La paradoja de la ciudad perfecta

Los errores de los urbanistas de Infratur, producto de la improvisación, le están pasando factura a la ciudad algunas décadas después.

Los creadores de Cancún, que ansiaban fundar una ciudad perfecta, querían construir el Palacio Municipal cerca de la playa, exactamente donde hoy se encuentra la marina de Puerto Cancún. El arquitecto Juan Meza, quien figuraba en el equipo pionero de urbanistas, recuerda el lance:

               “En los bocetos, colocamos la plaza principal frente al mar, y a los costados, un ancho malecón. Pero cuando hicimos las primeas mediciones descubrimos que esos terrenos eran inundables. Servían para una marina, no para el centro histórico. Así que tuvimos que buscar otro lugar.”

 Pero la nueva ubicación fue pésima, pues colocaron el palacio y la plaza al costado oriente de la carretera Puerto Juárez-Puerto Morelos, a la que de paso convirtieron en la principal avenida de la ciudad, la Tulum. Menos afortunado aún fue que no rectificaran el trazo de la arteria, pues nadie ha podido explicar cómo es que la Tulum tiene ocho carriles frente a la Plaza de la Reforma, que se reducen a cuatro tras cruzar la Avenida Chichén-Itzá, y que se vuelve intransitables, de sentido único, tras atravesar la López Portillo.

Más ese error, que parece elemental, estuvo muy lejos de ser el único. A la distancia, la propuesta urbanística de Infratur estuvo plagada de yerros e improvisaciones, que le están pasando una factura costosa al desarrollo de la ciudad. Un breve recuento:

  • El límite norte de la ciudad, la carretera a Mérida, quedó pegada a un ejido. Eso fue una invitación abierta al caos urbano, en un país donde las tierras ejidales se trafican sin ningún pudor, casi siempre para albergar asentamientos irregulares.
  • Sobre ambos costados de la misma carretera, pocos kilómetros al sur, se creó otro ejido, el Alfredo G. Bonfil. No era difícil predecir, como efectivamente sucedió, que la mancha urbana quedaría apresada entre núcleos agrarios, que en este caso particular se convirtieron en el primer problema ambiental, al convertirse en minas de arena a cielo abierto.
  • Nunca se contempló una vía rápida que cruzara la ciudad de norte a sur (la Bonampak ha tenido que cumplir esa función), y menos de poniente a oriente, pues las avenidas que corren en esa dirección se topan con la zona fundacional (o centro histórico), que fue diseñado para desalentar la circulación de vehículos.
  • La zona hotelera, que obviamente iba a generar un intenso tráfico, desemboca a una avenida ornamental muy hermosa, la Cobá, con un camellón amplísimo, pero con sólo dos canales de circulación. Al coincidir con el eje norte-sur, la Bonampak, es lógico que se produzcan esos embotellamientos kilométricos, dignos de una megalópolis.

Así podríamos seguir ad infinitum. Por suerte, Cancún cuenta con un organismo especializado, el Instituto de Planeación Municipal, el IMPLAN, que ha estudiado a fondo toda esta problemática y ha puesto en la mesa las soluciones idóneas. Por desgracia, nadie le hace caso al IMPLAN, ni los mismos presidentes municipales, que más bien lo ven como un estorbo  a sus constantes atropellos en cuestiones tan rentables como la densidad hotelera y los cambios de uso de suelo.

La cuestión es que la ciudad de Cancún, que fue concebida como un pueblo de apoyo para la zona hotelera, es ahora una metrópoli un tanto caótica, un poco disfuncional, un algo desorganizada y un mucho incierta, o sea, un poblado de apoyo  que, paradójicamente, requiere toda clase de apoyos.

Una crónica detallada de la transformación de Cancún se encuentra en el capítulo De pueblo a ciudad, del libro Fantasía de banqueros II, que puede solicitar sin costo al correo [email protected]