La narradora y ensayista mexicana Elena Poniatowska recibió el Premio Cervantes por su larga trayectoria literaria y dedicación periodística. Se convierte así, en la cuarta mujer ganadora del máximo galardón de las letras en español. Gente Q.Roo rinde un breve homenaje la creadora de un mundo de ficción, relacionado siempre con los acontecimientos, movimientos sociales y personajes del México contemporáneo.
“Mi madre nunca supo qué país me había regalado cuando llegamos a México, en 1942, en el “Marqués de Comillas”, el barco con el que Gilberto Bosques salvó la vida de tantos republicanos que se refugiaron en México durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas. Mi familia siempre fue de pasajeros en tren: italianos que terminan en Polonia, mexicanos que viven en Francia, norteamericanas que se mudan a Europa. Mi hermana Kitzia y yo fuimos niñas francesas con un apellido polaco. Llegamos “a la inmensa vida de México” —como diría José Emilio Pacheco—, al pueblo del sol. Desde entonces vivimos transfiguradas y nos envuelve entre otras encantaciones, la ilusión de convertir fondas en castillos con rejas doradas.
“Las certezas de Francia y su afán por tener siempre la razón palidecieron al lado de la humildad de los mexicanos más pobres. Descalzos, caminaban bajo su sombrero o su rebozo. Se escondían para que no se les viera la vergüenza en los ojos. Al servicio de los blancos, sus voces eran dulces y cantaban al preguntar: “¿No le molestaría enseñarme cómo quiere que le sirva?” Aprendí el español en la calle, con los gritos de los pregoneros y con unas rondas que siempre se referían a la muerte”.
“Recuerdo mi asombro cuando oí por primera vez la palabra “gracias” y pensé que su sonido era más profundo que el “merci” francés. También me intrigó ver en un mapa de México varios espacios pintados de amarillo marcados con el letrero: “Zona por descubrir”. En Francia, los jardines son un pañuelo, todo está cultivado y al alcance de la mano. Este enorme país temible y secreto llamado México, en el que Francia cabía tres veces, se extendía moreno y descalzo frente a mi hermana y a mí y nos desafiaba: “Descúbranme”. El idioma era la llave para entrar al mundo indio, el mismo mundo del que habló Octavio Paz, aquí en Alcalá de Henares en 1981, cuando dijo que sin el mundo indio no seríamos lo que somos. ¿Cómo iba yo a transitar de la palabra París a la palabra Parangaricutirimicuaro? Me gustó poder pronunciar Xochitlquetzal, Nezahualcóyotl o Cuauhtémoc y me pregunté si los conquistadores se habían dado cuenta quiénes eran sus conquistados”.
“La última pintora surrealista, Leonora Carrington pudo escoger vivir en Nueva York al lado de Max Ernst y el círculo de Peggy Guggenheim pero, sin saber español, prefirió venir a México con el poeta Renato Leduc, autor de un soneto sobre el tiempo que pienso decirles más tarde si me da la vida para tanto”.
“Lo que se aprende de niña permanece indeleble en la conciencia y fui del castellano colonizador al mundo esplendoroso que encontraron los conquistadores. Antes de que los Estados Unidos pretendieran tragarse a todo el continente, la resistencia indígena alzó escudos de oro y penachos de plumas de quetzal y los levantó muy alto cuando las mujeres de Chiapas, antes humilladas y furtivas, declararon en 1994 que querían escoger ellas a su hombre, mirarlo a los ojos, tener los hijos que deseaban y no ser cambiadas por una garrafa de alcohol. Deseaban tener los mismos derechos que los hombres”.
“¿Quien anda ahí?” “Nadie”, consignó Octavio Paz en “El laberinto de la soledad”. Muchos mexicanos se ningunean. “No hay nadie” —contesta la sirvienta. “¿Y tú quien eres?” “No, pues nadie”. No lo dicen para hacerse menos ni por esconderse sino porque es parte de su naturaleza. Tampoco la naturaleza dice lo que es ni se explica a sí misma, simplemente estalla. Durante el terremoto de 1985, muchos jóvenes punk de esos que se pintan los ojos de negro y el pelo de rojo, con chalecos y brazaletes cubiertos de estoperoles y clavos arribaban a los lugares siniestrados, edificios convertidos en sándwich, y pasaban la noche entera con picos y palas para sacar escombros que después acarreaban en cubetas y carretillas. A las cinco de la mañana, ya cuando se iban, les pregunté por su nombre y uno de ellos me respondió: “Pues póngame nomás Juan”, no sólo porque no quería singularizarse o temiera el rechazo sino porque al igual que millones de pobres, su silencio es también un silencio de siglos de olvido y de marginación”.
“El novelista José Agustín declaró al regresar de una universidad norteamericana: “Allá, creen que soy un limpiabotas venido a más”. Habría sido mejor que dijera “un limpiabotas venido a menos”. Todos somos venidos a menos, todos menesterosos, en reconocerlo está nuestra fuerza. Muchas veces me he preguntado si esa gran masa que viene caminando lenta e inexorablemente desde la Patagonia a Alaska se pregunta hoy por hoy en qué grado depende de los Estados Unidos. Creo más bien que su grito es un grito de guerra y es avasallador, es un grito cuya primera batalla literaria ha sido ganada por los chicanos”.
“Los mexicanos que me han precedido son cuatro: Octavio Paz en 1981, Carlos Fuentes en 1987, Sergio Pitol en 2005 y José Emilio Pacheco en 2009. Rosario Castellanos y María Luisa Puga no tuvieron la misma suerte y las invoco así como a José Revueltas. Sé que ahora los siete me acompañan, curiosos por lo que voy a decir, sobre todo Octavio Paz”.
“Ya para terminar y porque me encuentro en España, entre amigos quisiera contarles que tuve un gran amor “platónico” por Luis Buñuel porque juntos fuimos al Palacio Negro de Lecumberri —cárcel legendaria de la ciudad de México—, a ver a nuestro amigo Álvaro Mutis, el poeta y gaviero, compañero de batallas de nuestro indispensable Gabriel García Márquez. La cárcel, con sus presos reincidentes llamados “conejos”, nos acercó a una realidad compartida: la de la vida y la muerte tras los barrotes”.
“Ningún acontecimiento más importante en mi vida profesional que este premio que el jurado del Cervantes otorga a una Sancho Panza femenina que no es Teresa Panza ni Dulcinea del Toboso, ni Maritornes, ni la princesa Micomicona que tanto le gustaba a Carlos Fuentes, sino una escritora que no puede hablar de molinos porque ya no los hay y en cambio lo hace de los andariegos comunes y corrientes que cargan su bolsa del mandado, su pico o su pala, duermen a la buena ventura y confían en una cronista impulsiva que retiene lo que le cuentan. Por todas estas razones, el premio resulta más sorprendente y por lo tanto es más grande la razón para agradecerlo.
“El poder financiero manda no sólo en México sino en el mundo. Los que lo resisten, montados en Rocinante y seguidos por Sancho Panza son cada vez menos. Me enorgullece caminar al lado de los ilusos, los destartalados, los candorosos. Pertenezco a México y a una vida nacional que se escribe todos los días y todos los días se borra porque las hojas de papel de un periódico duran un día. Se las lleva el viento, terminan en la basura o empolvadas en las hemerotecas. Mi padre las usaba para prender la chimenea. A pesar de esto, mi padre preguntaba temprano en la mañana si había llegado el “Excélsior”, que entonces dirigía Julio Scherer García y leíamos en familia. Frida Kahlo, pintora, escritora e ícono mexicano dijo alguna vez: “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”.
“A diferencia de ella, espero volver, volver, volver y ese es el sentido que he querido darle a mis 82 años. Pretendo subir al cielo y regresar con Cervantes de la mano para ayudarlo a repartir, como un escudero femenino, premios a los jóvenes que como yo hoy, 23 de abril de 2014, día internacional del libro, lleguen a Alcalá de Henares”.
“En los últimos años de su vida, el astrónomo Guillermo Haro repetía las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre. Observaba durante horas a una jacaranda florecida y me hacía notar “cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando”. Esa certeza del estrellero también la he hecho mía, como siento mías las jacarandas que cada año cubren las aceras de México con una alfombra morada que es la de la cuaresma, la muerte y la resurrección”.
Biografía
Narradora y ensayista mexicana de origen francés, su familia abandonó Europa durante la Segunda Guerra Mundial y se estableció en Ciudad de México en 1942. Adquirió la nacionalidad mexicana en 1969. Comenzó su carrera como periodista en el diario Excélsior y ha colaborado, entre otras, en la Revista Mexicana de Literatura, Estaciones, Ábsides, Artes de México, Revista de la Universidad de México, La Palabra y el Hombre y Unomásuno. Es fundadora y colaboradora del Diario La Jornada y de las revistas Fem y Debate Feminista. Además, fue la primera mujer en recibir el Premio Nacional de Periodismo en 1978.
La escritora Elena Poniatowska ha cultivado todos los géneros- libros en prosa, entrevistas, crónicas, artículos, novelas, cuentos y ensayos– y también ha publicado poesía, una obra de teatro y libros para niños. Es autora de más de cuarenta libros, entre ellos, ‘Hasta no verte Jesús mío’, sobre la vida de una soldadera mexicana, (Premio Mazatlán de novela 1970), ‘Paseo de la Reforma’, ‘La flor de lis’, ‘De noche vienes’, ‘Querido Diego, te abraza Quiela’, ‘Tlapalería’, ‘La piel del cielo’, ganadora del Premio Alfaguara de novela en 2001. Es también autora de ‘Leonora’ (2011) basada en la biografía de la pintora Leonora Carrington, por la que obtuvo el Premio Biblioteca Breve y de innumerables libros de ensayos, cuentos y testimonios traducidos a más de veinte idiomas.
Una de sus obras más conocidas es ‘La noche de Tlatelolco’ (1971), considerada un clásico, es una historia oral del Movimiento Estudiantil de 1968, una crónica de la masacre del 2 de octubre de 1968, en la plaza de las Tres Culturas, Tlatelolco. Son también importantes sus entrevistas a autores mexicanos y extranjeros, como Juan Soriano, el fotógrafo Gabriel Figueroa, Octavio Paz o Carlos Fuentes, algunas de las cuales fueron recogidas en ‘Palabras cruzadas’ (1961),’Domingo siete’ (1982) y en ‘Todo México’ (1991-2003). Ha escrito también obras híbridas entre el reportaje, la crónica y el ensayo, como en ‘Las siete cabritas’ (2000), o ‘Querido Diego te abraza Quiela’ (1976), ‘Tinísima’ (1992)- por la que obtuvo el Premio Mazatlán por segunda vez. ‘Las soldaderas ‘(1999) o ‘La herida de Paulina, crónica del embarazo de una niña violada’ (2000), en las que habla de la condición femenina. Ha obtenido títulos honorarios como la Legión de Honor, la más importante de las distinciones que otorga el gobierno de Francia (2004) y doctorados en humanidades de la New School of Social Research de Nueva York, de Manhattanville College y la Florida Atlantic University en los Estados Unidos, así como el premio Mary Moors Cabot de periodismo en la Universidad de Columbia.