Mi relación con los antidepresivos comenzó hace más de 20 años. Por entonces, era una adolescente con ansiedad que se puso a llorar en la consulta del médico. No tenía ni idea de que los antidepresivos se convertirían en una parte tan esencial de mi vida
Pasé mucho tiempo luchando con mi necesidad de medicarme, aunque la terapia solo ayuda hasta cierto punto. Puedes ponerte entre algodones, pero a algunas personas nada les disipa tanto esa nube negra (o la dispersa un poco, al menos) como una pastilla al día.
Tomar inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) para la depresión clínica a largo plazo no fue una decisión que tomara a la ligera, y ha habido ciertos momentos en los que he tenido que dejar de tomarlos. Tal vez porque mi salud mental estaba bien y quería ver cómo iba sin medicamentos. En otras ocasiones, sucumbí al estigma y cedí a la presión (intencional o no) de la gente que declaraba con orgullo: “Sufrí depresión y la superé sin medicarme”.
Existen otros muchos motivos por los que alguien puede dejar los antidepresivos, como por no poder soportar los efectos secundarios (menor libido, dolores de cabeza, insomnio, somnolencia o simplemente no sentirse uno mismo), por considerar que no hacen efecto (hasta un tercio de la gente sufre depresión refractaria o resistente al tratamiento), o simplemente porque no pueden asumir el coste a medio plazo de los medicamentos.
Cada vez que dejaba las pastillas, acababa regresando a ellas. Al final, tras varias rondas de acierto y error, las acepté como parte de mi vida, un componente esencial de mis recursos de autocuidados. También he aprendido unas cuantas cosas que suceden cuando dejas de tomarte las pastillas.
Cada vez que dejaba las pastillas, acababa regresando a ellas. Al final, tras varias rondas de acierto y error, las acepté como parte de mi vida.
Es un aspecto de los antidepresivos del que nunca me hablaron, pese a que vi a numerosos médicos y probé distintos tipos de ISRS. Sí, aparecía en la letra pequeña de dentro del paquete de pastillas, pero la letra pequeña era lo último que se antojaba leer cuando el simple hecho de levantarme de la cama era mi Everest particular.
Lo que sucede cuando dejas de tomar antidepresivos se suele llamar síndrome de abstinencia, pero no es un término preciso, según la doctora Gail Saltz, profesora asociada de Psiquiatría del Hospital Presbiteriano de Nueva York y autora de The Power of Different.
“La abstinencia es ansiar una droga y otros síntomas físicos. Lo que te pasa a ti cuando dejas de tomar antidepresivos se conoce como síndrome de discontinuacióndebido a la pérdida repentina de serotonina o norepinefrina que te llegaba al cerebro gracias al medicamento”, me dijo.
La primera vez que dejé de tomar antidepresivos, seguí el consejo del médico. Tras seis semanas, fui reduciendo gradualmente mi dosis. Al principio, no me sentí demasiado bien, pero tampoco estaba hecha polvo. Me dolía un poco la cabeza, tenía náuseas, insomnio y nada de energía. Unas pocas semanas después de dejar de tomar el medicamento por completo, me di cuenta de que mi ansiedad se había disparado y que mis días malos eran más frecuentes de lo que habían sido en mucho tiempo. Supuse que era un periodo de ajuste, pero me equivoqué. Estaba recayendo en mi depresión.
Tres meses después, estaba de nuevo tomando medicamentos.
Resulta que algunos de los síntomas del síndrome de discontinuación (aparte de los síntomas físicos que no suelen darse con la depresión, como los mareos y otros síntomas similares a los de la gripe, como los dolores musculares, las náuseas y las sensaciones anómalas) pueden parecerse a los de una recaída. No obstante, los síntomas del síndrome de discontinuación suelen aparecer muy pronto tras dejar los medicamentos o reducir la dosis, mientras que las recaídas se dan más adelante y de modo más gradual.
También tienes más probabilidades de sufrir los síntomas del síndrome de discontinuación si has tomado determinado tipo de antidepresivos, como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina y norepinefrina (IRSN) o un ISRS con un efecto más corto, como la paroxetina o la sertralina.
La doctora Saltz señala que reducir la dosis poco a poco hace que el síndrome de discontinuación sea mucho menos frecuente, pero cada vez que he dejado de tomar mis medicamentos o he reducido las dosis, he sufrido los síntomas en cierto modo.
Y hubo una vez que lo dejé radicalmente. Nada de reducir la dosis gradualmente. En mi defensa, he de decir que fue involuntario. Me iba de viaje con mis dos hijos a Francia y había metido en la maleta todo lo que necesitábamos para unas vacaciones de dos semanas. Nuestras maletas estaban repletas de bañadores, sandalias, libros y toda clase de cosas para mantener entretenidos a los pequeños. No fue hasta que empecé a deshacer la maleta, a 2000 kilómetros de casa, cuando me di cuenta de que faltaba algo fundamental en mi neceser.
Cada vez que he dejado de tomar mis medicamentos o he reducido las dosis, he sufrido en cierto modo los síntomas del síndrome de discontinuación.
Quizás pienses que todo es más sencillo cuando estás fuera del trabajo y hace un sol resplandeciente, pero no es el caso si dejas de tomar antidepresivos repentinamente. Y no había nada que pudiera hacer aparte de seguir adelante.
La siguiente semana fue un borrón. Recuerdo unos sueños disparatados, mi sensación de desesperación, temor, paranoia, ansiedad, temblores, mareos y la sensación más extraña que he sentido en mi vida. Los llamo “escalofríos cerebrales”, como pequeñas descargas eléctricas en el cerebro. Ya los había sufrido en menor medida durante los periodos previos (planificados) de reducción gradual de la dosis, pero en esta ocasión fueron tan constantes como el sol en la Costa Azul a mediodía.
Al parecer, surgen por cambios abruptos en el nivel de neurotransmisores (mensajeros químicos que se unen a los receptores de las células nerviosas) del cerebro y por lo general no son peligrosos, pero son incómodos de narices.
Llegué a casa sintiendo como si hubiera retrocedido todo lo que había avanzado con los medicamentos; había dado un enorme paso hacia atrás. Estaba de vuelta en el punto de partida.
Aprendí una lección importante gracias a ese viaje. Desde entonces, no me he vuelto a olvidar de los medicamentos.
Esto es lo más importante que sé sobre dejar los antidepresivos: es un proceso complejo y afecta a cada persona de manera diferente. Depende de ti cuándo dejar de tomarlos (si es que quieres dejarlos), pero no lo hagas nunca sin consultarlo con tu médico. Por mi experiencia, reducir la dosis gradualmente lo hace llevadero, pero dejar de tomarlos de repente no va a funcionar. No dejes los antidepresivos a no ser que tengas la certeza de que tu salud mental está bien, que funcionas bien y que tienes las herramientas y el sistema de apoyo que necesitas para lidiar con cualquier pensamiento negativo que pueda surgir. No es buena idea dejar los antidepresivos si tienes estrés, si atraviesas un cambio importante en la vida o si solo lo haces para contentar a otras personas (prueba mejor a alejar a esas personas y no a los medicamentos).
Debes conocer también la diferencia entre el síndrome de discontinuación y una recaída. Intenta tener la mente abierta, sea cual sea el camino que elijas. Algunas personas solo necesitan antidepresivos durante unos meses, mientras que otras tienen que tomarlos durante varios años.
Y, finalmente, acuérdate siempre de meter las pastillas en la maleta antes de irte de vacaciones.
Con información de Huffpost