Con tono irónico, Felipe González ex presidente de España, afirmaba en una conferencia magistral en la ciudad de México hace algunos años, que “la democracia era el peor de los sistemas políticos, con excepción de todos los demás”.
ALCANCES DE LA DEMOCRACIA. Sin duda, la expresión se orientaba a ratificar por un lado que la democracia siempre es una imagen, objetivo que nunca se alcanza totalmente, y por otro, que al ser una concepción humana, no podía ser perfecta, pero al menos, era la opción política más viable para lograr las aspiraciones de la sociedad, en comparación con los regímenes totalitarios.
Por consiguiente, la democracia es un proceso de la convivencia humana que está en constante construcción, pero que además, tiene que ver con otros elementos constitutivos del tejido social, y no sólo es asunto de la alternancia en el ejercicio del poder, como se ha pretendido acotar que eso es la democracia. Es una parte, importante, pero no es el todo.
Dos elementos son ineludibles para avanzar por el arduo, sinuoso y muchas veces lento camino de la democracia: el empoderamiento de la sociedad y la gobernanza.
Por el primero se entiende la capacidad de los integrantes de una sociedad, tanto de las personas físicas como de las personas morales, para abordar, conducir y controlar, mediante un proceso estructurado, su destino como ente colectivo.
A su vez, * la gobernanza, que es relativamente un concepto reciente sobre el cual hay amplia discusión, se refiere a la eficacia, calidad y buena orientación de la intervención del Estado, y tiene incidencia en la suma de formas y maneras de como los individuos y las instituciones públicas y privadas manejan sus asuntos comunes, para alcanzar aquello que se denomina el bien común y el desarrollo de los derechos y garantías individuales consagrados en la Carta Magna.
Hay acuerdos generales, entre los estudiosos y analistas políticos, en cuanto a cuáles deben ser los indicadores que deben considerarse para determinar si una autoridad política transita por el sendero de la gobernanza. No hay duda en los siguientes: estabilidad política, efectividad gubernamental, calidad de la regulación, estado de derecho, control de la corrupción, seguridad y justicia eficiente, disminución significativa de la violencia y confianza.
En tanto, procesos de la democracia, el empoderamiento de la sociedad y la gobernanza, si bien se estructuran en esquemas tangibles de operación, lo que de paso permite su ponderación y valoración de avance de metas, su real legitimidad no se consigue sólo con eficiencia y eficacia, es intrínseco la transparencia, la rendición de cuentas, la ética y moral pública, y la participación ciudadana.
En paralelo, hay que señalar que el tiempo traducido en calendario, tiene diferentes connotaciones e interpretaciones, según se acercan o se alejan eventos y acontecimientos que le imprimen al tiempo cronológico una carga subjetiva.
Tal es el caso del arranque acelerado de las elecciones federales, que en esta ocasión tiene un ingrediente subterráneo, que ha suscitado innumerables veladas conjeturas, toda vez que no se habla de él de manera directa, sino a través del gastado discurso de los partidos políticos, y que se orienta más a sus propios intereses.
Este ingrediente consiste en responder a la pregunta toral de si nuestro país será capaz de mantenerse en la ruta de la transición política mediante la alternancia de los poderes públicos, sin tener que pagar un alto costo como nación.
El tema del combate a la delincuencia organizada y su depredadora reacción, va deslizándose hacia un segundo plano en los titulares de los medios de comunicación masivos, así de trascendentes son los tiempos políticos por venir. Al mismo tiempo, nuevamente los temas torales de la agenda nacional, adquieren un contexto diferente, se vician porque se abordan y se sacan a la palestra de las discusiones, según puedan ofrecer capital político.
Entre ellos la reforma de moda es la política que se expresa en puntos tan específicos como la ampliación de periodos para presidentes municipales y legisladores, las candidaturas ciudadanas o los gobiernos de coalición, dejando de lado el tema central que es la verdadera reforma del Estado.
Las prioridades son mediáticas, y merecen atención en tanto tengan rentabilidad electoral, materias como el enorme costo que representa mantener y operar el aparato legislativo y el monto ofensivo del gasto total de los procesos electorales, por el momento no son relevantes, a pesar de la apremiante situación económica de millones de mexicanos.
El proceso democrático, incluyendo la alternancia del poder, podrá ser viable a través de un cambio de paradigmas en las relaciones de poder y en las redes de interacción público – privado – civil, en el entendido de que se busca un avance firme, consciente, congruente y productivo de dicho proceso.
En este orden de ideas, es de esperarse que los roles activos de los entes: público, privado y social, deban ser fuentes confiables, dicho de otra manera actores legítimos capaces de garantizar y dar cuenta de la toma de decisiones que afectan a la colectividad.
Sin embargo, el avance de la democracia, basado, entre otros elementos, en el crecimiento del empoderamiento de la sociedad y mejora de la gobernanza, así como una mayor calidad de los actores legítimos de la sociedad, no se logra por decreto, buenos deseos o pronunciamientos discursivos. Por el contrario, es imprescindible como condición construir credibilidad, que justamente es el puente por el que transita la convivencia social.
A su vez, la credibilidad, como una decisión racional de quien la otorga, demanda seguridad y educación, a fin de no convertirse en mero oportunismo. Al final de cuentas, el tejido social es el entreverado de hilos de alta calidad, resistentes, ordenados, consistentes y mensurables, que cada uno de ellos cuenta y contribuye a favor o en contra, de la producción del mejor lienzo posible.
* Gobernanza: Gobernanza es el concepto de reciente difusión para designar a la eficacia, calidad y buena orientación de la intervención del Estado, que proporciona a éste buena parte de su legitimidad en lo que a veces se define como una “nueva forma de gobernar” en la globalización del mundo posterior a la caída del muro de Berlín (1989). También se utiliza el término gobierno relacional; y en muchas ocasiones, la palabra gobernancia.