Hace siglos pudimos aprender la importancia de los entornos sociales y naturales donde los virus se arraigan y multiplican, porque convivimos con ellos y no siempre nos amenazan. La peste negra debió enseñarnos que virus prexistentes se multiplican y dispersan cuando se crean las condiciones apropiadas. En nuestro caso, esas condiciones las creó el neoliberalismo.
En Plagas y pueblos, William McNeill destaca algunas cuestiones de actualidad, cuando analiza la peste negra que barrió Europa desde 1347. Los cristianos, a diferencia de los paganos, cuidaban a los enfermos, se ayudaban entre sí en épocas de pestilencia y de ese modo contenían los efectos de la peste (Siglo XXI, p. 122). La saturación de seres humanos, sobrepoblación, fue clave en la expansión de la peste (p. 163).
La pobreza, una dieta poco variada y la no observación de las supersticiones, costumbres locales de los pueblos, por la llegada de nuevos habitantes, convirtieron las pestes en desastres (p. 155).
Braudel agrega que la peste, o hidra de mil cabezas, constituye una constante, una estructura de la vida de los hombres (Las estructuras de lo cotidiano, p. 54). Sin embargo, qué poco hemos aprendido.
La peste negra destruyó la sociedad feudal, por la aguda escasez de mano de obra a raíz de la muerte, en pocos años, de la mitad de la población europea y, también, por la pérdida de credibilidad de las instituciones. Este es el temor que ahora lleva a los estados a encerrar a millones.
La epidemia de coronavirus en curso, tiene algunas particularidades. Me voy a centrar en las sociales, porque ignoro cuestiones científicas elementales.
La epidemia actual no tendría el impacto que tiene, si no fuera por tres largas décadas de neoliberalismo, que ha causado daños ambientales, sanitarios y sociales probablemente irreparables.
Naciones Unidas por medio del Pnuma, reconoce que la epidemia es reflejo de la degradación ambiental. El reporte señala que las dolencias transmitidas de animales a seres humanos están creciendo y empeoran a medida que los hábitats salvajes son destruidos por la actividad humana, porque los patógenos se difunden más rápido hacia rebaños y seres humanos.
Para prevenir y acotar las zoonosis, es necesario atajar las múltiples amenazas a los ecosistemas y la vida salvaje, entre ellas, la reducción y fragmentación de hábitats, el comercio ilegal, la contaminación y proliferación de especies invasoras y, cada vez más, el cambio climático.
Las temperaturas a comienzos de marzo (invierno) en algunas regiones de España están hasta 10 grados por encima de lo normal. Además, la evidencia científica vincula la explosión de las enfermedades virales y la deforestación.
La segunda cuestión que multiplica la epidemia son los fuertes recortes del sistema sanitario. En Italia, en los pasados 10 años se perdieron 70 mil camas hospitalarias, se cerraron 359 departamentos y numerosos hospitales pequeños fueron abandonados. Entre 2009 y 2018 el gasto en salud creció 10 por ciento, frente a 37 por ciento de la OCDE. En Italia hay 3.2 camas por cada mil habitantes. En Francia 6 y en Alemania 8.
Entre enero y febrero el sector sanitario español perdió 18 mil 320 trabajadores, en plena expansión del coronavirus. Los sindicatos del sector denuncian abuso de la contratación de interinos y la precariedad en el empleo, mientras las condiciones de trabajo son cada vez más duras. Esta política neoliberal hacia el sistema sanitario, es una de las causas por las que Italia ha puesto en cuarentena a todo el país y España puede seguir el mismo camino.
El tercer asunto es la epidemia de individualismo y de desigualdad, cultivadas por los grandes medios que se dedican a meter miedo, informando de forma sesgada. Durante más de un siglo, sufrimos una potente ofensiva del capital y de los estados contra los espacios populares de socialización, mientras se bendicen las catedrales del consumo, como los shoppings.
El consumismo despolitiza, desidentifica e implica una mutación antropológica (como alertó Passolini). Hoy hay más personas que desean tener mascotas que hijos. Este es el mundo que hemos creado y del que somos responsables.
Las medidas que se toman, a largo plazo, pueden agravar las epidemias. El Estado suspende la sociedad al aislar y confinar a la población en sus casas, prohibiendo incluso el contacto físico.
La desigualdad es igual que en la edad media (hacia el 1500), cuando los ricos corrían a sus casas de campo cuando se anunciaba la peste, en tanto los pobres se quedaban solos, prisioneros de la ciudad contaminada, donde el Estado los alimentaba, los aislaba, los bloqueaba, los vigilaba (Braudel p. 59).
El modelo del panóptico carcelario digitalizado, que suspende las relaciones humanas, parece ser el objetivo estratégico del capital para no perder el control en la actual transición sistémica.