Adultos mayores experimentan mayor soledad durante confinamiento. La pandemia se ha extendido por los cinco continentes en solo unos meses tras los primeros casos de COVID-19 aparecidos en China en diciembre de 2019. La respuesta ha sido desigual en las diferentes comunidades autónomas españolas. Los recursos, los equipamientos han tardado en llegar y el coronavirus ha afectado a miles de personas
Definida por la OMS como una pandemia mundial, la COVID-19 afecta a todas las personas, pero no a todas por igual. Existen grandes brechas tanto en los riesgos en la salud como en el acceso al tratamiento asociadas a la edad.
Los adultos mayores son un grupo especialmente vulnerable ante la enfermedad producida por el SARS-CoV-2 que presenta un peor pronóstico, por su comorbilidad, los síndromes geriátricos y la fragilidad asociada al envejecimiento1, habiendo sido definida la pandemia como una emergencia geriátrica.
El director regional de la OMS para Europa, Hans Henri P. Kluge, pidió a los países europeos: Apoyar y proteger a los adultos mayores que viven solas en la comunidad es asunto de todos. Les recuerdo a los gobiernos y las autoridades que todas las comunidades deben recibir apoyo para realizar intervenciones que garanticen que las personas mayores tengan lo que necesitan.
Todas deben ser tratadas con respeto y dignidad durante estos tiempos. No podemos dejar a nadie atrás. Las palabras de Kluge son claras: las personas mayores como pacientes deben recibir tratamiento adecuado a la enfermedad, pero también las personas mayores son agentes y deben estar presentes en las respuestas a la crisis y las decisiones sobre la nueva normalidad.
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Los adultos mayores son un grupo de alto riesgo ante el contagio por el coronavirus, pero no por su edad cronológica sino por su edad biológica, vinculada a la inmunosenescencia y la inflamación crónica vinculada al envejecimiento.
La COVID-19 presenta mayor letalidad en personas con enfermedad cardiovascular y otras comorbilidades. Pero pese a las advertencias de la OMS, las personas mayores no han sido atendidas de forma preferencial en todos los lugares de nuestro país.
Es más, en algunas áreas de salud se les ha negado la atención hospitalaria, dejando a los profesionales de las residencias sin capacidad de hacer frente adecuadamente a la crisis sanitaria.
La fragilidad de algunas personas mayores condiciona su pobre respuesta inmunitaria, y la disminución de la reserva funcional, que conlleva una reducción en la capacidad intrínseca y la resiliencia.
Además de los problemas de salud que ocasiona la enfermedad y los miedos que esto suscita, las relaciones interpersonales han cambiado drásticamente desde el confinamiento. La salud psicológica y emocional de muchas personas se está viendo seriamente afectada y los efectos —similares a los de un estrés postraumático— es posible que sean duraderos.
Estar junto a las personas queridas, especialmente en situaciones dolorosas, al ingreso en unidades de cuidados intensivos, o en los momentos de final de vida, por poner algunos ejemplos, se ha vuelto difícil o imposible en muchos casos.
La pandemia ha cambiado muchas cosas de nuestra vida cotidiana: ha afectado a nuestra manera de vivir el ocio, hacer deporte, trabajar o relacionarnos.
Las imágenes estereotipadas y negativas que aparecen en los medios de comunicación vinculando enfermedad a vejez, deterioro y carga social pueden reforzar el edadismo, la actitud de rechazo y el miedo a envejecer.
El coronavirus está reforzando estereotipos edadistas (Mueren los viejos, Las víctimas son las personas mayores y vulnerables). Llama la atención que las noticias referidas a personas más jóvenes y en edad productiva son tratadas en profundidad y detalle, mientras que las muertes de las personas mayores parece que solo merecen engrosar las estadísticas.
Los términos que los políticos y los medios de comunicación usan para hablar de las personas mayores son a menudo inadecuados: Nuestros mayores», los abuelos. Pero lo cierto es que ni son nuestros en sentido de posesión ni todos son abuelos en su significado de parentesco familiar.
Otra forma de discriminación sufrida por las personas mayores en estos tiempos de pandemia ha sido la decisión de las autoridades sanitarias de tomar como criterio la edad para la desescalada, situando a las personas mayores como los últimos en poder salir del confinamiento, y entre ellos, las personas mayores que viven en residencias.
Los estereotipos son la puerta de entrada a la estigmatización, al etiquetado y a la conducta discriminatoria respecto de las personas mayores.
Estas actitudes edadistas pueden promover estrés, angustia y ansiedad en las personas mayores al insistir en su vulnerabilidad, tal y como argumentan diferentes autores.
Declaración en favor de un necesario cambio de modelo de cuidados de larga duración de nuestro país.
El actual confinamiento en la vivienda de una gran parte de la humanidad por la pandemia del coronavirus es una experiencia insólita difícil de entender y sobrellevar, y cuando las personas intentan explicar por qué suceden las cosas e intentan darles sentido, acuden a las representaciones sociales.
Esa representación colectiva bebe de diferentes fuentes (sobre todo fuentes oficiales o medios de difusión como la OMS, los informes y comunicados del Gobierno, la prensa) y dependiendo de qué medio sea, se incide en unos aspectos u otros, como dudar de las decisiones tomadas en la actuación del Gobierno central o autonómico, cómo se afrontan los problemas sociales, la salud pública y cómo es la atención a las personas mayores.
Adultos mayores experimentan mayor soledad durante confinamiento. El confinamiento en casa, sin posibilidad de salir más que a asuntos imprescindibles, la reducción de salidas a una hora diaria, o el doble confinamiento de las personas en residencias (aislados del exterior y en su habitación sin gozar de las zonas comunes)
Y sobre todo de las personas con demencias tiene muchas consecuencias negativas: como la reducción o inactividad física y su implicación en problemas de sueño, insomnio y somnolencia diurna que ya ha sido demostrado en diferentes investigaciones.
Aumento del deterioro cognitivo por haber dejado de realizar actividades de estimulación cognitiva, talleres, tertulias, terapias grupales, voluntariado, asociaciones; afectación del estado emocional y anímico, con un aumento de la sintomatología depresiva; falta de contacto con red social y soledad. La soledad aumenta el riesgo de sedentarismo, la enfermedad cardiovascular.
Adultos mayores experimentan mayor soledad durante confinamiento. La alimentación inadecuada y el riesgo de muerte. La cantidad y la calidad del sueño también pueden verse afectadas en personas que padecen soledad, provocando una mayor fatiga durante el día; falta de cuidados adecuados al final de vida, muerte digna, duelo, despedidas-miedo al virus, a que afecte a los hijos y nietos, a tener que ir a un hospital colapsado, a morir en la UCI sin despedirse… y sin velatorio.
La prohibición de visitas a las personas mayores que viven en los centros residenciales, si bien es una medida preventiva, se ha convertido en una fuente extra de aislamiento social y soledad emocional. La única fuente de vínculo social se ha visto reducida a unos momentos de comunicación por videoconferencia.
La situación de pandemia, con un confinamiento que afecta a todos, es algo nuevo. Necesitamos investigaciones que nos muestren la relación entre variables para poder estar preparados frente a otras crisis sanitarias. Como hemos visto, debido a su perfil de riesgo, es probable que la población de personas mayores sea de las últimas a las que se permita abandonar el confinamiento.
Con el fin de preparar este momento y en previsión de que sean necesarios más episodios de confinamiento en el futuro por rebrotes de la enfermedad, es crucial generar evidencia de calidad sobre sus impactos sobre la población mayor y las posibles intervenciones para prevenirlos, revertirlos o paliarlos.