Guía para utilizar el poder en las empresas de manera correcta

Poder y autoridad no son lo mismo, aun cuando los usemos como sinónimos. El primero sirve para poner límites y orden. Es tan importante que no utilizarlo correctamente puede ser catastrófico.

Por: Jorge Arturo Llaguno Sañudo* / IPADE BUSINESS SCHOOL
Todos queremos ser “el capitán de nuestro navío”, siempre y cuando la mar esté en calma. Nadie quiere ser el capitán del Titanic justo después de la colisión con el funesto iceberg. Imaginarnos al mando del timón, con el horizonte abierto y la fuerza de la nave a nuestra disposición, resulta atractivo. Es seductor. Así es la idea del poder. Pero es tan sólo una herramienta sin cualidad moral: ni bueno ni malo. Como cualquier herramienta, puede utilizarse para el bien o para el mal. Para beneficio propio o social.
El poder es tan sólo uno de los dos lazos que se establecen entre quien hace cúspide y sus bases. Se acompaña de otro elemento, al que solemos confundir con el primero: la autoridad. Poder y Autoridad no son lo mismo, aun cuando los usemos como sinónimos.
El poder viene del vocablo latino potestas y hace referencia al dominio despótico sobre otros. La capacidad de modelar el comportamiento ajeno a nuestro antojo mediante la aplicación de la fuerza, pues quien tiene poder lo sustenta en estructuras sistémicas sociales que lo apoyan: el gobernante tiene a su disposición las fuerzas armadas y el director de empresa tiene sus políticas internas para contrataciones, despidos, bonos, etc. El poder sirve para poner límites, para imponer orden, para ayudar a una comunidad a mantener la disciplina y así crear una base estable para el desarrollo de sus individuos. Esa es su función.
La autoridad o autorictas implica conocimiento. Es maestría sobre un saber o quehacer humano. La autoridad en un campo se logra tras años de estudio, práctica, sacrificio y producción de obra. Hablar de una “autoridad en la materia” es referirnos a quien, por su ejercicio de vida, es capaz de juzgar y/o modificar una realidad concreta de la mejor manera posible. La autoridad sirve para la creación y el desarrollo. Tener autoridad permite crear guías, educar a otros, ayudar a la sociedad a crecer.
El poder obliga a ser obedecido. La autoridad inspira a ser seguida. El poder significa “te obedezco porque te temo”; la autoridad, “te sigo porque te creo”. El poder se obtiene de forma instantánea, al ser delegado por alguien más poderoso. La autoridad se va ganando a través del trabajo diario y la demostración de las propias capacidades. Idealmente, el líder cuenta con ambos elementos: el poder que se le delega desde el sistema y la autoridad que la comunidad le reconoce. Pero en la realidad, el poder llega primero y la autoridad se gana después. Y esto resulta particularmente complicado cuando se trata de enfrentar entornos demandantes.
La inseguridad personal dispara una de nuestras tres necesidades psicológicas básicas: la necesidad de mantener control. Pero el ejercicio del poder en la organización tiene un peligroso parecido con el ejercicio del control sobre la realidad. La capacidad de incidir en el comportamiento de los miembros de mi organización se vuelve un adictivo sucedáneo para el directivo inseguro o temeroso. Es común, ante la posibilidad de la tormenta, el observar líderes tornarse déspotas, centralizar las decisiones, ejercer el poder de maneras desbalanceadas. Racionalizan pensando que “en tiempos de crisis el capitán debe tomar el mando de la nave”, para enmascarar un profundo miedo ante realidades inciertas.
El capitán sí debe mantenerse firme durante las tormentas, pero antes de que éstas azoten, debe asegurarse que tiene a las mejores personas en sus puestos, listos para responder llegado el momento. Cuando la realidad económica y social atentan contra la estabilidad de la organización el líder debe hacer uso tanto del poder como de la autoridad. El poder, para tomar decisiones difíciles y ver que se lleven a cabo. Su autoridad, para analizar mejor la situación que enfrenta y para lograr que más personas aporten al diagnóstico y actúen por su cuenta de la mejor manera posible.
Un verdadero líder aprovecha los tiempos previos a las crisis para desarrollar a su organización, para ver crecer dentro de ella líderes intermedios y para dejar asentados los valores y principios fundamentales de su comunidad. Ante la crisis, hay que dejar actuar a estos líderes intermedios, pues la respuesta de la organización será más veloz y efectiva. Siempre y cuando los principios y los objetivos globales estén claros y haya una visión compartida.
Ante entornos demandantes se vuelve indispensable la comunicación uno a uno, para asegurarnos que compartimos la visión organizacional, los objetivos y otros líderes que le ayudarán a entender mejor la realidad y a responder también mejor ante ella. Esto implica autoridad y no sólo poder. De lo contrario, correrá el riesgo de hundirse.
*Profesor del área de Factor Humano de IPADE Business School.
 
Con información de Forbes.