John Douglas trabajó durante 25 años para el Buró Federal de Investigaciones de Estados Unidos (FBI, por sus siglas en inglés). Pero no es un exagente más: es uno de los máximos expertos en el mundo en asesinos seriales.
De hecho, él y sus colegas inventaron ese término en los años setenta para describir a aquellos individuos que habían asesinado a al menos tres personas, con cierta periodicidad entre cada asesinato y con la motivación de lograr una gratificación psicológica.
Douglas fue un pionero en el uso de la perfilación criminal: la elaboración de perfiles criminológicos de delincuentes peligrosos.
Fue él quien tuvo la idea de sentarse y analizar la historia, el comportamiento y la psicología de los asesinos. Y también de examinar las escenas del crimen y buscar patrones y detalles, todo para intentar comprender por qué estas personas hicieron lo que hicieron, y cómo lo logaron.
Entrevistó a decenas de asesinos en serie, entre ellos algunos de los más famosos como Ted Bundy, Charles Manson y John Wayne Gacy (alias “El payaso asesino“), y hoy puede recitar de memoria los detalles de muchos de los homicidios más espeluznantes de la historia reciente de EE.UU..
Esto ha convertido a este hombre de 73 años en una especie de base de datos humana del crimen. Y también en la inspiración detrás de películas como “El silencio de los inocentes” y series como “Mindhunter”.
“No creo que exista el mal, que estas personas nazcan con un gen de la maldad, una especie de gen asesino”, señaló Douglas en una entrevista con la periodista Andrea Kennedy del programa “Outlook”, del Servicio Mundial de la BBC.
“Creo que estas personas se hacen malvadas y son llevadas a hacer estos crímenes que ciertamente son malignos”, opinó el autor de varios libros, entre ellos The killer across the table (“El asesino del otro lado de la mesa”), que acaba de publicarse.
Reclutado
Este experto en mentes criminales no nació queriendo ser detective del FBI.
“Cuando era chico quería ser veterinario“, confesó. De hecho, arrancó la carrera de veterinaria, pero debió interrumpir sus estudios universitarios cuando fue reclutado para servir en la Fuerza Aérea, durante la época de la guerra de Vietnam.
Fue durante este período que un agente del FBI se le acercó para preguntarle si estaba interesado en unirse a esa fuerza. Douglas, quien en esa época era un estudiante pobre, se vio atraído por las posibilidades económicas que ofrecía esta nueva oportunidad.
En la década de 1970 comenzó su carrera en Detroit. Ya en ese época se distinguía por el detalle con el que interrogaba a los sospechosos que detenía.
Eventualmente Douglas empezó a trabajar para la unidad de ciencia del comportamiento del FBI, un departamento relativamente nuevo dedicado a entender la psicología de los criminales.
Tenía 32 años y sentía que sabía mucho menos sobre la mente de los criminales que muchos de sus colegas que habían entrevistado a algunos de los asesinos más famosos de la época.
Fue entonces que tuvo la idea de visitar a todos estos criminales y entrevistarlos él mismo.
Junto con su compañero Robert Ressler fue a la prisión de San Quentin, en California, a hablar con Edmund Kemper, un hombre de más de 2 metros de altura y 130 kilos de peso que había asesinado a su madre, sus abuelos y a siete mujeres, seis de ellas estudiantes universitarias.
Douglas y Ressler no tenían un plan. Simplemente usaron su instinto.
Hablando con Kemper, Douglas descubrió que odiaba profundamente a su madre, quien lo encerraba en el sótano de niño. Allí degollaba y descuartizaba los muñecos de su hermana, a quien también odiaba porque era el centro de atención de su madre.
“Más tarde hizo eso mismo con sus víctimas”, contó el exagente, quien consideró que los crímenes de Kemper “eran predecibles”.
Experto interrogador
Douglas estaba convencido de que estudiar a asesinos como él podía aportar información valiosa para entender la mente criminal. Junto con Ressler viajaron por todo el país entrevistando a los criminales más violentos.
No todos los entrevistados estaban tan abiertos al diálogo como Kemper, peroDouglas desarrolló técnicas para hacerlos revelar sus secretos, entre ellas responder preguntas sobre su propia vida privada y no reaccionar ante las revelaciones que oía, incluso las más grotescas, como el asesinato de niños.
“Creaba una empatía falsa con ellos“, señaló el experto.
También empezó a utilizar ciertos “trucos”, como colocar su silla a una altura menor que la de su interlocutor para que ellos se sintieran en una posición de dominio (algo que le funcionó muy bien con Manson, de poca estatura).
Y se aseguraba de que los criminales pudieran mirar hacia una ventana o puerta, de manera tal que tuvieran para donde desviar la vista si algún tema los incomodaba.
Douglas se dio cuenta de que grabar las conversaciones inhibía a sus interlocutores así que dejó de llevar una grabadora y empezó a transcribir las conversaciones de memoria.
A pesar de que los hombres con los que hablaba habían asesinado a sangre fría, asegura que él no sentía temor.
“Incluso los peores asesinos en el fondo son predadores, son cobardes, buscan a los más débiles, a personas que son vulnerables, susceptibles: los más ancianos, los más jóvenes, las trabajadoras sexuales, las personas que se fugaron de la casa”, observa.
Sin embargo, reconoce que a su familia le preocupa la posibilidad de que alguno de estos asesinos recobre la libertad y los busque a ellos o a Douglas.
Patrones
Eventualmente, Douglas empezó a reconocer ciertos patrones en las historias de vida que escuchaba.
Todos los asesinos habían sufrido abusos y abandono en su infancia, en particular de mano de sus madres.
La mayoría había sido o un bully (acosador) o una víctima de acoso. Muchos habían cometido algún crimen de índole sexual, lo que les daba una sensación de poder.
Y todos eran narcisistas y manipuladores.
Otro importante indicio que tenían en común era la crueldad hacia los animales.
“El maltrato animal es un buen indicador”, resaltó el exagente. “Si alguien es despiadado con un animal indefenso no te sorprendas de lo que podría pasar en el futuro”.
La relación de confianza que establecía Douglas con los asesinos hacía que le contaran detalles sobre sus crímenes que nunca antes habían revelado. Eso permitió reforzar las penas de algunos de ellos, que de otra forma podían haber salido libres.
Un ejemplo es el de Joseph McGowan, un maestro de escuela que había asesinado a una niña de siete años que le tocó la puerta para venderle galletas.
En 1998 McGowan estaba a punto de salir en libertad condicional hasta que Douglas habló con él y determinó que si saliera volvería a asesinar.
El experto considera que casi ninguno de los asesinos con los que habló podría ser rehabilitado. Para él, nunca fueron “habilitados” en primer lugar.
Desgaste
Lo más duro de su trabajo, contó, eran las preguntas que le hacían los familiares de las víctimas.
“Querían saber si su ser amada había sufrido dolor, si había luchado, si fue atacada sexualmente”, recordó. “Si no les dabas los detalles se enojaban contigo”.
Su trabajo fue impactando su vida personal. Y cada vez trabaja más, porque otros colegas le pedían que colaborara con sus casos.
“Empecé con 59 casos en mi primer año pero para cuando me retiré del FBI estaba trabajando en más de 1.000 casos al año”, reveló.
Cada vez que aparecían víctimas de asesinatos que podían estar conectados, Douglas era consultado para que creara un perfil criminal del posible asesino en serie.
Él inspeccionaba las escenas del crimen y analizaba a las víctimas y la forma en la que fueron asesinadas para crear una especie de imagen del criminal: su probable edad, su raza y sus posibles antecedentes.
Esto ayudaba a la policía a encontrar al culpable.
En 1981 aportó información clave para lograr el arresto de Wayne Williams, un joven que por dos años había aterrorizado a la población de Atlanta, en Georgia, al asesinar a niños.
Un año después trabajaba en un famoso caso conocido como el del “asesino del Río Verde” —un hombre sospechoso de haber asesinado a al menos 13 mujeres cerca de Seattle— cuando sufrió un colapso emocional.
Empezó a sufrir ataques de pánico. Un día empezó a sentir un fuerte dolor de cabeza. Lo terminaron internando en terapia intensiva. Tenía encefalitis, una inflamación cerebral que lo dejó en coma.
Recuperó la conciencia cinco días más tarde, pero su cuerpo estaba paralizado. Tardó cinco meses en recuperarse.
“Un psicólogo me dijo que estaba sufriendo de estrés postraumático“, señaló. No obstante, volvió a trabajar con el FBI.
Fue recién en 1995, cuando cumplió 50 años, que decidió retirarse. “Simplemente era demasiado“, confesó.
Ese mismo año Douglas publicó su libro Mindhunter (“Cazador de cerebros”), que fue un éxito y luego inspiraría la serie en Netflix. También se ha dedicado a dar charlas sobre su experiencia.
Pero aunque ya no es agente, reconoce que toda la espeluznante información que recopiló a lo largo de su vida laboral aún le pesa.
“No importa lo que haga, no puedo salir de mi mente. Vive conmigo“.
Con información de BBC