Por Rebeca Rodríguez Minor.
MERCOSUR. el bloque económico conformado por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, ha mostrado desde sus inicios, un interés especial por Europa. Recordemos que los años noventa, fueron marcados por la entrada en vigor del TLCAN entre Estados Unidos, Canadá y México, dejando a Brasil la puerta abierta para asumir sin rivales, el liderazgo de Sudamérica.
La fundación del Mercosur dejaba ver la ambivalencia entre el gigante azteca y su visión neoliberal enmarcada por Washington, y el gigante carioca queriendo connotar los principios europeos, en una propuesta de integración más profunda y comprometida. Así, desde 1992, se firmó el primer acuerdo interinstitucional de cooperación entre la Comisión Europea y el Mercosur, con el objetivo de establecer el diálogo y la cooperación técnica entre las partes.
Para algunos analistas, esta estratégica iniciativa bilateral, le permitió al bloque sureño afianzar sus relaciones con Europa; por lo que tres años después, la relación intercontinental entre ambos bloques seguía fructificándose con la firma de una declaración conjunta sobre el establecimiento de un marco de cooperación económica, que planteaba como objetivo central, una asociación política y en su momento, la liberación comercial entre las partes.
A pesar de las tempranas buenas intenciones birregionales, Bruselas y Mercosur fueron incapaces por décadas enteras, de concluir exitosamente sus negociaciones sobre liberalización comercial y otros acuerdos de asociación. El impass más evidente, se dio debido a la gran divergencia de intereses al respecto del sector agrícola.
La Unión Europea es conocida por mantener férreamente, su tan polémica Política Agrícola Común (PAC), que subsidia y sobreprotege la producción primaria interna, violando la libre y leal competencia internacional, que afecta directamente al mundo en desarrollo.
Así, las naciones mercosureñas, que centran su ventaja competitiva en materias primas (commodities)e insumos agrícolas/ganaderos, no encontraban posibilidad alguna de negociación, mientras la Unión Europea se oponía tajantemente a flexibilizar su proteccionismo interno. A esto se sumó también, la resistencia sudamericana en aspectos relacionados con propiedad intelectual, servicios e industria; específicamente sobre lo que ellos consideraban una invasión de tecnología de punta europea, a los sectores industriales sudamericanos.
Geopolíticamente, la cada vez mayor injerencia de China en América Latina; y en específico en el Mercosur (quien se convirtió en su principal socio comercial en el 2017), así como la cada vez menor participación de la Unión Europea en el bloque sureño, contribuyó al enfriamiento y desinterés por concretar las relaciones intercontinentales.
Sorpresivamente, tras más de 20 años de desgastadas negociaciones intermitentes y en un titánico esfuerzo por reactivar y fortalecer al estancado Mercosur, los países miembros lograron en el 2019, firmar con la Unión Europea un Acuerdo de Asociación Estratégica; lo que supuso el mayor acuerdo comercial firmado por Bruselas, abarcando el 25% del PIB mundial con un mercado de casi 800 millones de consumidores y el 37% de las exportaciones mundiales de bienes y servicios.
La liberación pactada incluye la eliminación del 91% de los aranceles sobre los productos europeos en Mercosur (maquinaria y productos procesados, principalmente) y la desgravación gradual del 92% sobre los aranceles impuestos a los productos importados desde Sudamérica -incluyendo facilidades para las exportaciones agrícolas y ganaderas-; lo que podría contribuir a fortalecer sus propias cadenas de valor; ya que la Unión Europea es el mayor importador agrícola del mundo y Brasil; específicamente, es su segundo proveedor de productos primarios.
La reciente reactivación y culminación del proyecto bilateral se debió, en gran medida, a la empatía ideológica más de corte neoliberal que compartían los gobiernos argentino y brasileño en ese momento (Mauricio Macri y Jair Bolsonaro, respectivamente), y a la urgencia de ambos bloques por contrarrestar el proteccionismo irracional del gobierno estadounidense encabezado por Donald Trump. Casi la mitad del comercio del Mercosur, se dirige a la Unión Europea; por lo que, un tratado con su segundo socio comercial a escala global, resultaba imperante bajo esas condiciones.
A pesar de aquella afinidad política y el consenso intercontinental para firmar, la Unión Europea ha sido reticente en ratificar el acuerdo, argumentando inconsistencias graves en términos de política medioambiental; específicamente sobre la deforestación alarmante del Amazonas, que el gobierno actual de Jair Bolsonaro en Brasil ha mantenido en aras de favorecer las exportaciones agrícolas.
Aunque también se atribuye la negativa europea a la ratificación del mismo, a una estrategia política por parte de algunos países europeos, como Francia e Irlanda, por proteger sus propios sectores agrícola y ganadero.
El panorama sigue siendo escabroso en esta trunca alianza estratégica entre ambos bloques económicos; sin embargo, la esperanza vuelve a animarse, ahora que Luis Inácio Lula Da Silva, ha ganado nuevamente las elecciones presidenciales en Brasil. El gobierno vuelve a la izquierda progresista, a partir de enero del 2023 y Bruselas se muestra entusiasmada con este revire político carioca.
Se sentarán una vez más a negociar, confiando en que Lula retomará las políticas medioambientales afines al Acuerdo de París y por ende; los obstáculos para la ratificación del acuerdo comercial entre las partes, serán menos.
POR REBECA RODRÍGUEZ MINOR. Maestría en Relaciones Internacionales en la Universidad de Ámsterdam (Países Bajos). Doctorado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Co-autora del libro La reconstrucción de la política exterior de México: principios, ámbitos y acciones, de Jorge Navarrete (coord.) editado por la UNAM. Profesora Investigadora de la Universidad Anáhuac. rebeca.rodriguez@anahuac.mx