Una lectora del blog -quien rebasó hace ya varios años su edad de retiro- me contactó hace poco con este dilema: No podía dejar de trabajar debido a que no le alcanzaría su pensión para pagar sus deudas. Comenzamos entonces a conversar sobre qué podría hacer para saldar sus tarjetas cuando nos topamos con el meollo del asunto. Su tarjeta no la utilizaba en ella (su estilo de vida es bastante frugal), sino en un hijo el cual no había logrado aún alcanzar estabilidad en su vida y al cual, para apoyarlo, le compraba ropa, medicinas, insumos para su casa, e incluso llegaba a pagarle sus diversiones. “¿Cómo puedo abandonarlo si soy su madre?” fue lo último que dijo antes que, suspirando, su mirada se perdiera en la distancia.
Y ése es el dilema, el cual es en realidad bastante común. Un hijo, hermano, o familiar cercano al cual es necesario mantener a pesar de encontrarse en edad productiva, sano, y con las habilidades, conocimientos y aptitudes suficientes como para independizarse y salir adelante. ¿Hay que dejarlo solo? ¿Cerrarle la puerta? Sólo quisiera aclarar algo: no me refiero al apoyo que se brinda ante un momento de dificultad como podría ser la pérdida del trabajo. Ofrecer en ése momento una mano amiga dispuesta a ayudar es loable, siendo parte del sustento que estrecha los lazos familiares. Pero, ¿qué pasa cuando ese momento se extiende hasta convertirse en una forma de vida? ¿cuándo el apoyo se convierte en un gastos constante que consume de forma crónica parte de tu presupuesto? ¿cuándo tus deudas crecen y tus ahorros se reducen para mantener a alguien que bien podría mantenerse sólo?
Es una situación difícil. He tenido ocasión de vivir algunos casos cercanos, así que podía entender el dilema al que se enfrentaba la dama con la que conversaba y comprender el dolor y preocupación que le causaba. Y es que era consciente que si bien ella estaba dispuesta a darlo todo por su hijo, en el momento en que su vida se apagara, ¿qué sería de él? En ese momento le conté esta historia:
Éste era un señor que tenía una vaca, la cual era la fuente de sustento de su familia. Se alimentaban con su leche y vendían nata, mantequilla y queso en el pueblo para subsistir. Es claro que tenían muchas carencias, pero el señor y su esposa lograban ingeniárselas para sacar adelante a sus hijos en aquella pequeña casita con su huerto a la vera del camino. Y ese camino fue el origen de la desgracia: un conductor ebrio, perdido el control de su vehículo, arrasó con el huerto y atropelló a la vaca. Asustado salió del auto y echó a correr huyendo del lugar, mientras escuchaba como el dueño de la vaca le maldecía y la señora lloraba abrazando a la vaca muerta.
Pasó el tiempo. El miedo que sentía de que en cualquier momento llegara la policía para llevárselo por la muerte de la vaca y el daño a la propiedad, se convirtió en remordimiento por haber privado a aquella familia de su fuente de subsistencia. Cada día pasaba más tiempo pensando en ellos, imaginando a los niños desnutridos y a la pareja viviendo de la limosna. Un día no pudo ya más con la culpa, por lo que se dirigió al pueblo decidido a resarcirlos y a enfrentar las consecuencias que su irresponsabilidad le hubiese acarreado.
Al llegar a la casita sintió un nudo en la garganta al observar que sus peores temores se volvían realidad: El huerto estaba abandonado de manera que las zarzas crecían donde antes había zanahorias, papas y otras legumbres. La casa se veía desvencijada, con vidrios rotos y las puertas desvencijadas. Al tocar la puerta ésta se abrió. No había nadie en el interior, y podía observarse que hacía tiempo que nadie cruzaba el umbral. “¿Habrán muerto?” El pensamiento se hundió profundamente en su mente mientras el miedo cerraba su garganta y las lágrimas invadían sus ojos.
Decidido salió de la casa y preguntó por sus antiguos dueños a los vecinos, quienes les informaron que se habían mudado a un pueblo cercano. “Gracias a Dios” pensó al tiempo que suspiraba aliviado. Se encaminó al pueblo indicado y pasó largas horas pidiendo referencias hasta que, al caer la tarde, llegó a una casa amplia y bien cuidada. “¿Será aquí?” Sus dudas se disiparon al abrirse la puerta y reconocer en aquella dama a la dueña de la vaca.
- Buenas tardes.– Comenzó titubeando – No sé cómo decir esto pero vengo a ponerme a su disposició Hace algún tiempo atropellé a su vaca por conducir borracho. En ese momento huí por miedo, por cobardía, pero hoy vengo a responder por los problemas que les causé.
La expresión de la señora se tornó dura, y sin mediar palabra entró a la casa dejando la puerta abierta. “¿Y ahora qué? ¿Me voy?” No había terminado estos pensamientos cuando salió el dueño de la vaca…
– Así que usted es quien mató a nuestra vaca…
En ese momento la angustia, la culpa y el remordimiento se agolparon en su pecho.
– ¡Por favor discúlpenme! Sé que hice mal en huir, pero tenía miedo. ¡No sabía qué hacer! Pero hoy vengo decidido a reparar en lo posible lo que hice mal.
El otrora dueño de la vaca le observó por un momento en silencio, hasta que esbozando una sonrisa le apretó suavemente el hombro con la mano.
– Gracias por venir. Más que disculparlo quisiera agradecerle por lo que hizo.
– ¿Cómo? No entiendo…
– Cuando usted mató a la vaca la desesperación nos invadió. No sabíamos de qué viviríamos, cómo alimentaríamos a nuestros hijos, cómo cubriríamos nuestras necesidades. En medio del trance alguien nos recomendó llamar al carnicero ya que la vaca estaba sana y podríamos vender su carne. Si bien en un momento la idea nos horrorizó ya que la considerábamos parte de la familia, al final cedimos para tener así algo de dinero.
Los siguientes días comenzamos a buscar que hacer: mi esposa lavaba ropa ajena y yo reparaba algunas cosas. Descubrimos entonces que podíamos ganar más dinero con nuestro trabajo de lo que antes ganábamos con la mantequilla y la leche de la vaca, así que fuimos a la comisaría del pueblo y mi esposa tomó clases de costura y yo de electricidad y plomería. En un principio era difícil encontrar quién nos contratara, pero descubrimos que una buena actitud, un precio justo y un trabajo de calidad hacen que las personas te vayan recomendando… A Dios gracias hoy tenemos clientes leales y nuevas recomendaciones, de manera que el trabajo no se acaba.
Con una sonrisa más abierta observó el pórtico de su casa mientras acariciaba con la mano el marco de la puerta. Su esposa salió nuevamente entonces rodeándole la cintura con el brazo mientras sus hijos se asomaban curiosos por detrás de sus padres. La imagen no podía ser más reconfortante para quien hasta hacía unos momentos se sentía el ser más despreciable del mundo.
- Me he dado cuenta que nos habíamos acostumbrado a vivir de la vaca.Cierto que teníamos necesidades, que el dinero no alcanzaba, que muchas veces mi esposa y yo discutimos porque se requería hacer algo… Pero entonces me sentaba a ordeñar la vaca y mi esposa a batir la leche para hacer mantequilla, mientras nos quejábamos e inculpábamos mutuamente de lo que considerábamos nuestro destino en vez de intentar hacer algo diferente. Si no hubiera sido por usted, hoy seguiríamos sufriendo las mismas penurias…
Terminada la historia nos quedamos en silencio por un rato. “No es fácil” me dijo finalmente la dama, antes de agradecerme cortésmente mi tiempo y retirarse. Decidí contarles esta historia porque considero que tiene tres mensajes que vale la pena compartir:
1) Si eres la vaca, considera que al mantener a ese familiar en realidad no lo estás ayudando. Es necesario que fortalezca sus propias alas porque llegará el día que tú ya no puedas volar por él para llevarle alimento… Y para lograrlo es necesario hacerlo salir del nido, quizá de forma gradual, pero con determinación y firmeza.
2) Si eres quien vive de la vaca, considera que literalmente la estás exprimiendo. Lo que sobra son motivos y justificaciones, así que actúa considerando que ya no tienes la vaca contigo. Será muy triste que cuando finalmente te deje descubras que siempre sí podrías haber salido adelante sin necesidad de la vaca, y mientras tanto impediste que ella disfrutara del producto de su trabajo al vivirla ordeñando.
3) La prevención siempre será la mejor de las curas. Educa financieramente a tus hijos, lo cual es tan importe como saber leer, escribir o hacer operaciones matemáticas básicas. Ayúdales a desarrollar sus habilidades financieras (entre las que se encuentra la generación de ingresos), impúlsalos a tomar decisiones, incúlcales ser responsables, procura que sean autosuficientes. De esta manera no verán en ti una vaca, sino a otra águila que les invita a volar alto, en las alturas, disfrutando juntos de las bellezas de este mundo.