El casting y los sueños rotos (o cómo superar el rechazo profesional)

La ilusión que produce la idea de alcanzar nuestras metas será puesta a prueba en el momento menos esperado. ¿Qué hacer para seguir creyendo pese al rechazo profesional?

Hace no mucho tiempo conocí a un pequeño al que le encantaba actuar.Cada vez que podía, se ponía un disfraz diferente y salía a los escenarios de su imaginación para interpretar papeles ante públicos que no existían, pero que le aplaudían, se emocionaban, le gritaban y le regalaban ramos de flores al terminar cada inexistente función.
Su más grande sueño era transformarse en actor profesional. Entonces recorrería el mundo para presentarse en los teatros más famosos y cautivaría a personas de todos los credos, de todas las razas y de todas las edades. Los atraparía con su voz y los hipnotizaría con sus movimientos para después ayudarles a dejar atrás sus problemas, sus angustias y sus dolores. Por un instante los invitaría a vivir con él la historia de ese niño que desafía al mundo entero con tal de cumplir su sueño de bailar ballet, o la de ese hombre de rostro lastimado y desfigurado que se esconde como un fantasma entre los corredores de la ópera, esperando poder ver una vez más a la soprano que una noche le robó el corazón.
El pequeño no buscaba fama ni dinero. Actuaba porque se sentía feliz al hacerlo. Su sueño era más puro que cualquier otro. Más verdadero. Consciente de que no basta desear algo para que se haga realidad, en silencio y sin que nadie lo notara, comenzó a trabajar. Cuantas veces pudo levantó la mano para ser considerado en las puestas en escena del salón. Se inscribió al taller de teatro del colegio. Practicó sus pasos de baile. Con toda determinación peleó por los papeles principales y cuando los consiguió, memorizó parlamentos y los murmuró encerrado en su habitación hasta que le parecieron perfectos.
Al encontrar dificultades para llegar al tono de una canción, mamá le sugirió tomar clases de canto. Cada martes, al salir de la escuela, iba con una maestra que poco a poco le enseñó a domar y a entender su voz.
Se emocionó al ver a sus padres llorar conmovidos una mañana de verano, mientras interpretaba a Simba en El Rey León al día siguiente de cumplir once años. Luego les pidió que lo inscribieran a un taller de teatro los sábados, impartido por dos actores profesionales. En su día de descanso se despertaba de madrugada ansioso, sin poder esperar a que el sol saliera. Se preparaba para estar listo y cruzar la ciudad entera con papá, asegurándose siempre de llegar a cada ensayo a tiempo, porque alguien algún día le había dicho que la disciplina era parte del secreto para ser mejor.
El pequeño hacía todo lo que estaba en sus manos para acercarse a su sueño.
La oportunidad de cumplirlo se apareció una tarde como cualquiera, mientras repasaba en su cabeza los pasos de una coreografía. Mamá le explicó que, por ser parte de la compañía de teatro de los sábados, había sido llamado a una audición. Sus maestros habían adquirido los derechos para montar en México 13: El musical, una obra de Broadway, y estaban buscando a niños actores. La emoción del pequeño alumbró la casa entera como un destello.
El 14 de marzo sería un día sagrado. Durante las semanas siguientes todo giró en torno al casting. Le pidió ayuda a su maestra para montar la canción que interpretaría. Por su cuenta ensayó una y otra vez una coreografía. Sin saber cómo sería la audición, el niño se anticipó: una y otra vez imaginó el gran día tratando de domar a los insectos del nerviosismo que se acumulaban y revoloteaban en su abdomen.
El 14 de marzo al fin llegó y aunque la mañana se le hizo eterna, el niño se encontró de pronto esperando su turno en el lobby saturado de un teatro. Más de 400 personas audicionarían ese día. Él era el más pequeño de todos. Miraba de un lado al otro, temiendo que la fortaleza se le pudiera a escapar. Estaba nervioso. Demasiado. Escuchó su nombre y supo que el momento había llegado. Entró a una oscura habitación en la que había un enorme piano. Amables, sus maestros lo saludaron y le pidieron que cantara. Luego le informaron que no formaría parte el proyecto.
En cuestión de minutos la audición había terminado.
Lo que siguió fue un corazón roto. El primero en la vida de un pequeño que sueña con ser actor. Un dolor en el pecho proporcional al esfuerzo realizado. Lo que más lastimaba era la brevedad del momento tras una dedicada preparación. Sentía que lo habían descalificado sin haber escuchado lo suficiente. Por primera vez se enfrentaba a un tropiezo profesional. Por primera vez se daba cuenta de lo valiente que tendría que ser si realmente quería alcanzar su objetivo.
En el camino de vuelta a casa mamá habló con él. Le explicó que el hecho de no haber sido seleccionado no lo hacía un mal actor. Así eran las audiciones. Más bien no había empatado con lo que los productores buscaban para el papel. Además, era más joven de lo que el mismo llamado indicaba y el simple hecho de haber participado en su primera audición profesional era un triunfo enorme.
Le dijo que lo había hecho realmente bien y que estaba muy orgullosa de él.
El pequeño regresó triste, pero con la cabeza en alto.
Cuando le pregunté cómo le fue, solo supo darme un fuerte abrazo. Pensé entonces en escribirle este pequeño texto. Para explicarle que tarde o temprano todos seremos rechazados. Para decirle que en el camino, muchas personas, momentos y situaciones lo harán dudar de sí mismo. De su objetivo, de su talento. Del lugar en el que realmente se encuentran resguardados sus sueños. Le escribí para explicarle que de pronto aparecerán obstáculos y monstruos que jamás imaginó que podían existir. Que los más peligrosos habitan dentro de él y que son los que realmente podrían ponerlo todo en riesgo. Que habrá días de duda. De desesperación. Momentos en los que le parecerá más sensato olvidar los escenarios y andar por caminos más seguros.
Que el sueño seguirá ahí: siempre despierto, siempre esperándolo. Con el poder absoluto para hacerlo sonreír, para exorcizar miedos, para llevarlo a tierras mágicas si decide creer y abrazarlo como lo ha hecho hasta el día de hoy: con la fe de un niño. Escribí esto para que sepa que no necesita audiciones de ningún tipo para interpretar el papel que ya tiene. El más maravilloso y único: el de ser él mismo.
 
Con información de Entrepreneur.