Leer por leer no sirve de nada

Paco Ignacio Taibo II presentó en días pasados la Estrategia Nacional de Lectura. De los tres ejes que conforman la estrategia, el segundo está dedicado a la “disponibilidad” del libro. Al parecer, se cree que este es un factor determinante para que los mexicanos no lean. “No leemos porque el precio de los libros es muy caro, pues vamos a desbaratarlo, vamos a hacer libros baratísimos, vamos a regalarlos. Y no solo eso. Vamos a forzar a que el conjunto de la industria editorial baje sus precios, coeditando con ellos, sustituyendo importaciones (…)”, dijo el escritor. Regalar y abaratar libros no sirve de nada.
Leer es un acto lleno de gozo. Leer es bueno. Sí, eso es indiscutible. Son numerosos los beneficios de la lectura a nivel intelectual, emocional, espiritual y una larga lista más de aspectos. Sin embargo, en las últimas décadas se ha idealizado de una manera peligrosa y esto trae por consecuencia que se desvirtúen los esfuerzos por inculcar el hábito de leer.
Parece que en los ámbitos de la Cultura y la Educación es frecuente que se confundan los medios con los objetivos. Se han diseñado un sinnúmero de programas para fomentar la lectura que no han tenido un impacto significativo. Las razones son muchas. Por un lado, las estrategias son modificadas en su camino a llevarse a la práctica: son demasiado costosas, no se cuenta con los recursos necesarios y no son una prioridad.
Al final, la mayoría termina en buenas ideas, con buenas intenciones, pero con malas ejecuciones. Acciones que pasan a la posteridad nada más porque algunas autoridades salen muy sonrientes en algún registro, con el título del programa en el pie de foto. Quienes han estado ahí con un genuino interés de fomentar la lectura en el país hacen lo que pueden, pero nunca es suficiente (y ellos no son lo que salen en las fotografías). También es común que los programas no estén articulados entre sí y con el tiempo pierden fuerza y se diluyen. Se vuelven inoperables e inoperantes.

¿Qué diablos aportan 20 minutos de lectura al día? Nada. No aportarán nada si no se sabe qué leer, ni cómo leer.

La industria editorial en México ha crecido gracias a estos programas. El Estado se ha encargado de nutrirla y en gran medida esta depende de las licitaciones de Cultura y Educación. De esta manera es que, sobre todo la editoriales pequeñas e independientes, sobreviven. En México, así como en otros países de Latinoamérica,es prácticamente imposible que subsistan únicamente por lo que reciben de sus canales naturales de venta, como las librerías.
Se estima que en todo el territorio mexicano solo hay alrededor de 500 librerías. Tampoco se sabe con exactitud cuántas bibliotecas públicas hay. Hay apenas un par de ejercicios estadísticos por parte del gobierno federal a través de la Secretaría de Cultura, ya con algunos años encima. Es posible darse cuenta del panorama cuando ni siquiera hay cifras oficiales, ni estudios en forma sobre los puntos básicos de encuentro entre los libros y los lectores.
Sin embargo, sí es posible inferir que al haber tan pocas librerías y bibliotecas en el país, para atender a todos los millones de mexicanos, es un bajo porcentaje de la población el que visita estos recintos. Da igual que en uno haya que pagar por los libros y en el otro acceder a ellos sea gratis. Parece no haber demanda. Una hipótesis podría ser que para la mayoría de los mexicanos el tema de los libros no es tan relevante. (Me gustaría hablar con más certeza, pero insisto en que no hay mucha información que analizar).
Leer por leer no sirve de nada.
¿Pero por qué, si los libros son esos objetos maravillosos, con tantas bondades que hasta los artistas y futbolistas están hablando de ellas? ¿Por qué, si tan solo 20 minutos de lectura al día aportarán…? ¿…aportarán…? ¿Qué diablos aportan 20 minutos de lectura al día? Nada. No aportarán nada si no se sabe qué leer, ni cómo leer.
Un lector necesita explorar lo que le gusta para poder así comprender el valor de un libro, para realmente aprender a leer. Y es que no hay otra manera de aprender a leer que no sea disfrutando la lectura. El valor de un libro va más allá de dejar un mensaje o una moraleja, de entregar valores a través de finales moralinos y edulcorados, muchas veces hechos a la medida de lo que las autoridades de Educación consideran necesario para “formar” personas. Leer va más allá de cuántos libros se lean al año.
Leer más libros no necesariamente convierte a alguien en mejor persona o en un súper genio. La mayoría de los mexicanos desconoce el verdadero valor de los libros. Leer por leer no sirve de nada.
Aquel que realmente descubra lo gozoso de la lectura podrá acceder más fácilmente a más conocimientos, a vivir otras realidades y experimentar emociones a través de los personajes de las historias, desde la comodidad y seguridad de la silla del lector. Así, por ejemplo, se puede fortalecer el músculo de la empatía, ampliar los horizontes para tener más de una opción a la hora de tomar de decisiones y tal vez también se puedan “imaginar mundos que no tenemos en la mano, ver lo imposible, imaginarlo…”, como dijo Paco Ignacio Taibo II.

Culturalmente se tiene introyectado que los libros deban ser gratis o en su defecto, muy baratos, pero no se escatima a la hora de adquirir otro tipo de insumo con fines de entretenimiento.

Actualmente hay muchos libros muy buenos. También los hay muy malos. Los hay muy baratos y muy costosos. Y el que se vendan o no, se consulten o no, se lean o no, no tiene nada que ver con su precio. Si bien, la situación económica de la mayoría de los mexicanos apenas da para vivir al día y cubrir apenas las necesidades básicas, también es bien sabido que se consumen muchos productos, sobre todo tecnológicos, de precios muy altos.
Se necesitan programas efectivos y de largo aliento, que contemplen mediadores de lectura, así como otros actores que puedan brindar orientación a los lectores potenciales para inculcar efectivamente el hábito de leer. Es decir, actores de la cultura justamente remunerados por su labor.
Porque si se va a hacer algo al respecto, que ya no sea en las condiciones precarias que han caracterizado a la mayoría de los programas oficiales del pasado. Parte de la efectividad de los programas radica en que la gente que los opera sea profesional y goce de buenas condiciones laborales para garantizar su continuidad.
Ahora, también es importante conocer qué hay detrás de los forros, de las páginas, de las cajas de texto, de las figuras retóricas y de la tinta de los libros. Hay muchos agentes involucrados en su creación y a cada uno de ellos de toca un porcentaje de lo que cuestan. Los autores, los editores, los diseñadores, los impresores, los distribuidores necesitan los ingresos. Los libros no son caros, pero sí pueden ser costosos y esto dependerá de sus características.
Culturalmente se tiene introyectado el que estos deban ser gratis o en su defecto, muy baratos, pero no se escatima a la hora de adquirir otro tipo de insumo con fines de entretenimiento (aunque claro está que el libro abarca también otras esferas, como la de la educación, por ejemplo). Se debería analizar con mucho detenimiento qué tanto benefician a una campaña de fomento a la lectura, y por ende de valoración de los libros, las estrategias que pretenden abaratarlos o regalarlos.
Con información de Huffpost