Por lo general, se habla más de los hombres controladores que de mujeres, Pero lo cierto es que así como hay hombres que controlan cada paso de la vida de sus parejas, también hay mujeres que lo hacen
En el comienzo de las relaciones, a veces durante los primeros años, cuando se comienza a sacrificar la independencia, la privacidad, el derecho a un espacio propio la pareja puede percibirlo como un gesto romántico, se tiene una pareja protectora, guardián en el amor y la vida. Le importas tanto que quiere saberlo absolutamente todo de ti.
Pero con el tiempo, esos románticos gestos se vuelven en contra, mellando de la privacidad, tiempo y espacio personal, provocando estrés por cosas que debieran ser sencillas y normales, como hablar con amigos o visitar a la familia. El hombre que se ve controlado, con quien va, cuánto va a tardar, cuánto va a gastar, en qué. Etc. Al final, incluso para algo tan sencillo y lógico como visitar a su madre, tiene que encontrar el modo de hacerlo sin que su esposa se entere.
La mujer controladora, que controla y confisca hasta los gestos de su pareja, sin darse cuenta, está dejando sus energías en preocuparse de lo que él hará cuando no está con ella.
En una relación controladora los dos sufren.
Por una parte está el hombre que sufre de saber que sus pasos son controlados, de saber que su pareja hasta pretende “adivinar” sus pensamientos y motivaciones, que se inventa fantasmas y trata de descubrir lo que no existe. Sin embargo, el hombre sigue con ella por amor, por los hijos, por falta de valor, por miedo a la soledad, etc y se calla aceptando todo sin quejarse por vergüenza o por temor a las discusiones.
Por otra parte está la mujer, que ocupa gran parte de su tiempo en controlar cómo, dónde, porqué, con quién, cuándo, etcétera. Se ocupa tanto de controlar a su pareja, que se olvida hasta de sí misma, se descuida de su persona, porque toda su atención está puesta en lo que hace su pareja, en el color de camisa y hasta en lo que come. Controla el momento adecuado para revisar su teléfono, espera que no visite a su familia sin ella, y si lo hace a sus espaldas y se entera, los reclamos no se dejan esperar.
El motivo de tanto control, es principalmente, con el objetivo de proteger y no perder la valiosa relación que se tiene. Pero sin embargo, acaba teniendo el resultado contrario.
Se controla por temor a perder lo que se tiene, para evitar la infidelidad, la separación, y a quedar sola.
Este temor es lo que motiva la sed de poder y control absoluto. El miedo y el sentimiento de inseguridad son los grandes enemigos que convierten a este tipo de personas en eternas insatisfechas. Suelen ser infelices y se obligan a aspirar a la perfección, lo que les resulta realmente imposible de conseguir teniendo en cuenta el grado de exigencia que se imponen. Este miedo es el que las lleva a una vida estrictamente organizada. Son personas violentas que complican la existencia de todos los que están a su alrededor.
El hombre al igual que muchas mujeres controladas, un día despierta y busca su libertad y no es que esté deseando ser libre para estar con otra, sino simplemente que necesita sentirse libre de vivir bajo el control de quien no aprecia todo lo bueno que hace por ella, que sólo resalta los errores, todo lo considera malo, o todo lo malinterpreta, que siempre desconfía. Es estresante, pueden ser meses o años, pero al final, por mucho que el hombre ame a su mujer, acabará rebelándose porque donde no hay confianza real y efectiva, no se vive en paz.
No es sano ni natural vivir dando cuentas por cada acción. Ni lo es no disponer de momentos de privacidad, no poder pasear a solas, no poder cerrar la puerta del baño, no poder escribir nada en el celular sin leérselo a su mujer, no poder tomar un café con un amigo si no está ella presente, no poder hacer nada sin ella. No es sano vivir así, incluso teniendo que justificarse por querer ver, visitar, o llamar a su familia.
Muchos hombres ceden al control de su pareja por amor a ella, con un “no me importa, querida”, “tenemos tanta confianza que no escondemos nada”, pero al final, tarde o temprano, lo lógico es que el hombre controlado acabe estallando y rebelándose.
Una mujer controladora, en su afán de tenerlo todo controlado por el bien de la relación, en realidad acabará dañando y perjudicando su relación.
Las mujeres que sufren este trastorno deben abandonar sus constantes mecanismos de defensa y abrirse a los demás, confiar en si mismas y en su pareja y comportarse con más soltura y espontaneidad. Este aprendizaje pasa por la recuperación de la confianza en ellas mismas y por la lucha contra ese excesivo temor que las consume y controla. Hay que saber tomar distancia y relajarse de vez en cuando.
La relación se puede salvar.
Uno de los dos tiene que dar el primer paso para la liberación, lo que no necesariamente implica liberarse el uno del otro. Estando a tiempo, podrán darse cuenta de sus errores y corregirlos. Una mujer segura ama y da libertad.
Si el control ya lleva demasiado tiempo y ha llegado a puntos extremos es importante que juntos asistan a terapia psicológica para empezar a disfrutar de la vida al máximo. En cuanto den este paso empezarán a ver la vida diferente y salvaran su relación.