La manera cómo se manejó el divorcio de los padres, la edad y la importancia que tuvieron los hijos dentro de ese proceso determinará, en gran medida, el nivel en que éstos fueron afectados
Los Hijos del Divorcio. Cuando el conflicto es intenso, se involucra a los hijos a los cuales se les considera aliados o enemigos de uno u otro cónyuge y son utilizados como armamento para la agresión. La situación es destructiva para todos los involucrados, especialmente para los hijos.
Los artículos que revisé coinciden: el divorcio de los padres genera importantes daños en los hijos. Quisiera abordar el tema desde mi experiencia clínica; la cual, al trabajar con adultos, reflejará las consecuencias que la ruptura de la pareja parental en la infancia tiene para la vida adulta.
La manera cómo se manejó el divorcio de los padres, la edad y la importancia que tuvieron los hijos dentro de ese proceso determinará, en gran medida, el nivel en que éstos fueron afectados. Las variables que intervienen son múltiples y resulta imposible incluirlas todas. Mencionaré algunas de las más importantes.
Cuando el bienestar de los hijos está por encima de las diferencias entre los padres, éstos buscarán medidas para resolver sus conflictos y continuar con el matrimonio.
Si, a pesar de intentar salvarlo, esto no es posible, los términos del divorcio favorecerán a los hijos, estableciendo y cumpliendo los padres los acuerdos a los que lleguen.
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Estos convenios normalmente estipulan cuál de los dos tendrá la custodia y con quien pasarán periodos vacacionales, pero dejarán en libertad a los hijos para que vean a sus progenitores cuando lo deseen.
También determinan el apoyo económico necesario para que los hijos no sufran un cambio drástico de posición social; situación muy frecuente cuando los niños se quedan con la madre y la ‘pensión alimenticia’ es mínima y/o el padre no cumple con lo económicamente pactado.
También estarán conscientes que lo que terminaron fue el vínculo conyugal pero que el parental continúa. Al tener presente la continuidad del vínculo parental, tomarán conjuntamente las decisiones que afecten a los hijos, los ayudarán en los momentos de crisis y estarán juntos en los sucesos familiares importantes.
Esta es la situación ideal que desgraciadamente pocas veces ocurre.
Habitualmente, la situación conyugal y familiar previa a la decisión del divorcio se caracteriza por agresión, insultos, lucha por el poder, posibles infidelidades de uno u otro cónyuge, probable alcoholismo o drogadicción, en uno u ambos, alejamiento afectivo con una transformación del amor en odio o la presencia de ambas emociones en alternancia.
La situación arriba descrita es destructiva para todos los involucrados, especialmente para los hijos. En estos casos el divorcio puede verse como la solución; sin embargo, la mayoría de las veces el conflicto no termina ahí y continúa aún después de finiquitada legalmente la relación.
Cuando el conflicto es intenso involucran a los hijos a los que se les considera aliados o enemigos de uno u otro cónyuge y son utilizados como armamento para la agresión.
El vástago visto como enemigo es repudiado y atacado. Muchas veces se le envía ‘como castigo’, a vivir con el otro progenitor. Es asimismo a través de los hijos que se chantajea al esposo o esposa.
El bienestar de la progenie y el derecho que tienen a ser cuidados y queridos queda en el olvido. Lo único que importa es cuál de los dos cónyuges o ex cónyuges puede más que el otro.
Los hijos también toman partido por uno u otro progenitor, el cuál devaluará y denigrará al otro para quedar bien ante los ojos del hijo/a sin importar el daño emocional que les cause pues los hijos aman tanto a la madre como al padre y sienten que les son desleales al hacer causa común con alguno de ellos.
En este tipo de divorcios los niños quedan abandonados a su suerte, tienen que resolver sus propios problemas pues no existe un apoyo parental. Es frecuente que se involucren en el uso de alcohol, drogas, y promiscuidad sexual.
Al establecer los padres una nueva familia los hijos sienten que no tienen un lugar propio y se crea un conflicto de lealtades entre el nuevo esposo/a de mamá o papá y el propio progenitor. Este tipo de situaciones tiene muchas repercusiones en la vida adulta.
Entre ellas podemos mencionar una necesidad de controlar aún de cosas más insignificantes, que cuando no se logra genera una intensa angustia.
En este caso el recuerdo (generalmente inconsciente) de que la decisión que más afectó su vida cuando eran niños fue tomada sin su parecer, fundamenta el patrón antes mencionado.
El divorcio también crea una gran dificultad para establecer relaciones estables y profundas ya que se cierne sobre ellas el temor a una nueva pérdida de un ser querido. Es preferible tener relaciones sexuales superficiales, a una relación íntima y duradera.
Los adultos jóvenes prefieren vivir en unión libre antes que casarse lo que les facilitará dejar a la pareja cuando surjan dificultades. Podríamos pensar en un modelo de ‘parejas desechables’.
Es frecuente que no quieran tener hijos pues no desean que vivan lo que ellos experimentaron. La búsqueda de amor a través de las relaciones sexuales lleva a embarazos en la adolescencia, muchos de los cuales, al no tener un apoyo de los padres, terminan en abortos que también dejan cicatrices emocionales profundas.
En otros casos se convierten en madres adolescentes que desean encontrar en el hijo el afecto y dedicación materno-paterna que no tuvieron de niñas y esperan que el hijo/a llene el vacío; pero, al no estar emocionalmente capacitadas para la maternidad, siguen perpetuando una cadena de hogares uniparentales.
La carencia de una familia estable favorece el desarrollo de sentimientos de inseguridad, minusvalía, culpa, y una sensación de no ser queribles. Estos sentimientos muchas veces se ocultan y enmascaran tras una conducta caracterizada por una seguridad excesiva, incapacidad de aceptar el cometer errores y por la devaluación y desprecio hacia los demás.