Al gobernar aprendí a conjugar la ética de los principios
con la ética de las responsabilidades.
Felipe González. Político español.
El tiempo que está inmerso en todo proceso electoral, lejos de ser un tiempo ordinario, se convierte en una amplia gama de símbolos y subjetividades, similar a esa corriente literaria denominada realismo mágico, que tiene mucho eco en la idiosincrasia latinoamericana porque hay una tendencia a la especulación, al chisme y al rumor.
Lo delicado del caso, es que en México lo ordinario es estar, con mucha frecuencia, en algún proceso electoral, lo que induce a una conducta social con tintes de realismo mágico, casi permanente. En estas condiciones es muy complicado construir un país con visión de mediano y largo plazo.
Un espacio privilegiado en esos tiempos electorales, lo ocupa la tradicional campaña política, que pretende, por un lado, conquistar el voto ciudadano, especialmente de aquellos electores que tienen dudas en cuál será, finalmente, el sentido de su votación. Para este efecto, tanto los Partidos Políticos como sus candidatos habrán elaborado la plataforma electoral, que basada en sus principios ideológicos y en el análisis partidista de la realidad del país, la región o la entidad federativa, constituye la serie de propuestas y tendencias que ofertará el candidato y el partido.
Y por otro lado, recabar directamente de los diversos actores de la sociedad, la información más precisa y real posible, respecto a sus demandas concretas, sus iniciativas de desarrollo, y una serie de propuestas de acciones y proyectos, en todas las áreas del quehacer colectivo, que orienten y sustenten lo que en su momento se traducirá en el plan de gobierno.
En este contexto, una lectura detallada de la forma y el fondo de las campañas políticas, indican que éstas no han variado sustantivamente, por el contrario, han mantenido una serie de formatos y contenidos discursivos, plagados de lugares comunes, de formulas gastadas y de métodos mediáticos que no representan ningún atractivo para los votantes, y distorsionan el fondo de una campaña política.
Aún la utilización de las redes sociales, las encuestas de opinión, y los debates, se han contaminado de una especie de morbosidad al ocuparse de aspectos que nada tienen que ver con una cultura política de buen nivel. En ese afán por conquistar el voto ciudadano, a costa de lo que sea en muchas ocasiones, la historia indica que una buena parte de los eventos masivos de campaña, sólo son viables mediante la utilización del obsoleto método de los acarreados, los cuales asisten por muy diversas razones, la mayoría de las veces por la paga, por la despensa o simplemente por la gorra y la camiseta.
Hay también quien paga una suma nada despreciable por un frugal desayuno en un hotel de lujo, con la esperanza de ser tomado en cuenta o al menos identificado.
Apunte al margen es el hecho de que los convocados deben soportar una larga espera, hasta que el, ahora candidato, decide hacer su benévola aparición a un evento en el que él es el anfitrión. Es como si el dueño de la casa realiza una fiesta y resulta que es el último en llegar. Sin duda impera el realismo mágico, y en consecuencia, los principios ideológicos, las propuestas razonadas y soportadas, el planteamiento de los cómos y los por qués, el análisis serio de la Agenda Pública y todo aquello que debiera contribuir para configurar el inmediato Plan de Gobierno, es relegado a los últimos lugares.
La enorme preocupación por no salir derrotado ha inclinado la balanza del interés de partidos y candidatos hacia la utilización de la mercadotecnia, que en la actualidad, los esquemas y conceptos de la llamada mercadotecnia política, son muy sofisticados y muy elaborados por empresas especialistas en la materia. El riesgo inherente de la propaganda política consiste en que lo importante y el objetivo inicial y final es fabricar un producto cuyas características sean la presentación de una imagen impecable y atractiva para el consumidor que lo induzca a la compra sin restricciones.
Es decir, nuevamente los asuntos públicos y el ideario político son relegados a segundos planos, lo importante es que el producto se venda, luego ya veremos. En esta tesitura y más allá de los formatos logísticos de forma y fondo, México se prepara para unas elecciones que habrán de renovar el Poder Ejecutivo y el Poder legislativo, en las que están en juego la posibilidad de sacar adelante las reformas de fondo que devuelvan al país su liderazgo continental o seis años más de estancamiento institucional y crecimiento insuficiente.
Sin duda, habrá que esperar la correlación de fuerzas que se conformen en el Congreso de la Unión, a fin de evitar la parálisis de los últimos años, y de que los partidos sean capaces de consensuar las urgentes políticas de Estado. Sin duda, en estas campañas políticas, la realidad nacional, no la mágica, sino la que vive cada día la sociedad en la empresa, en el comercio, en la escuela, en el hogar y en la calle, espera respuestas.
El cierre masivo de pequeñas y medianas empresas, la proliferación de la economía informal, el endurecimiento y persecución fiscal en los tres órdenes de gobierno, pero más agudo en Estados y Municipios, la permanente pérdida de empleos que es el activo más valioso de cualquier empresa, el acelerado deterioro del poder de compra del salario, y el reacio sistema crediticio, público y privado, que inhiben la inversión y lesionan la competitividad de todas las actividades productivas, y dicho esto sin profundizar en el alarmante impacto social que genera una crisis económica permanente, esperan una respuesta contundente.
De igual manera, y por citar otra esfera, en México hay más de siete millones de jóvenes de entre 15 y 29 años de edad que no estudian ni trabajan. Conforman el llamado grupo de los ni-nis, que no es un problema menor sobre todo en los medios urbanos, y que está en la raíz de la violencia y la falta de oportunidades, porque ahora es realmente barato convertirse en sicario.
Aunado a lo anterior, un sistema educativo estigmatizado hasta el cansancio, pero que nadie asume la decisión de sacarlo a flote. El reciente largometraje documental De Panzazo, vuelve a poner el dedo en la llaga de una realidad que no es sorpresa para nadie. Su impacto va directo a la esencia de una sociedad: sus valores, su cultura y su identidad. Sin cimientos no hay edificación que se sostenga. En resumen, a finales de marzo y a tres meses de las elecciones para renovar los poderes federales, inician las campañas en pos del voto ciudadano.
Partidos y candidatos en campaña habrán de lidiar con esta impronta y tangible realidad plagada de disfunciones y turbulencias, que están agotando la paciencia y tolerancia de la sociedad. El ciudadano preparado e intelectual, el ciudadano que invierte, dirige una empresa y arriesga su patrimonio, el ciudadano de las fábricas, del campo y de las zonas indígenas, el ciudadano que estudia en las aulas y el que recorre las calles en busca de oportunidades, todos, absolutamente todos, tal vez como nunca antes, espera que los candidatos propongan una visión, viable, tangible y posible del país que derrote al escepticismo de la opinión pública. Del resto de problemas, México siempre ha salido avante.