Soichiro Honda: una leyenda de perserverancia

Los productos Honda son conocidos en el mundo no sólo por su buena calidad sino también por la filosofía: crear cosas que sirvan a los intereses de la gente

Todos hemos emprendido proyectos, iniciado planes para cumplir todo tipo de metas, e iniciado viajes para cumplir sueños. ¿Cuántas veces nos hemos emocionado por iniciar dichos proyectos?, hemos tomado decisiones, hemos invertido tiempo, capital y dedicación. ¿Y cuántas veces dichos proyectos, sueños y negocios se han quedado estancados, olvidados e inconclusos? La razones pueden ser infinitas, pero en esta historia, nuestro personaje principal Saichiro Honda, la leyenda japonesa de los motores, nos muestra que no hay razón alguna para que un sueño no se logre.
Todos conocemos Honda, la emblemática empresa nipona que liderea el mercado de lo motores y propulsores para vehículos terrestres, presente ahora en 150 países y conocida no solo por su liderazgo en motores sino también por su compromiso con el medio ambiente, creando motores para vehículos híbridos y concentrando sus esfuerzos en la movilidad sostenible.
El sueño inició en 1906, en Shizuoka, Japón. Hijo de una modesta familia, de madre tejedora, padre herrero y dueño de un taller de reparación de bicicletas en donde comenzó a trabajar desde muy joven. A sus 15 años decidió abandonar el colegio para irse a trabajar a Tokio como aprendiz de mecánico. Con la pasión que adquirió por las bicicletas en el taller de su padre, era de esperarse que el joven aprendiera rápido y además destacara. 

Comenzó diseñando autos de carrera y fue gracias a la oportunidad que su jefe le dio, que Soichiro con 18 años diseñó su primer auto de carreras llamado Curtiss, diseño que se llevó a producción y que en 1924 ganó un campeonato de carreras en Japón, casi todas las piezas fueron diseñadas por él y rompió récords que se mantuvieron vigentes por 20 años. Seis años más tarde fue elegido para abrir una franquicia de la marca donde trabajaba, en la ciudad de Hamamatsu, la urbe más cercana a su pueblo natal.
No pasaría mucho tiempo para que Soichiro encontrara los ánimos suficientes y se independizara, emprendiendo así su legendaria travesía. Abrió su primer taller en 1937, invirtiendo todo lo que tenía (no solo dinero, sino tiempo, esfuerzo, horas de sueño, horas en familia y amigos) para lograr su objetivo de crear un eficiente aro de pistón que intentaría vender a Toyota Corporation.
Tras incontables horas de trabajo finalmente presentó su proyecto a Toyota. Fue un NO rotundo, no cumplía con los estándares de calidad para el gigante de la movilidad. Ello no lo desanimó. Aun siendo un hombre poco metodológico y mucho más pragmático, decidió iniciar sus estudios en la Escuela de Ingeniería de Hamamatsu para refinar sus conocimientos y así mejorar sus modelos. Su evidente desinterés por cumplir los créditos lo llevaron a ser expulsado por inútil. 
Pero en el mundo de Soichiro, la escuela era una herramienta más, su decisión de ver no verla como un sitio donde debía quedar bien, lo llevó a salirse sin titularse. Fue una nimiedad para Soichiro quien dos años más tarde firmó un contrato con Toyota donde diseñaría y desarrollaría sus métodos refinándolos y mejorándolos.
Las pruebas reales de tenacidad y resistencia comenzaron. Soichiro comenzó los preparativos para abrir su propia fábrica, y pidió al gobierno apoyo para la apertura, mismo que le fue negado pues Japón se preparaba para su participación en la Segunda Guerra Mundial y por tal motivo no se le podía suplir de materiales.
Era de esperarse que esta leyenda oriental no se daría por vencida, comenzó la construcción de su taller fabricando su propio hormigón, reuniendo a su equipo y juntando sus herramientas. Entonces llegó lo inevitable en esos tiempos violentos en Japón. Su fábrica fue bombardeada, hecha escombros sin manera de recuperar nada. Segundo intento, dijo Soichiro, desde los escombros reconstruyó y forjó un nueva fábrica, nuevas herramientas y su equipo de trabajo. 
La guerra fue despiadada y un segundo bombardeo hizo añicos su intento de establecer su nombre entre las marcas conocidas de motores. El tercer gigante que aplastó sin piedad los sueños de Soichiro fue un grave terremoto que acabó con su tercer intento de ponerse de pie. Y como es de sabios cambiar de opinión, frente a dichas adversidades, Soichiro vendió lo poco que le quedaba de su empresa a Toyota para iniciar una etapa completamente diferente.
Eran tiempos muy difíciles después de los bombardeos, la guerra estaba en su apogeo y a la gente le era muy complicado encontrar alimentos, los que estaban disponibles eran lo que los militares desechaban dejándolos a precios bajísimos para el público. Era 1946 cuando Honda fundó el Honda Technical Research Institute con lo que había ganado de la venta de su anterior fábrica. En esta empresa fundaría y concentraría todas las bases, esfuerzos e ideas que no pudo en sus primeros tres intentos.
Resultó que en esos difíciles tiempos de guerra, recorrer distancias fatigantes para abastecerse de alimentos era la norma, un día su esposa, cansada de hacerlo lo mandó a él a buscar arroz. Pensando en la problemática, se le ocurrió una simple idea. “Diseña tu propio motor para añadirlo a tu bicicleta” pensó. Suena simple, pero fue toda una faena. Cada pieza del depósito de gasolina era difícil de conseguir, pues los materiales eran complejos incluso estaba prohibida su distribución en ese momento. Al visitar la casa de su amigo Kezaburo, Soichiro encontró la pieza clave para su prototipo, un pequeño generador que hacía funcionar a los radios militares, creado por la empresa Mikuni Shoko. El producto final, una bicicleta que funcionaba como una moto, un intermedio entre una motocicleta ostentosa y una simple bicicleta. 
Fue su esposa Sachi quien fungió como conejillo de indias y la probó por toda la ciudad, robando las miradas de los transeúntes. En poco tiempo la idea se popularizaría y así Honda habría diseñado su primer motor auxiliar para bicicletas. El siguiente obstáculo: el excedente de los generadores de Mikuni Shoko se había agotado. Era hora de crear su propio generador e indagar las maneras de hacerlo. Así da a luz a A-Type, el primer producto patentado por Honda. 
El éxito voló como cohete a la luna, inclusive las fábricas de bicicletas ya añadían un lugar para que fuera posible incluir dicho motor auxiliar a cada unidad. Un año más tarde, reinventado más que nunca, Honda Motors, nuevo nombre de la compañía, lanzó el D-Type, mejor conocido como el motor “Dream”, el más icónico de Honda. Una década más tarde Honda se volvió la indiscutible líder en el sector de motores de la mano de su legendaria Super Cub C100, modelo que hasta el 2014 se había fabricado 87 millones de veces.
Los productos Honda son conocidos en el mundo no sólo por su buena calidad sino también por la filosofía tras ellos: “nuestra política es crear cosas que sirvan a los intereses de la gente”. Frase que está tatuada en las mentes de los talentos (porque no se les llama empleados a quienes trabajan en Honda) que colaboran en la prestigiosa marca. Honda se posicionó como la número en producción de motores con 14 millones de unidades al año décadas más tarde.
Los años siguientes fueron como una bola de nieve en caída pero de puro éxito avasallador. Soichiro dejó al frente de la administración a su amigo Takeo Fujisawa y se enfocó en invertir en tecnología e innovación al mismo tiempo de abrir su fundación donde buscaría la manera de que su empresa cuidara del medio ambiente. La consecuencia: una empresa posicionada como número uno en producción de motocicletas, luego, adentrándose en el mundo del automovilismo creó su icónico Civic en la década de los 70, aunque ya lo habían empezado a diseñar desde 1963. 
Cuatro años más tarde, otro modelo icónico, Accord, llegaría al mundo justo cuando el Civic lograba vender su millón de unidades. En 1989 el legendario Soichiro entró al salón de la fama y en 1990 se le concedió la medalla de Oro de la Federación Automovilística, por sus contribuciones a la Formula 1. El sueño llegó a su fin para Soichiro cuando falleció el 5 de Agosto de 1991, no sin dejarnos a todos la más que valiosa lección: escuchar nuestros sueños, mantener una voluntad inquebrantable y siempre pensar en el bien de los demás antes que el de uno mismo.