Basura. De pesadilla para la ecología a una crisis geopolítica en ascenso

Desde 1945, con el crecimiento económico, la cantidad de desperdicios aumenta a una velocidad extravagante. Para el equipo del Banco Mundial, lo más preocupante es justamente el ritmo de crecimiento del basural planetario.

 
PARÍS.- La incapacidad del mundo para reciclar las toneladas de basura que producen a diario las economías opulentas del planeta se transformó en una pesadilla ecológica que ahora amenaza precipitar una confrontación geopolítica. En un gesto que simbolizó las dimensiones de ese enfrentamiento, Indonesia devolvió siete contenedores de desechos ilegales enviados por Francia y Hong Kong para ser reciclados en ese país.
Los contenedores expulsados contenían basura doméstica, plásticos y residuos tóxicos, todo en violación de las reglas de importación, según Yakarta. Dos habían sido despachados desde Francia y las autoridades indonesias se apresuraron a devolverlo al exportador en medio de un dispositivo mediático de dimensión internacional. El gobierno francés lanzó de inmediato una investigación y se declaró decidido a aplicar las sanciones previstas por la ley en caso de violación.
En todo caso, el episodio se inscribe en una larga lista de fricciones diplomáticas. Desde hace casi un año, los países del sudeste asiático se rebelan. Sumergidos en los desechos de Occidente, se niegan a seguir siendo los cestos de basura de los países ricos. Un motín inédito que siembra el pánico en la mecánica mundial de la gestión de desechos, que hasta ahora parecía bien aceitada.
Es que las cifras, y sobre todo sus proyecciones, son impresionantes: los 7500 millones habitantes del mundo produjeron 2000 millones de toneladas de desechos sólidos en 2016. Ese informe del Banco Mundial agrega que de aquí a 2050 los residuos podrían representar 3400 millones de toneladas.
Desde 1945, con el crecimiento económico, la cantidad de desperdicios aumenta a una velocidad extravagante. Para el equipo del Banco Mundial, lo más preocupante es justamente el ritmo de crecimiento del basural planetario.
“La masa de basura crece más rápidamente que cualquier otra polución medioambiental, incluidas las emisiones gaseosas que provocan el efecto invernadero”, señalan. ¿La causa? La conjunción de tres factores: el crecimiento demográfico, la urbanización galopante y el aumento del nivel de vida. Pero ¿qué hacer con esos desechos? Reciclarlos, cuando es posible. ¿Y los residuos que los países desarrollados no pueden tratar? Tirarlos en descargas a cielo abierto, enterrarlos, incinerarlos. Cada solución presenta costos medioambientales enormes y riesgosos. Lo mejor entonces -hasta ahora- era exportarlos.
Desde comienzos del verano boreal, Indonesia devolvió ocho contenedores de detritus a Australia y cinco a Estados Unidos, país al que piensa enviar otros 42. La semana pasada fue Camboya la que devolvió 83 de esas cajas metálicas llenas de plásticos usados a sus remitentes occidentales; entre ellas, 11 pertenecían a Canadá. Filipinas mandó 69 contenedores al mismo destinatario. Sri Lanka restituyó 11 a Gran Bretaña.

Malasia fue el primer país que lanzó la señal de alarma, después que las importaciones de plástico se triplicaron con relación a 2016, provocando un aumento exponencial de fábricas de tratamiento, que operan generalmente sin permiso. En mayo, el país anunció el reenvío de 3000 toneladas de basura a sus remitentes, entre otros, España, Japón, Estados Unidos y Francia.

“El año pasado nuestro país se convirtió en el principal destino de los desechos plásticos”, explicaba el diario Malay Mail. Antes -y durante años- era China la que ocupaba esa poco envidiable función de basurero del mundo. Solo que hace dos años el gigante asiático decidió decir basta, convirtiendo la cuestión en una auténtica pesadilla para los países occidentales, convencidos de tener el problema resuelto.
Hasta ese momento, Occidente tenía la costumbre de subcontratar en China el reciclado de sus desechos -particularmente, plásticos- a razón de siete millones de toneladas por año. Europa, como Estados Unidos, enviaban a China cerca del 50% de su producción de basura anual.
A China le convenía recibir dinero por reciclar y valorizar lo que se podía. El problema es que el resto terminó finalmente por saturar suelos y ríos en todo el país. En 2017, Pekín anunció a la Organización Mundial del Comercio (OMC) su decisión de endurecer en forma drástica las reglas de importación de plásticos y, más generalmente, de desechos. Ahí puso término -o casi- al ingreso de los materiales más contaminantes o difíciles de reciclar.

Reestructuración

El pánico de los países “exportadores” fue inmediato. En un informe retomado por el Bureau of International Recycling (BIR, por sus siglas en inglés), asociación mundial de los industriales del reciclado, la empresa Veolia France se inquietaba, sugiriendo que las evoluciones reglamentarias chinas podían conducir a reestructurar el mercado a escala europea.
Para Estados Unidos, la decisión podía “afectar potencialmente 6500 millones de dólares de exportaciones anuales y 150.000 empleos”, argumentaba el BIR, en un intento de convencer al presidente chino, Xi Jinping, de renunciar a su decisión. En vano: a principios de 2018, China comenzó a aplicar las nuevas normas.
Desde entonces, es la hecatombe: sin destino para sus desechos, los países occidentales buscan por todos los medios una solución, aun cuando tengan que recurrir al forcing.
“África podría ser el nuevo destino.”, explicó un experto, que prefirió no dar su nombre.
Ya lo es. África es desde hace años el destino “normal” de miles de toneladas de desechos electrónicos europeos, exportados en particular por Alemania y Gran Bretaña. A menudo se trata de chatarra, cuya exportación es ilegal, escondida en autos de segunda mano y enviada ilegalmente en barco, por ejemplo a Nigeria, según un informe de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU) publicado en 2018.

El estudio revela que en los años 2015 y 2016 el país africano importó cerca de 60.000 toneladas de aparatos electrónicos usados, de las cuales unas 41.500 (70%) se transportaron ocultas en autos de segunda mano también destinados a la reventa.

Europa manda por barco al extranjero miles de toneladas de basura electrónica cada año. La mayoría acaba en Nigeria y Ghana, países situados en África occidental. Esto está permitido cuando los aparatos -que van desde celulares y computadoras hasta heladeras- funcionan. Pero a menudo se trata de chatarra, cuya exportación desde la Unión Europea (UE) es ilegal.
Según los especialistas, la pequeña isla deshabitada de Henderson, ubicada en medio del Pacífico, entre Chile y Nueva Zelanda, a más de 5000 kilómetros de toda ciudad o industria, cobija la densidad de desechos plásticos más elevada del planeta (fuera de las descargas oficiales).

Clasificación

Para demostrar lo que ocurre en las costas de ese atolón, la bióloga Jennifer Lavers, del Instituto de Estudios Marinos y Antárticos de la Universidad de Tasmania, contabilizó 671 objetos por metro cuadrado. La acumulación de la basura es tan masiva que está a punto de convertirse en un marcador geológico.
En los años setenta, geólogos franceses habían propuesto con ironía una clasificación de las capas geológicas más recientes, distinguiendo el “poubellien supérieur” (basuriano superior), después de la aparición del plástico, y el “poubellien inférieur”, el período precedente.
Recientes investigaciones realizadas por la Geological Society of America en la playa de Kamilo, en el sur de Hawai, les dan lamentablemente la razón. Esos trabajos pusieron en evidencia la existencia del “plastiglomerado”, una nueva “roca” compuesta de una importante concentración de residuos plásticos fundidos y aglomerados con sedimentos, fragmentos de lava basáltica y residuos orgánicos.
¿Ese material rivaliza ahora con el aluminio, el cemento y las partículas radiactivas artificiales para convertirse en marcador de una nueva era geológica? ¿Será el “fósil” de nuestro tiempo? Solo los especialistas en estratigrafía (parte de la geología que estudia la disposición y las características de las rocas sedimentarias y los estratos) puede decirlo formalmente. La respuesta debería llegar en pocos años, cuando la Unión internacional de Ciencias Geológicas (IUGS) dé su veredicto.
Tal vez entonces sus expertos anuncien que la Tierra salió del Holoceno -que empezó hace más de 10.000 años-, para entrar en el Antropoceno, era en la que el hombre modificó irremediablemente el ecosistema terrestre, precisando además que fue a mediados del siglo XX cuando el planeta terminó por transformarse en un gigantesco depósito de basura.
Con información de La Nación