Para comprender por qué el morado representa la lucha feminista hay que remitirse a un terrible hecho histórico que tuvo lugar a principios del siglo XX
El color morado o violeta es el tono por excelencia que se asocia a la lucha feminista. En las multitudinarias manifestaciones de los últimos años los tonos morados son los protagonistas en las calles, donde quien quiere mostrar su apoyo a la causa los usa de múltiples maneras: en la ropa, en carteles o pañuelos que hacen más visible un mensaje, la reivindicación de la igualdad de derechos sin importancia del género, en definitiva, el feminismo.
Pero, ¿desde cuándo es el morado un color feminista y por qué? Pues bien, son varias las teorías que han tratado de responder a esta pregunta. Una de las explicaciones más simplistas que intentaron dar una respuesta fue que el color morado se obtiene de mezclar el azul con el rosa, los colores tradicionalmente asociados a cada uno de los géneros. Pero lo cierto es que existen otras teorías que se remiten a hechos históricos que, mezclados con un componente quizá más cercano a la ficción, aportan una explicación más plausible a la vez que legendaria.
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Uno de los episodios más duros vividos en clave femenina comparte reivindicaciones con la lucha obrera, un ámbito en el que las mujeres se han visto doblemente agraviadas por la discriminación. Si bien el siglo XVIII fue un periodo de gran progreso de industrial gracias a los avances tecnológicos, el siglo XIX fue testigo del nacimiento de los movimientos obreros que demandaban mejoras en unas condiciones de vida que se habían visto especialmente dañadas por esta evolución de la industria.
Los movimientos de población del campo a las ciudades, lugares donde se concentraban las fábricas, fueron masivos y se extendieron también al siglo XX, cuando además las migraciones cruzaban fronteras internacionales, continentes y océanos.
Este era el caso de muchas fábricas neoyorquinas, cuyas plantillas de trabajadores reflejaban todos los cambios sociales experimentados durante los anteriores cien años. En la fábrica textil Triangle Waist Co., la mayoría de las trabajadoras eran mujeres jóvenes procedentes de diversos países europeos que habían cruzado el Atlántico en busca de más trabajo y una vida mejor.
Allí, sobrevivían con una jornada de 52 horas semanales que veían retribuida con un mísero sueldo y que las arrojaba a unas pésimas condiciones de vida. En contra de cualquier medida de seguridad, los responsables de la fábrica mantenían los accesos al edificio cerrados para evitar robos, algo común en la zona.
El desastre comenzó cuando el 25 de marzo de 1911 se declaró un incendio en las instalaciones. Aunque nunca se pudo saber si fue a causa de una colilla mal apagada o por culpa de una chispa en el motor de una máquina de coser, parece ser que el fuego tuvo su origen en un desgraciado accidente. Sea como fuere, lo cierto es que la mayoría de las trabajadoras no pudieron huir de las llamas porque el edificio se encontraba cerrado y no se pudieron abrir las puertas con suficiente rapidez.
Los responsables de la fábrica mantenían las puertas cerradas, dejando atrapados dentro a todos sus trabajadores
Murieron un total de 146 personas y quedaron gravemente heridas 70, la mayoría de ellas mujeres. Puesto que los bomberos también tuvieron dificultades para acceder a las instalaciones el fuego consumió la práctica totalidad de la fábrica, con la maquinaria y los materiales en su interior.
Se dice que el humo que expedía el edificio, que podía verse desde casi toda la ciudad, era de color morado debido a los tejidos que se usaban en esta fábrica de camisas. Por este motivo, desde aquel momento el morado quedó asociado a la lucha feminista, pues la Triangle Waist Co. se convirtió en un símbolo de la injusta situación en la que mal vivían muchas mujeres.
Por otro lado, aunque el movimiento sufragista ya tenía cierta trayectoria a sus espaldas, los primeros años del siglo XX fue el momento en que sus reivindicaciones tomaron un cariz más contundente. Estas mujeres que pedían el derecho al voto también adoptaron el morado como color simbólico de su lucha, junto con el blanco y el verde que también las caracterizaba.
Emmeline Pethick-Lawrence, una de las más destacadas sufragistas lo explicaba así: “El violeta, color de los soberanos, simboliza la sangre real que corre por las venas de cada luchadora por el derecho al voto, simboliza su conciencia de la libertad y la dignidad. El blanco simboliza la honradez en la vida privada y en la vida política. Y el verde simboliza la esperanza en un nuevo comienzo”.
Desde entonces, cada 8 de marzo el color morado inunda las calles de muchas ciudades del mundo convertido en algo más que un simple color. Ha quedado asociado a una lucha feminista que año tras año recuerda los referentes que la han precedido gracias a los cuales hoy y en el futuro se seguirá reivindicando la igualdad entre hombres y mujeres.