Hay tantas cosas que hacer en un solo día que, a veces, descuidamos ciertos aspectos importantes. A menudo, equilibrar la rutina entre la familia y el trabajo no suele ser sencillo, sobre todo, si tenemos en cuenta la lista pendiente de exigencias con la que cargamos a diario.
Se trata de un asunto que parece complicado. A veces, las jornadas de trabajo se alargan más de lo que deberían, los períodos de vacaciones no son lo suficientemente extensos o, incluso, hay que recurrir a más de un trabajo para tener una adecuada solvencia económica.
Para comenzar, es importante aprovechar el momento presente. Se trata de no quedarnos anclados en el pasado a la hora de plantearnos cosas, porque eso nos lleva a sentirnos agobiados al alimentar pensamientos negativos del tipo “¿Y si hubiera hecho…?”, “¿por qué no hice…? “, etc.
Se trata también de no anclarnos a expectativas, es decir, de evitar pensar en todo lo que puede ocurrir más adelante. De lo contrario, podemos crear el escenario adecuado para que la ansiedad y la frustración salgan a flote. Lo mejor de todo es que, en realidad, no sabemos lo que va a pasar, por lo tanto, ¿para qué preocuparnos?
Vivir el momento presente es vivir el “aquí y el ahora”, es aprovechar lo que sucede en cada instante, segundo a segundo. Es disfrutar de nuestros hijos si estamos con ellos, de nuestra pareja o del paseo en familia, pero también de las obligaciones del trabajo en nuestro horario laboral.
Ahora bien, pensar en el trabajo mientras jugamos con nuestros hijos es pasado o futuro, pero no presente.
Es robar tiempo a nuestra vida familiar por asuntos laborales que en ese momento difícilmente podremos resolver. Así, vivir el momento presente nos ayuda a compaginar la vida familiar con la laboral.
A veces, nos creemos omnipotentes y cargamos de todo en nuestros hombros y espalda. Sin darnos cuenta, nos imponemos nuestra propia condena y con el paso del tiempo, nos sentimos agobiados porque no podemos con todo.
El problema es que la frustración crece y en ocasiones explotamos a nivel emocional. Esta situación podemos prevenirla. Para ello, debemos aprender a delegar, a otorgar labores a otros para hacernos la vida más sencilla. Ahora bien, no se trata de quitarnos todas las responsabilidades de encima, sino de no ponernos más de las que podemos asumir.
Crear rutinas.
Las rutinas pueden parecer aburridas de establecer, todas tienen algo agradable: ¡nos ayudan a organizar nuestro tiempo! Gracias a ello, será más fácil conciliar la vida laboral y familiar.
Por otro lado, asignar prioridades también puede ser útil. Para ello, es recomendable preguntarse qué es necesario hacer y eliminar aquello que consuma mucha energía y que no nos haga felices, siempre y cuando, sea posible.
Gestionar nuestras emociones es vital para compatibilizar la vida familiar y laboral. No dejarnos llevar por nuestros impulsos e identificar cómo nos sentimos es clave para nuestras relaciones. Porque, a menudo, no es cómo nos sentimos lo que determina nuestro bienestar, sino qué hacemos con nuestras emociones, cómo respondemos a lo que nos sucede.
Si crees que hay un desequilibrio en tu vida laboral y familia acude a terapia psicológica para que puedas hacer un balance entre estas dos situaciones tan importantes en la vida.