En Sudán decenas de miles de manifestantes han estado demandando la salida de quien los dirige desde hace décadas. En Argelia millones de personas forzaron la renuncia de su líder de las últimas dos décadas a inicios de abril. En Libia, mientras tanto, un general busca abrirse camino al poder con la promesa de poner fin al caos que se desató hace ocho años, cuando las protestas llevaron a la expulsión de su entonces dictador.
Hace tiempo que se atemperaron las esperanzas de cambio que surgieron en 2011 durante la Primavera Árabe, pero en varias partes del norte africano se sienten de nuevo los ecos de aquellas movilizaciones, con la sacudida que eso implica para los gobiernos de la zona y la consecuente incertidumbre respecto al futuro de las naciones.
Los veteranos de las luchas de la Primavera Árabe comentaron que las imágenes de las protestas recientes de sudaneses o argelinos parecen reviviscencias de una historia común. Las multitudes que exigen al presidente sudanés Omar al Bashir dejar el cargo son similares a las que se reunieron en plaza Tahrir en El Cairo o afuera del Ministerio del Interior tunecino hace ocho años.
Pero también lucen cercanos los reveses a y las desilusiones de esas protestas. Puede que los generales argelinos hayan conminado a renunciar a Abdelaziz Buteflika después de veinte años en el poder en un intento por aplacar a los manifestantes, pero los argelinos ahora tienen el reto de enfrentarse al sistema arraigado de personas corruptas que siguen en el gobierno que Buteflika dejó.
Y lo que está sucediendo en Libia con los intentos del general Jalifa Hafter de establecer una autocracia evoca lo que pasó después de los levantamientos en Egipto, Bahréin, Siria y Yemen.
“La historia se repite”, dijo entristecido Islam Lofty, líder de las protestas egipcias de 2011 que ahora vive en el exilio en Londres. “Es como un déjà vupara nosotros”.
Aunque los gobiernos autoritarios en la región han promovido la moraleja de que las revoluciones populares solo desatan el caos, los jóvenes de Argelia y de Sudán claramente aprendieron algo más de la Primavera Árabe: que las protestas sin violencia que son suficientemente numerosas pueden sacar hasta al dictador más atrincherado.
“Esa es la lección de lo sucedido en 2011 y de todas las revoluciones desde el inicio de los tiempos”, dijo Amjeed Farid, activista e intelectual saudita, en entrevista telefónica.
Los nuevos levantamientos en el norte africano también subrayan la idea de que las situaciones que llevaron a las protestas anteriores continúan con fuerza, como una población creciente de jóvenes desencantados, economías cerradas y corruptas que no dan cabida a quienes buscan trabajo y gobiernos autoritarios insensibles a lo que necesita el pueblo.
Los activistas en Sudán y en Algeria, así como integrantes de ambos bandos en el conflicto libio, dicen estar esforzándose para evitar repetir lo sucedido en los países árabes que se levantaron en 2011. Todos ellos, con la excepción de Túnez, están en caos o regresaron al autoritarismo.
Los líderes militares argelinos y sudaneses, de acuerdo con los manifestantes en ambos países, ya han recurrido a las tácticas que sirvieron a las autoridades egipcias durante y después de las protestas allí.
Las fuerzas de seguridad sudanesas han matado a decenas de manifestantes desde que empezaron las protestas en diciembre. Amjeed Farid, el activista, dijo que los médicos sudaneses hasta hicieron un boicot de hospitales militares en protesta al aparente respaldo del ejército a las tácticas de Al Bashir.
Pero en los últimos días de manifestaciones algunos soldados comenzaron a proteger a quienes protestaban de las policías y los grupos paramilitares que son leales a Al Bashir.
“El ejército los protegió y sorprende que lo estén haciendo, pero eso también conlleva que estén ganando popularidad entre el pueblo”, dijo Farid. Esa táctica, comentó, lo hace recordar lo sucedido en Egipto, donde los generales que ayudaron a sacar al presidente Hosni Mubarak fueron celebrados como guardianes de la revolución solo para cooptarla y después aniquilarla.
“Es un riesgo que existe”, dijo el activista sudanés, aunque recalcó que la oposición a Al Bashir tiene décadas de experiencia tras revoluciones y golpes como para negociar con el ejército.
Después de la caída de Mubarak en 2011, los egipcios islamistas que buscaban formar un gobierno hablaron expresamente de cómo evitar la “situación argelina”, en referencia a que veinte años antes los generales habían cancelado una elección para que las fuerzas islamistas no consiguieran el poder. Durante los siguientes diez años hubo una guerra civil entre el ejército argelino y los islamistas en la que murieron más de 100.000 personas.
Pese a los intentos egipcios por evitar esa suerte, sucedió algo muy similar después de su levantamiento. Los islamistas consiguieron el control del parlamento y de la presidencia en las primeras elecciones libres de Egipto. Pero los generales entonces disolvieron el parlamento y expulsaron al presidente electo; seis años después las fuerzas armadas con El Sisi son confrontados por los islamistas enfurecidos.
En la actualidad, son los argelinos los que hablan expresamente de querer evitar “la situación egipcia”.
El 2 de abril, cuando se anunció la renuncia forzada de Buteflika, el encargado de las fuerzas armadas que hizo las declaraciones tuvo gestos muy similares a los del oficial egipcio que habló de la salida de Mubarak. Prometió, con una mano alzada en saludo al pueblo, cumplir con las “demandas legítimas” de la gente.
Sin embargo, el gobierno interino argelino que fue nombrado está lleno de aliados de Buteflika y personas que le son leales, incluyendo el primer ministro que ha sido acusado de amañar elecciones. Así que muchos manifestantes argelinos no han querido celebrar tanto aún, como hicieron los egipcios tras la expulsión de su autócrata, sino que siguen en las calles demandando un cambio al “sistema” más abarcador.
“El poder del pueblo sigue vivo, al igual que el deseo de tener un presidente que no sea vitalicio”, indicó Khaled Dawoud, periodista que participó en el levantamiento en Egipto. “El modelo que establecimos en 2011 mantiene vigencia pese a los enormes esfuerzos de reprimirlo y distorsionarlo”.