“La educación es centro de la atención mundial y objeto de consideración crítica… La educación se enfrenta a la vez con una crisis de fe y con una avalancha de esperanzas y aspiraciones a las que hay que responder en un mundo que busca solución a tantos complejos problemas”
Mc Clelland, 1996
La idea del trabajo educativo por competencias data de muchos años atrás. El concepto de competencia ya se utilizaba desde el campo de la psicología, de la lingüística y de las teorías de la comunicación. En 1957 Chomsky define el término competencia como “capacidades y disposiciones para la interpretación y la actuación”.
Posteriormente, fue “re-definido” desde la formación empresarial, tratando de adecuar su concepto a favor del interés de la empresa. A diferencia del concepto de competencia, entendida como la capacidad creativa del ser humano, la idea de competencia en el mundo empresarial está íntimamente ligada a la eficacia y la rentabilidad productiva.
Este planteamiento basado en competencias, con su sesgo empresarial, ha tenido un desarrollo interesante, emanado de las propias exigencias europeas, desde los años 70´s se ha reconocido la necesidad de hablar sobre una formación basada en competencias, el indicador que las empresas poseían en la década de los 70´s, para seleccionar a su personal eran los test de inteligencia y los exámenes de conocimiento, investigaciones realizadas en la Universidad de Harvard demostraron que la correlación entre coeficiente intelectual y el éxito profesional no era tal, sino que existían otros factores que se asociaban, como atributos personales, aptitudes y motivaciones (Mc Clelland 1996).
La Organización de las Naciones Unidas para la educación de la Ciencia y la Tecnología lanza el concepto de la visión y acción de la Educación Superior del siglo XXI, la cual manifiesta: “Educación para todos y a lo largo de la vida”, para el año 2000 llega una nueva concepción de la educación directamente de Europa, los Acuerdos de Lisboa en los que se definen “las nuevas destrezas básicas del aprendizaje a lo largo de la vida”, y es hasta el año 2002, que se propusieron los ocho campos de destrezas siguientes: la comunicación en lengua materna, la comunicación en lenguas extranjeras, las TIC, el cálculo y las competencias en matemáticas, ciencia y tecnología, el espíritu empresarial, las competencias interpersonales y cívicas, el aprender a aprender, y la cultura general.
En nuestro país el auge en el ámbito educativo, se da desde los años 90, los modelos educativos basados en competencias aparecen como respuesta a las demandas que la sociedad hace a la escuela para que forme ciudadanos y ciudadanas capaces de integrarse con éxito a la vida productiva actual y responder a sus necesidades empresariales y económicas.
No podemos obviar que la sociedad actual vive un ambiente cada vez más dinámico, cambiante y de alta competitividad, generado precisamente por el sector económico, justificado en el interés de toda organización por la obtención de resultados a través de una cultura de la gestión de la calidad.
Apostando a que los patrones tradicionales de funcionamiento que se han venido desarrollando queden cada vez más en el rezago, los cuales a todas luces ya son insuficientes, es necesario acceder a una cultura de la calidad, de la competitividad bajo estándares de calidad que avalen los procesos, que permitan obtener un producto deseable, con una mejor preparación tanto en el ámbito laboral como profesional.
Para lograr lo anterior se requiere que la tarea educativa realice cambios significativos, asumir el reto necesario de transformar prácticas pedagógicas. Hacer que el cambio se dé no es fácil, requiere de una gran inversión de tiempo, esfuerzo, labor de convencimiento, entre otras cosas; el cambio, dada su complejidad, requiere ser liderado de manera firme en los diversos niveles jerárquicos de las instituciones.
Pero además se debe pensar en una formación que le permita a las nuevas generaciones mayor competitividad, es decir, formar en competencias no es el fin último de la tarea educativa, sino la plataforma a través de la cual el alumno adquiera las habilidades suficientes para ingresar a la competitividad.
La competitividad, debe ser entendida como aquello que permite hacer la diferencia entre una persona que se forma bajo un curriculum establecido de manera formal y aquel que a través de diversos instrumentos y organismos como son las acreditaciones laborales y profesionales, permiten una mejor preparación y formación para responder a un mundo competitivo y acceder a mejores oportunidades laborales.
Lo anterior sin olvidar que la finalidad de las competencias tiene o debe tener un carácter social, deben estar definidas para la inclusión y no para servir a una parte de la población. También deben ir dirigidas a la formación integral de la persona y no sólo de una parte de ella. No pueden analizarse y evaluarse sólo a través de cada una de ellas, de forma aislada de las demás.
Las competencias deben ser una respuesta a la sociedad que existe y, también, a la sociedad que se pretende, mismas que no deben darse de forma aislada sin tener en cuenta los ámbitos para los que se pretende preparar y las condiciones en las que se desarrolla el aprendizaje: Saber, Saber Hacer y Saber Ser, o como propone Delors (Unesco, 1997) Aprender a aprender, aprender a hacer, aprender a convivir y aprender a ser.
Será la educación la que forme a los futuros profesionistas quienes se incorporarán al sector productivo; la educación acortará la distancia entre la información, la tecnología e incluso la cultura de la empresa, la competitividad y las propias de las instituciones educativas y formativas.
Bibliografía
Delors, Jacques (1994) “Los cuatro pilares de la educación” en la educación encierra un tesoro. El correo de la UNESCO, pp. 91-103
Fullan, M. con Stiegelbauer, S. (1991) The new meaning of educational change. New York: OISE PRESS/TEACHERS COLLEGE PRESS. (Traducción de Editorial Trillas, 1998)
Mc Clelland 1996) Informe Mundial Sobre la Educación (1993)