontrar el equilibrio entre libertad y límites.
Cuando le preguntamos a un niño que significa para ellos ser felices, pues ellos responden que ser feliz es estar con mamá, papá, hermanos, ir a la escuela, tener amigos. Ellos mismos nos dan las pistas de lo que más necesitan. Y como podemos ver, son felices tan sólo con vivir dentro de una familia en la que se sientan seguros y amados.
Un niño feliz, es un niño que se siente seguro y animado. Es decir, un niño que vive en un entorno en donde tiene la certeza de que es amado. No siempre será feliz, porque para todos existen momentos de angustia, pero se sentirá confiado en el hecho de que hay mayores que estarán ahí para protegerlo.
Para un recién nacido, el mundo es nuevo y todo es motivo de miedo y angustia, pero las presencias habituales de mamá, papá y otros miembros de la familia, le brindarán la seguridad que necesita a medida que reconozca los rostros, las voces y el contacto físico. Para los bebés, la tranquilidad es felicidad.
En niños pequeños, el mundo imaginario es un lugar en el que los adultos no siempre podemos entrar. Si el hijo de nuestra amiga que tiene la misma edad que el nuestro, ya no se abraza a su muñeco favorito para dormir, no hay razón para que nosotros hagamos lo mismo, sólo porque otro lo hizo. Este objeto transicional que dejará en algún momento, le brinda seguridad. Comparar, es olvidar que cada ser humano tiene sus propios tiempos.
«El amor en todas sus manifestaciones es la cura para sanar las heridas de la infancia».
Actuando sobre los miedos
El miedo puede hacer que un niño se sienta inseguro y angustiado. Esto definitivamente va en contra de ser felices, pero no importa, porque allí está mamá o papá, para darles la mano y brindar la seguridad necesaria.
Mostremos a nuestros hijos que tomamos en serio sus miedos. Frases como “no seas tonto” o “no tengas miedo”, hacen sentir mal a los niños, porque son sentimientos que no pueden controlar. Consolémoslos, hablemos con serenidad, usemos frases amables y expliquemos que nada sucede; que estamos allí para cuidarlos. El contacto físico es importante, ya que libera oxitocina, la hormona del bienestar, así que las caricias son muy útiles.
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Cuanto más comprensivo te muestres, mejor se desarrollarán los circuitos cerebrales que van de lo emocional a lo racional, pero el apoyo y el aliento, también deben estar acompañados del ánimo necesarios para enfrentar estas situaciones. Es por eso que se aconseja no contar cuentos de horror a niños pequeños, ya que corremos el riesgo de que desarrollen miedos que no pueden asimilar.
Asumir la tarea de ser padres, es uno de los mayores desafíos a los que nos enfrentamos como adultos. No existe un manual de como ser buenos padres, como ya se mencionó anteriormente, la clave está en encontrar el equilibrio.
Nunca tenemos claro si estamos siendo demasiado severos o demasiado permisivos; demasiado indulgentes o demasiado exigentes, seguramente nos equivocaremos y otras veces acertaremos, pero de lo que podemos estar seguros, es que si amamos a nuestros hijos, el instinto nos llevará por el buen camino y encontraremos la manera de darles la seguridad, el ánimo y la felicidad que cada ser humano necesita.