Huracán Wilma: Parteaguas en Quintana Roo

huracán wilma

El rostro del viento

traía la palidez del miedo

y se desplomó contra la paredes

del fondo de la casa

Humberto Ak'abal, Retoño salvaje

Ignoro quién llevó la bitácora del huracán Wilma, ya que junto con la fase de la reconstrucción del norte de Quintana Roo llenará algunas páginas de su historia.  Alguien escribirá las voces del huracán.

Antes y después son ahora palabras que se usarán de manera escrita o en conversaciones cotidianas para referirse al 21 y 22 de octubre de 2005. Me atrevo a decir que el huracán Wilma se transformará en un parteaguas para Quintana Roo, así como lo fue Janet para Chetumal.

Desde que supe cómo se llamaba, no me gustó. “Le hubiesen puesto Wendy, es un nombre más yucateco y  seguramente nos trataría bien”.  “No exageres jefe,  Wilma es tan arbitrario como todo lo que nombramos; lo preocupante es cuando la fuerza de la naturaleza nos la cobra, eso no es arbitrario”,  respondió mi hija ese domingo 16 en el DF.  

Enseguida se puso a pensar en voz alta cómo habría sido aquel príncipe quiché llamado Hurakán: “seguramente no era guapo, pues se dice que su cuerpo semejaba un enorme vórtice y su cabeza eran puros cumulonimbos”.   No le hice mucho caso y le dejé la computadora; me alejé deseando que el huracán Wilma no se acercara a las costas de Quintana Roo.

Días después tomaba las primeras precauciones: cargaba gasolina, compraba agua, revisaba las baterías de los radios, le echaba un ojo a la alacena, compraba velas y clavaba maderas en las partes vulnerables de mi casa: el mayor Nemesio, el Gobernador del Estado y los modelos de wunderground.com me decían que se acercaba esa mujer con cuerpo de hombre.

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Conforme pasaban las horas y se aproximaba el meteoro, el teléfono sonaba con más frecuencia: eran los familiares que nos preguntaban cómo estábamos y algunos se atrevían a decir ¡sálganse de ahí!.  No, no nos vamos, estamos bien informados y organizados, respondíamos.  Salvo mis hijos, ellos no sabían que ya habíamos pasado por varias de esas situaciones y que había experiencia acumulada en la sociedad y el gobierno local: además ya tenía bien calculada la ruta de escape al refugio más cercano.

Los huracanes son parte de la historia de esta región peninsular y caribeña. Sin que nadie les avisara con toda anticipación sobre la trayectoria, los mayas prehispánicos recibieron uno tras otro los impactos de los huracanes.  Algunos científicos se atreven a especular que hasta pudieron ser el factor fundamental que contribuyó al colapso de la civilización maya. Otros hablan de largas sequías…  Luego, por décadas, muchos huracanes que afectaron el Caribe fueron nombrados por el santo del día en que impactaban. 

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Por ejemplo, el huracán de Santa Ana, que azotó Puerto Rico con excepcional violencia el 26 de julio de 1825, y el de San Felipe, que golpeó Puerto Rico en 1928.  De igual forma,  el huracán de San Zenón, que destruyó la ciudad de Santo Domingo, el día 3 de Septiembre de 1930.  Pero en los Estados Unidos de Norteamérica tardaron en bautizar a los monstruos, sólo los recordaban por los efectos: el de 1926 que destruyó la naciente Miami y el de 1928 que desbordó los diques de Palm Beach.

Fue hasta los años 40s del pasado siglo cuando los norteamericanos comenzaron a ponerles nombres. Así vendrían los que nos pegaron directo o los que nos pasaron cerca: Janet, que hizo astillas a Chetumal en 1955; Hattie en 1961; Flora en 1963; Hilda y Cleo en  1964; Inés en 1966; Beulah en 1967; Fifi y Carmen en 1974; Anita en 1977; David en 1979; Allen en 1980; Gilberto en 1988;  Diana en 1990; Andrew en 1992; Opal y Roxana en 1995; Mitch en 1998; Keith en 2000; Iris y Michelle en 2001; Emily en julio y  Wilma en octubre de 2005.

De la reciente experiencia del huracán Wilma habrá que sacar algunas reflexiones y lecciones.  Primero, observar cómo el gobierno local asume su responsabilidad plenamente, algo que fue diferente con otros gobiernos, como el gobierno federal cuando se presentó el desastre sísmico de 1985 en el la Ciudad de México. En aquel entonces la sociedad creció, se organizó y rebasó a un gobierno azorado y perplejo, ahora estamos observando a un gobierno que tiene la iniciativa y a una sociedad que tiene que crecer.

Hoy día toda la sociedad quintanarroense tiene la oportunidad de reflexionar: necesita poner en práctica el concepto de solidaridad; tanto entre los ciudadanos que fueron afectados, como entre los que la libramos. Una sociedad sin valores no camina, se dice, y ahora sabremos qué tanto se ha avanzado en la formación del ciudadano participativo.  El asunto no sólo se mide por la espontaneidad o la filantropía, es más complejo y se requiere tener una sólida construcción sociohistórica de la ciudadanía, algo que puede hacer diferente a un chetumaleño de un cancunense.

Se trata de formación de identidades, de convivencias reales e imaginarias con un territorio y su historia, de hábitos y actitudes que expresan distintos roles y posiciones dentro de la sociedad civil.   Si en el  recuento de daños materiales nos encontramos con  apatía y escepticismo cívico, o con actos que ponen en contradicción valores éticos, las políticas de esta nuestra democracia deberán trabajarse más.

Segundo, las instituciones se pueden organizar y los medios de comunicación sí pueden ser sociales.  Esta es una lección. Fue alentador cómo el Comité de Protección Civil acopió, sistematizó y organizó la información para tomar decisiones y coordinar acciones precisas entre las instituciones.  También se pudo observar cómo el Sistema Quintanarroense de Comunicación Social se mantuvo todo el tiempo asumiendo la importante tarea de informar sobre los pormenores del huracán, llevó al extremo el uso de sus recursos humanos y técnicos y cumplió con una función que no se le conocía plenamente, a pesar de llevarlo en el nombre.

Ahora pusieron en práctica la función clave que tienen los medios de comunicación cuando se está en la tarea de construir una ciudadanía crítica y participativa. Eso nos hará ciudadanos responsables, racionales y autónomos en esta democracia que necesitamos consolidar.

Algunos dicen que los desastres naturales son instrumentos de la propia naturaleza para mantener el equilibrio natural. Puede ser, lo cierto es que hoy el huracán Wilma se ensañó con nosotros. Los daños materiales fueron inmensos pero, en cuanto a la parte humana, se deberán realizar análisis serios de comportamientos sociales, positivos y negativos, para, además de permitir saber el nivel de afectación económica, podamos conocer el grado de armonía o de degradación social en algunos lugares de Quintana Roo; ahí donde se presentan la incertidumbre, la exclusión, la discriminación y la profunda estratificación.