Es difícil imaginar que una pesadilla como esa ocurra en la actualidad. Enormes cambios han sacudido la industria farmacéutica a lo largo de las últimas dos décadas. Medicinas potentes que alguna vez solo estuvieron disponibles en los países adinerados ahora se distribuyen en las regiones más remotas del planeta y les salvan la vida a millones de personas cada año.
Casi veinte millones de africanos reciben tratamiento para el VIH por menos de cien dólares al año. Los medicamentos de óptima calidad para la malaria, la tuberculosis, la hepatitis C y algunos cánceres ahora se venden a precios mínimos en los países de escasos recursos.
Muchas de las veinte empresas farmacéuticas más grandes del mundo, antes satanizadas como especuladoras inmorales, ahora presumen de cómo ayudan a los países pobres y combaten las enfermedades desatendidas. Compiten en el Índice de Acceso a los Medicamentos, que califica sus iniciativas de beneficencia.
Varias de ellas incluso cooperan con las empresas indias de fármacos genéricos a las que solían tachar de “empresas pirata” otorgándoles licencias de patentes para que los fabricantes de genéricos puedan producir medicamentos baratos para África, Asia y Latinoamérica.
Sin embargo, aún hay oportunidades de crecimiento. La mayor parte del notable progreso de la industria se limita a unas cuantas compañías y sus esfuerzos dependen demasiado de los dólares de donantes, según un informe emitido el mes pasado por la Access to Medicine Foundation (una organización para promover el acceso de las personas pobres a los medicamentos), que publica el índice, así como entrevistas con expertos.
A medida que aumenta la expectativa de vida de la gente en los países en vías de desarrollo, se están incrementando las muertes a causa del cáncer, la diabetes y los problemas cardiacos. Las compañías farmacéuticas no han sido tan veloces al momento de proporcionar los tratamientos de padecimientos crónicos.
“La situación todavía es frágil”, comentó Jayasree K. Iyer, directora ejecutiva de la fundación. “Si alguna de las empresas da marcha atrás o se reducen las inversiones en el sector de la salud, el progreso alcanzado hasta ahora correrá peligro”.
El índice ahora califica a las veinte empresas estadounidenses, europeas y japonesas más grandes según sus iniciativas para distribuir medicamentos a las poblaciones más pobres del mundo. GSK (antes GlaxoSmithKline) ha ganado en todas las ocasiones y su calificación ha aumentado de manera constante.
Los siguientes lugares del índice han sido de distintas empresas, pero Johnson & Johnson, Novartis, Sanofi y Merck KGaA, con sede en Alemania, han tenido puntuaciones altas de manera regular. Las cuatro farmacéuticas japonesas comenzaron en los últimos lugares, pero Takeda hace poco subió al puesto número cinco y Eisai, al ocho.
La fundación que promueve el acceso a los medicamentos hace poco publicó una retrospectiva de lo que había cambiado desde que fue creada en 2005 por Wim Leereveld, un neerlandés que fue consultor de información de la industria.
En 1998, con 250.000 de sus ciudadanos que morían de sida cada año, el Parlamento de Sudáfrica legalizó la suspensión de patentes farmacéuticas para que el gobierno pudiera importar medicamentos genéricos. Casi de inmediato, 39 empresas interpusieron una demanda para revocar la ley y mencionaron a Nelson Mandela, el querido presidente del país, en el documento. Tras enfrentarse a la condena internacional, la demanda fue retirada en 2001.
“Estaba horrorizado”, dijo Tadataka Yamada, que trabajó en GlaxoSmithKline. “En aquella época, pasó de ser una de las industrias más respetadas del mundo a una que apenas estaba por encima de las empresas tabacaleras”.
Yamada terminó siendo uno de los personajes centrales en la transformación de la industria. Fungió como presidente de Salud Internacional en la Fundación Bill y Melinda Gates y después como jefe de Operaciones Médicas de Takeda, y ayudó a que esa compañía ocupara un lugar más alto en el índice de Acceso a los Medicamentos.
Hubo otros puntos importantes de inflexión, señalaron los expertos. Uno fue el giro de 180 grados del gobierno de Bill Clinton en 1999. Después de que el vicepresidente Al Gore fue presionado por activistas de los derechos de pacientes con sida durante su campaña presidencial, el gobierno decidió apoyar las iniciativas de Sudáfrica.
Otro punto de quiebre ocurrió en 2001, cuando Cipla, una empresa india, ofreció medicamentos para el VIH a Médicos Sin Fronteras a un costo de 350 dólares por paciente al año.
La oferta reveló los enormes márgenes de beneficio que las empresas farmacéuticas de marcas comerciales habían estado ganando y presentó a la industria india como un rival.
“Cipla fue impulsora del cambio”, dijo David Reddy, director ejecutivo de Medicines for Malaria Venture, una de muchas asociaciones públicas-privadas creadas para guiar las investigaciones de la industria.
El gobierno de George W. Bush fundó o apoyó a las agencias que se convirtieron en las compradoras más grandes de genéricos: el Plan de Emergencia del Presidente para el Alivio del Sida; la Iniciativa del Presidente para la Malaria, y el Fondo Global para Combatir el Sida, la Tuberculosis y la Malaria.
La Organización Mundial de la Salud comenzó a certificar los fármacos que eran seguros, una gran ayuda para los países que eran demasiado pobres como tener sus propias agencias reguladoras. Además, en 2008, Leereveld comenzó a emitir su sistema de puntuación.
Al principio, dijo, los grupos de defensa “me odiaron porque iba a hacer comentarios matizados” sobre la industria farmacéutica, a la cual aborrecían. Lo peor era que las empresas ignoraban sus solicitudes de datos.
Una asociación comercial, la Federación Internacional de la Industria del Medicamento (IFPMA), convenció a sus miembros de no responder ninguna de sus solicitudes. De cualquier manera, siguió adelante con información de fuentes públicas.
Recaudar dinero fue una lucha aparte. Con algo de respaldo del gobierno neerlandés, Leereveld voló a Seattle para recurrir a la Fundación Bill y Melinda Gates. “Se negaron tan rápido que regresé en avión sin siquiera tomar una segunda taza de café”, comentó.
Después el viento cambió de dirección. Antes de la publicación de la primera clasificación, permitió que las veinte empresas supieran cómo serían descritas.
“Ocho de ellas dijeron que algunas de nuestras respuestas eran erróneas, así que acabaron con la prohibición y participaron”, comentó. “Dos años más tarde, las veinte respondieron”.
Los líderes de la Fundación Gates también cambiaron de parecer. “Les dimos 1,5 millones de dólares en julio de 2009 y hemos proporcionado financiamiento desde entonces”, dijo Hannah E. Kettler, directora sénior de Programas para las Asociaciones de Ciencias Humanas de la fundación. “Es una herramienta valiosa con el fin de establecer objetivos para la industria”.
Otros sucesos que presionaron a la industria, dijo Eduardo Pisani, exdirector del grupo comercial IFPMA, incluyeron la cumbre de la ONU de 2011 en torno a las enfermedades no transmisibles y la Declaración de Londres sobre las enfermedades tropicales de 2012, que establecieron metas para eliminar esas amenazas.
‘Piensen en las oportunidades de negocio’
Actualmente, las empresas se valen de tres vías para que sus medicamentos lleguen a las personas de escasos recursos: recortan los precios, donan medicinas y otorgan patentes a las empresas de genéricos. Ahora más de cuatrocientos fármacos se venden a precios bajos. Las empresas donan más a menudo medicamentos que en Occidente se venden para la atención veterinaria, pero también pueden usarse para eliminar parásitos en los seres humanos.
El otorgamiento de licencias ahora se usa para alrededor de treinta medicamentos contra el VIH y la hepatitis C. Relativamente pocos ciudadanos occidentales pagan altos precios, pero los países en vías de desarrollo necesitan millones de dosis.
Desde hace poco, dijo Yo Takatsuki, jefe de Investigaciones sobre Inversiones Éticas de Axa Investment Managers en Londres, las empresas farmacéuticas han comenzado a ver un nuevo motivo para una distribución de sus productos en países pobres: las ganancias a futuro.
A medida que los mercados de Occidente maduran y las poblaciones se estabilizan, empresas como AstraZeneca y Sanofi ahora obtienen casi un tercio de sus ingresos de países en vías de desarrollo, dijo Takatsuki.
“Como inversionistas, les pedimos a las empresas que piensen en las oportunidades de negocio en los mercados emergentes, en vez de considerarlo una actividad filantrópica gratificante con la que pierden dinero”.
Leereveld, quien dijo estar “muy feliz y muy orgulloso” de los efectos de su índice, después fundó otros que clasifican a las empresas mineras según su cuidado del medioambiente y a las empresas de semillas según la manera en que llevan su producto a los pequeños campesinos.
Iyer, su sucesora, siente que el progreso apenas ha comenzado. “Dos mil millones de personas aún no tienen acceso”, dijo. “Y en los primeros cinco años después de un lanzamiento, los nuevos productos llegan a menos del diez por ciento de quienes los necesitan en países desarrollados, y menos del uno por ciento en países en vías de desarrollo. Ese es un desempeño bajo en materia de negocios y en el rubro del impacto social”.
Por Donald G. McNeil Jr con información de The New York Times en Español