Desarrollo Humano

Nuestro mundo según el idioma que hablamos

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En el mundo se hablan cerca de 7.000 idiomas distintos. ¿Significa eso que hay 7.000 formas diferentes de apreciar una misma cosa?

En algunos idiomas aborígenes de Australia no existen palabras para “izquierda”, “derecha”, “delante” o “detrás”.

En su lugar, los hablantes nativos de esas lenguas utilizan el equivalente a “norte”, “sur”, “este” y “oeste”, incluso en situaciones rutinarias, como en una cena: “Por favor, pasa la sal al este”.

Puede parecer complicado, pero resulta que estas personas, en general, tienen un mejor sentido de la orientación.

¿Quiere esto decir que la “realidad” se siente diferente de acuerdo al idioma que hablas?

Nombrar un color

La lengua nos sirve para “organizar un mundo de otra forma caótico en categorías identificables”.

“Nos proporciona etiquetas confeccionadas”.

La forma en que los idiomas dividen el mundo también influye en la forma en que lo vemos.

Por ejemplo, la palabra “puente” puede ser masculina o femenina dependiendo de la lengua en que se hable. Como resultado, las personas pueden reconocer distintos atributos a la hora de describir un puente.

Su utilidad o poder puede ser asociado más a lo femenino, mientras que su fortaleza y tamaño más vinculado a lo masculino.

Por poner otro ejemplo de cómo los idiomas afectan nuestro pensamiento, sobre un experimento que implica nombrar un color en alguna escala entre el azul y el verde.

“En varias lenguas hay términos para nombrar conjuntamente al azul y verde. Esto se encuentra en idiomas como el himba, hablado por tribus en Namibia“.

En un experimento, pedimos a los participantes que mirasen un azulejo y después de 30 segundos les mostramos una gama completa de colores. Les dijimos que escogieran justo el que habían visto en el azulejo. Sería difícil para un hablante del inglés, pero los himba lo hacen como si fuese un juego de niños porque ese color es importante para ellos”.

Por lo tanto, uno simplemente no puede reconocer fácilmente colores que no están codificados en nuestro idioma nativo”.

Encontrándole sentido al mundo

La idea de que los idiomas condicionan la forma en que percibimos la realidad ha experimentado altibajos en popularidad durante los años.

Uno de sus máximos defensores fue el lingüista estadounidense Benjamin Lee Whorf, quien en 1940 publicó las conclusiones de sus estudios sobre una lengua nativa estadounidense llamada hopi.

Whorf eligió este idioma porque los hablantes nativos del hopi y el inglés tenían distintas formas de concebir y expresar conceptos como el tiempo, “no eran observadores iguales del mundo”.

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Esto fue llamado el principio de relatividad lingüística.

Pero la teoría de Whorf fue criticada por insinuar que los hablantes nativos de un idioma no serían capaces de entender conceptos que no existen en ese idioma.

Sin embargo, otros argumentaron que de ser eso cierto, ¿cómo alguien sería capaz de aprender algo nuevo?

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Diferentes teorías

Pero existen formas en la que los idiomas fuerzan a sus hablantes a estructurar y verbalizar sus ideas, según Christopher Hart, profesor de lingüística en la Universidad de Lancaster en Reino Unido.

La estructura de un idioma fuerza nuestra atención sobre ciertos aspectos de la realidad relevantes para un idioma en el momento en que se habla.

Esta idea es llamada pensar-para-hablar, que significa que hablantes de diferentes idiomas piensan distinto, mientras preparan mentalmente el contenido del discurso.

El idioma inglés requiere usar el tiempo adecuado (en este caso, el pasado), mientras que en indonesio no hay que cambiar el verbo para señalar el tiempo.

En ruso, se cambiaría el verbo para indicar tanto el tiempo como el género (especificar si se trataba de George Bush o su esposa Laura la que leyó el libro) e incluir información sobre si el libro fue leído parcial o completamente.

En turco, se tendría que indicar en el verbo cómo se obtuvo esa información: si se presenció o si fue contada por una tercera persona.

Obviamente es posible que todos pensemos de la misma manera pero que lo hablemos de forma distinta.

Boroditsky afirma que va más allá de usar un vocabulario diferente. Los diferentes idiomas requieren que recolectemos la información adecuada para incluirla en lo que decimos.

Poniendo los pensamientos en orden

Kuuk thaayorre es la lengua hablada en la pequeña comunidad aborigen de Pormpuraaw, en el norte de Australia, que no cuenta con palabras para “izquierda” o “derecha” o para la pregunta común: “¿Dónde vas?”.

De acuerdo a Boroditsky, eso puede ser un problema para los hablantes no nativos.

“La respuesta sería algo como ‘sur-sudeste, a media distancia’. Si no conoces tu orientación, es difícil pasar del ‘hola'”, escribió Boroditsky.

Todos pueden entrenarse hasta ser tan orientados en el espacio como los hablantes kuuk thaayorre, pero su idioma les obliga a prestar más atención a este aspecto particular de la realidad.

Boroditsky halló que estas características también tienen implicaciones en la forma en que los kuuk thaayorre piensan acerca del tiempo.

Su equipo les dio fotos mostrando una progresión temporal, por ejemplo: un hombre envejeciendo o una banana siendo comida. Luego se les pidió que las organizaran en orden cronológico.

Los hablantes del inglés las organizarían de izquierda a derecha, los hebreos de derecha a izquierda. En ambos casos siguiendo la forma en la que escriben en sus idiomas.

Sin embargo, los kuuk thaayorre, dice Boroditsky, las organizaban de este a oeste. En el experimento, esto sucedió así incluso cuando no se les dijo su orientación.

Debido a que el lenguaje les forzó a entrenarse en ello, pueden ejecutar proezas de navegación imposibles para la mayoría de los humanos.

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Visualizando el tiempo

Así que la próxima vez que hables con alguien que nació y se crió con un idioma diferente al tuyo, recuerda que las percepciones pueden ser ligeramente distintas, incluso si se trata de cosas que consideramos universales, como el paso del tiempo.

De hecho, los hablantes del inglés tienden a ver el tiempo como algo “por pasar” que sitúan “detrás”. Mientras, los que hablan mandarín pueden situarlo al frente, atrás, encima o debajo.

A pesar de que muchos idiomas difieren, el profesor Athanasopoulos dice que esto no debe frenar que nos comuniquemos con personas de distinto origen.

“De hecho hay una muy buena otra razón para aprender un idioma… ganar otra perspectiva del mundo”, explica.

El profesor reitera que, de hecho, nuestras diferencias pueden unirnos.

La diversidad está en el corazón de la naturaleza humana y probablemente es la primera verdad universal de la humanidad”, concluye el profesor.

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Revista Gente Q.Roo

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