¿Decidir o no decidir? Acciones, tiempos y resultados

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En el mundo de hoy, moderno y altamente competitivo, el riesgo se presenta a diario como factor determinante en la toma de decisiones. No importa cuán seguros estemos de algo, siempre existe el riesgo de que el contexto o las condiciones externas cambien y nuestra decisión llegue tarde o no sea la adecuada.

La toma de decisiones es un proceso, es decir, un conjunto de fases sucesivas, a través del cual, analizando la información disponible, se elige la alternativa adecuada para resolver las situaciones que a diario se presentan ya sea personales, familiares, sentimentales o, por supuesto, laborales. Piense por ejemplo, en cada vez que se le ha olvidado un cumpleaños, un aniversario o un 14 de febrero…

Hay que usar toda la información disponible de su persona y del susodicho o susodicha en cuestión para encontrar la alternativa al disgusto o a la desilusión y arreglarlo antes de que sea causal de separación: un beso, una invitación a cenar o una explicación detallada en la que cada palabra indique que la omisión fue por “falta de tiempo, no de cariño”.

Como estamos acostumbrados a decidir en automático en la vida personal, con frecuencia así tomamos las decisiones al interior de la empresa: “Si es más caro no lo compres…”, “Ese color me late más”, “Contrata al sobrino de mi compadre…”.

Esas decisiones, como la de pasarnos la luz amarilla o comprar sin ver la fecha de caducidad, generalmente traen consecuencias a corto o mediano plazo, que terminan por recordarnos “que lo barato sale caro” o que “más vale contrato en mano que un ciento volando”.

La toma de decisiones debe ser un proceso diario basado en un esquema muy sencillo:

  1. Convocar a reuniones, que podrían ser mensuales, en las que cada área exponga su situación actual, así como su proyección para el siguiente bimestre o trimestre tomando en cuenta las condiciones del ambiente, ya sean de certidumbre, incertidumbre o riesgo.
  2. Explicar lo que “se tiene que hacer” para llegar a buen término en cada periodo, para lo cual es benéfico presentar cómo se verá el área o la empresa cuando la situación se haya solucionado.
  3. Definir, de entre las posibilidades, cómo se logrará combinar lo que se tiene qué hacer en cada área para que el conjunto sea exitoso y convenga a la empresa, sobretodo si esto significa cambiar, adecuar o eliminar alguna política o procedimiento. Todos los involucrados deberán tomar la palabra y expresarse de manera muy precisa.
  4. Desarrollar el plan de acción pensando en la organización sin protagonismos de una u otra área, sino como un todo que llevará a sus integrantes al crecimiento personal y profesional.
  5. Comunicar al personal correspondiente cada uno de los acuerdos, asegurándose de que se han entendido y serán cumplidos.
  6. Evaluar frecuentemente, cotejar la agenda o el itinerario para asegurar el rumbo.
  7. Finalmente, comunicar ya sea el avance, en el caso de decisiones a mediano o largo plazo, o los resultados.

Esto parece terriblemente burocrático y difícil de lograr pero no lo es cuando la empresa u organización cuenta con personal calificado, en capacitación constante, que conoce a la perfección su entorno y su competencia, que está motivado y en cada acción “se pone la camiseta de la empresa”.

¿Sencillo o más complicado? Bueno, es solo un detalle y la responsabilidad de ello recae por un lado, en el Departamento de Recursos Humanos, que deberá contratar al candidato ideal para cada puesto, sin presiones -en el caso de las empresas familiares- pues para garantizar el éxito no debemos olvidar que las empresas deben tener siempre un comportamiento institucional. Pero por otro lado, también es responsabilidad del empleado, quien deberá comprometerse con la misión de la empresa.

En el mundo de hoy, moderno y altamente competitivo, el riesgo se presenta a diario como factor determinante en la toma de decisiones. No importa cuán seguros estemos de algo, siempre existe el riesgo de que el contexto o las condiciones externas cambien y nuestra decisión llegue tarde o no sea la adecuada.

Es por ello que la capacitación y el conocimiento del entorno son vitales, tanto como lo son el desarrollo de las habilidades de negociación, la creatividad y la innovación (tengamos siempre en mente que lo que nos ha funcionado en el pasado no necesariamente volverá a hacerlo en el futuro).

Y si la innovación parece sinónimo de riesgo, analicemos los ejemplos de las empresas que han innovado y no solamente han cambiado el rumbo de su industria, sino que han ganado una mayor participación de mercado porque han logrado satisfacer más y mejor las necesidades del cliente, al tiempo que le han dado algún beneficio adicional.

Encontrar los mejores caminos no sucederá en un abrir y cerrar de ojos pero sí, del anochecer al amanecer si tomamos en cuenta que lo primero es obtener la información necesaria en cada situación; después, traducir esos datos a determinadas acciones eficaces; y finalmente responsabilizar a cada parte de la organización etiquetando acciones, tiempos y resultados esperados.

Así también al final habrá que darles el mérito de los resultados o encontrar el mecanismo adecuado para que en la evaluación periódica reconozcan las fallas, asuman la responsabilidad y se corrijan antes de afectar al todo.

Las empresas no son sino mundos en los que los recursos deben ser utilizados racionalmente y las relaciones interpersonales deben de ser de cooperación, para lograr el bienestar, destruyendo círculos viciosos y construyendo otros virtuosos.

Decidir o no decidir. Acciones