Desarrollo Humano

Pedir perdón, una virtud que no todos tienen

Equivocarse es humano, además de una oportunidad excepcional para crecer en humildad y darnos cuenta de que la vida es casi un ensayo continuo del que aprender

 
Ahora bien, también es de sabios el acompañar cada fallo, cada descuido y ofensa con un “perdón”
Ese mecanismo interno de autoevaluación mediante el cual darnos cuenta de que no hemos hecho lo correcto, está dominado muchas veces por un conocido inquilino llamado “ego”.
Equivocarse es común, pedir perdón es una virtud que solo unos pocos practican. Por ello, se considera noble a la persona que dispone de la madurez para decir “me equivoqué” y la valentía de pedir perdón mirando a los ojos a la otra persona. Si lo pensamos bien nos daremos cuenta de que usamos la palabra “perdón” casi a diario.
Cuando tropezamos con alguien, cuando nos adelantamos en nuestras conversaciones y quitamos la palabra a un amigo. Sin embargo, son muy pocos quienes tras equivocarse en un ámbito más delicado y profundo de sus vidas, son capaces de dar el paso y desnudar su corazón con un “lo siento, no lo he hecho bien. Te pido perdón”.
Este factor humano adquiere su reverso más complejo cuando equivocarse es sinónimo de ofensa, de agravio o humillación personal a segundas personas. Estas situaciones se intensifican más aún cuando, lejos de existir un reconocimiento expreso de la ofensa, la persona reincide en el mismo hecho. Tal vez por orgullo o por una profunda inmadurez emocional.
Vivimos en una sociedad que se disculpa poco, y cuando lo hacemos, demostramos en ocasiones esa inmadurez de la que hablábamos con anterioridad.
Hay quien pide disculpas por whatsapp o incluso quien publica sus disculpas en las redes sociales para que la persona afectada no tenga más derecho que ceder.
Estamos además en un escenario social donde a los niños se les enseña que el error es malo. Para el sistema educativo actual, el fallo del alumno es algo sancionable, algo a corregir no sin antes aplicar el rigor. De ahí, que el niño aprenda desde  temprana edad a desarrollar feroces mecanismos de defensa para esconder el error, para no verlo y poder así proteger su autoestima.
Es entonces cuando se inicia un curioso círculo vicioso. Si yo no soy capaz – ni deseo – ver mi error, entonces no tengo por qué pedir perdón. Poco a poco se ha perdido la cualidad de la disculpa para cambiarla simplemente, por un ego sobredimensionado.
El perdón auténtico, el que sana y el que produce acercamientos, no se limita solo a ofrecerse como quien practica un simple acto altruista.
El perdón es por encima de toda una actitud y la clara decisión de ser valientes.
Es reconocer los daños para demostrar a quien tenemos delante, que somos conscientes de lo provocado. A pesar de que a menudo se diga aquello de que el primero en pedir perdón es el más valiente y el que perdona el más humilde, en realidad, nuestra grandeza está en aprender de todos estos pasos que día a día nos ayudan a sobrevivir en nuestras contradicciones personales, en las que el ego nunca tiene buen resultado.

Laura Alvarez Alvarado

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