“Es imposible ir por la vida sin confiar en nadie; es como estar preso en la peor de las celdas: uno mismo”.
Graham Greene (1904-1991) Novelista británico.
Una rápida caracterización de la sinergia social por la que actualmente transita nuestro país, nos indicaría que la radicalidad y la intolerancia, que se alimentan de visiones parciales e intereses sectarios, están haciendo mella en los esfuerzos de personas e instituciones para encontrar los caminos viables y las decisiones adecuadas que nos conduzcan a la estabilidad y responsabilidad social que todos deseamos.
Estos apetitos personales, reman contra corriente en la conformación de la organización social, que no es otra cosa que el conjunto de elementos humanos y de capital (recursos materiales y financieros), que interactúan para lograr metas y objetivos comunes, a través de un sistema en el que se definen responsabilidades, normas, autoridad, roles y acciones de diversos grupos, tanto formales como informales, que se vinculan para generar procesos de evolución.
En este contexto, la responsabilidad social, entendida como la capacidad de responder, tiene su razón de ser en la pertenencia, la lealtad y la confianza. Estos atributos, deben ser el soporte del ser y quehacer de las personas, cualquiera que sea su ámbito de competencia.
Porque en estricto rigor, no son las posiciones de autoridad o de poder las que empujan la conducta humana, sino la convicción de servir y contribuir, con madurez y conocimiento, al bienestar de la colectividad.
En consecuencia, resulta incomprensible, que prevalezca el deseo desmedido por ocupar posiciones de poder o liderazgo, por sobre cualquier valor social. La pertenencia y la lealtad, y mucho menos la confianza se pueden comprar o arrebatar, para asumir liderazgos apócrifos.
La fortaleza de la razón está en convencer y no en vencer, porque es la búsqueda del mayor bien el predominio de la responsabilidad social. Consensuar las ideas y las razones abonan al logro de objetivos superiores, toda vez que los diversos actores, eleven la calidad de los argumentos y mantengan total apertura para identificar el camino correcto.
Sin duda, los liderazgos y las posiciones de autoridad no son ni deben ser perennes, más aún, los procesos de transición siempre son oportunidades indispensables para renovar la conducción y el avance de una sociedad. Sin embargo, la pregunta trascendente está en definir cuándo y por qué es el momento adecuado.
La crisis de identidad de una sociedad se agudiza cuando la pertenencia, la lealtad y la confianza se trastocan pues pasan a un segundo término. En nuestro sistema político, que para muchos ha tocado fondo, es a partir de la pérdida de la credibilidad de la sociedad, que subyace la incertidumbre en la toma de decisiones.
En consecuencia, se cuestiona todo, los montos de campaña, las fórmulas para elección de candidatos, el mismo proceso electoral, el papel de los legisladores y gobernantes, y en mayor medida los actos de gobierno como la eficacia de las acciones para la seguridad y aplicación de la justicia, las estrategias recaudatorias, las políticas institucionales y la transparencia de la función pública.
En el ámbito empresarial, sucede lo mismo, se cuestionan los liderazgos, se diluyen los consensos, se atomiza el potencial productivo y las organizaciones se debilitan.
En el sector social la situación no es diferente, la polarización se agudiza, la inducción velada a violentar el estado de derecho está presente en el discurso de mesiánicos líderes, y se justifica la afectación a los derechos de los demás.
Es imperativo recuperar la responsabilidad social a la que todos estamos vinculados. En Quintana Roo, no estamos salvos de la contaminación de estas inercias.
En tal virtud, debemos todos, gobierno, organismos empresariales y ciudadanos, mantener el tejido social libre de ambiciones parciales. Invertir en la búsqueda de un mejor destino con pertenencia, lealtad y confianza representa hoy en día la única garantía.