En 1993 Herman Konrad escribió sobre la Revolución Mexicana en Quintana Roo.
Me propuse releerlo para entender a los 8 mil estudiantes, deportistas y cuerpos policíacos que desfilaron frente a una Bahía y que con ello tropicalizan la historia nacional.
Debido al Centenario de la Revolución, los historiadores se pusieron a trabajar sobre el tema. Nos quisieron dar finos detalles de aquel acontecimiento para que se registre una radiografía actualizada y que no todo se reduzca a un ilustrativo y sintético texto de nuestra educación laica y científica.
Si existieran estadísticas que midieran los fervores patrios, estoy seguro que veríamos que la mayoría de los mexicanos conocen lo que sucedió aquella madrugada del 16 de septiembre de 1810, cuando inició la lucha por la Independencia; pero pocos saben lo que pasó en aquel 20 de noviembre de 1910, cuando oficialmente inicia la Revolución mexicana.
Como que somos más independentistas que revolucionarios y eso le da diferente sustento emocional a un grito en la plaza cívica, que a caminar por las soleadas calles con un rifle de palo o con trenzas y mostachos artificiales.
No estoy para contarles, pero la Revolución inició por un descontento entre grupos políticos y sociales. No fue algo así como que de pronto el pueblo anónimo se puso de acuerdo y dijera: “ya estoy hasta la coronilla de los impuestos, del autoritarismo o de la inequidad en la distribución de la riqueza y mejor voy a tomar los fierros para ver de qué cuero salen más correas”. Para nada.
Todo se dio por la sucesión presidencial de 1910. Porfirio Díaz decidió sacrificarse nuevamente por sus gobernados y propone reelegirse nombrando a Ramón Corral como el candidato a la vicepresidencia; eso molestó a los seguidores de Bernardo Reyes: no querían al “científico” Corral. Díaz unió a toda la clase política en su contra y acordaron derrocar su gobierno. Porfirio decide mandar a Bernardo de embajador a Europa, pero sus seguidores no se quedaron tranquilos. Pos que se creía, faltaba menos.
Los reyistas pronto se unieron al proyecto “antirreeleccionista” de Francisco Indalecio Madero, un señor rico que estudió derecho y administración de empresas en Estados Unidos y Francia, que además de aprender técnicas nuevas para que su hacienda produjera mejor, traiba ideas democráticas como el de sufragio efectivo, libertad de prensa, libertad de asociación y respeto a derechos sindicales (de los campesinos nada decía, eso despuecito lo hizo Emiliano Zapata). Todo lo contrario de lo que desde endenantes practicaba el nacido en Oaxaca.
Madero funda el Partido Nacional Antirreeleccionista y logra, además de los reyistas, el apoyo del Partido Liberal Mexicano y de los anarquistas. Y ya con eso, pues se postuló para la Presidencia de la República de 1910. Nomás que Díaz era malora y no se dejó fácil. Encarceló a Madero y realizó las elecciones, las cuales ganó “limpiamente” junto con Ramón Corral.
Ya ganada la contienda electoral, Porfirio deja libre a Francisco y éste se va para Texas. Desde allá, Don Francisco redacta el Plan de San Luis, donde llama al pueblo mexicano a levantarse en armas el 20 de noviembre de aquel año de 1910. Así fue como comenzó la bola.
En 1910 México tenía 15 millones de habitantes y, según la historiadora Aurora Gómez, 1.4 millones murieron por combates o por la hambruna y enfermedades: fue la novena guerra con mayor cantidad de muertos de los siglos XIX y XX. En aquella revista de estudios regionales llamada Eslabones, el canadiense Herman Konrad afirmaba con toda razón que nada de Revolución se dio en Quintana Roo: “como experiencia histórica, las primeras dos décadas del siglo XX tuvieron visos revolucionarios, pero no se puede afirmar que ésta haya sido producto de la Revolución”.
A excepción de las poblaciones de Isla Mujeres y Cozumel, las tradiciones locales eran incipientes y “no tenían la experiencia histórica común que poseían la mayor parte de las entidades de la República”, señala Konrad. Quintana Roo era la excepción en el esquema evolutivo político de México de esos años.
Tal vez, si forzamos los hechos, podríamos retomar la parte histórica-revolucionaria de Quintana Roo en aquel periodo comprendido entre junio de 1913 y junio de 1915, cuando el Territorio fue reintegrado a Yucatán por órdenes de Venustiano Carranza. “Este movimiento propició que Quintana Roo se viera envuelto en la resistencia yucateca contra Carranza, que terminó bajo la fuerza de Salvador Alvarado”.
Realmente Quintana Roo era en esos años una zona que ya estaba controlada por los militares y que lo continuaron haciendo hasta la década de los 30, ellos fueron los que institucionalizaron la Revolución en este territorio, tal y como lo detalla Teresa Ramayo en otro artículo de esa revista, controlada por empresas forestales y una incipiente clase política subordinada al centro del país.
La Revolución nos permea por aquello de ser parte de una federación de estados y por el compromiso nacional de construir un proyecto de identidad histórica y cultural. Acá no aportamos a la Revolución ni un gramo de plomo, ni un muerto. Ya los mayas se habían adelantado 60 años atrás y habían hecho su propia revolución y para los años de la Revolución mexicana estaban siendo pacificados.
La Revolución mexicana tuvo enormes costos, pero su saldo fue positivo. Después de ella, la voz y las organizaciones de muchos mexicanos ya no podían ser ignoradas, culturalmente se perdió en el campo el respeto al patrón, se crearon las condiciones para la reforma agraria y la expropiación de recursos naturales de patrimonio nacional.
Pero sobre todo, se acaba con el antiguo régimen que frenaba la modernidad social y que ya habían trazado los liberales del siglo XIX: se termina con el caudillismo y se crea la Constitución Política de 1917.
Sigue la tarea pendiente de revisar qué queda de aquellos saldos revolucionarios, en dónde terminaron los pedazos de esos ideales maderistas, zapatistas y villistas que movieron a miles de personas. Y sobre todo, llevar a contraluz de un siglo las realidades de una nación que ahora se encuentra en una seria crisis económica, pero que socialmente ya no es la misma de hace cien años.
Revolución Mexicana: Y…¿Quintana Roo?
https://revistagenteqroo.com/titulo-lideres-politicos-su-ideologia-es-consistente-o-son-lideres-efimeros/
CONTEXTO:
Revolución Mexicana, el gran movimiento social del Siglo XX
El domingo 20 de noviembre de 1910, desde las seis de la tarde, iniciaba el levantamiento armado convocado por Francisco I Madero para poner fin al gobierno de Porfirio Díaz, y establecer elecciones libres y democráticas.
Así lo establecía el llamado Plan de San Luis proclamado por Madero desde su exilio en San Antonio, Texas.
Ese manifiesto denunciaba los abusos del régimen porfirista y ofrecía, entre otros proyectos, restituir a los campesinos los terrenos que les habían sido arrebatados arbitrariamente.
La apelación al apoyo rural significó que el campesinado se sumara de manera unánime al alzamiento maderista, al igual que los indígenas y los mestizos.
A finales de mayo de 1911, los generales Pascual Orozco y Francisco Villa tomaron Ciudad Juárez, Chihuahua, lo que representó el triunfo de los rebeldes; después de las elecciones de octubre de ese año, elevó a Francisco I. Madero a la Presidencia, en lo que fue la primera etapa de la #RevoluciónMexicana.
En su libro Breve Historia de la Revolución Mexicana, el político y académico Jesús Reyes Heroles (1892-1985) subrayó que, efectivamente, la causa fundamental del gran movimiento social que transformó la organización del país en casi todos sus variados aspectos, fue la existencia de enormes haciendas en manos de unas cuantas personas con mentalidad conservadora o reaccionaria.
Al serio problema de la distribución de la tierra, se sumaba la situación de miseria de los campesinos, que estaban prácticamente sometidos al poder de los grandes terratenientes, ya que les regulaba el salario y, a través de las llamadas “tiendas de raya”, les proporcionaba el alimento y el vestido al precio que deseaba.
No solo eso, se permitía a los sectores empresariales la explotación de los obreros, con bajos salarios, largas jornadas de trabajo, nulas prestaciones, trabajo dominical y nocturno; además de la inseguridad e insalubridad de los talleres.
El movimiento revolucionario continuó los siguientes años con descontentos entre las distintas facciones que lo iniciaron. Uno de ellos fue Emiliano Zapata, quien al frente del Ejercito Libertador del Sur, reclamaba a Madero haber incumplido lo ofrecido en cuanto a la devolución de tierras a las comunidades indígenas y agrarias del estado de Morelos; en tanto en Chihuahua, al norte, Pascual Orozco acusaba al presidente de corrupción y traición al país.
Posteriormente, Madero fue víctima de la asonada militar conocida “Decena Trágica”, ocurrida a partir del 9 de febrero de 1913. En un principio, Victoriano Huerta, en su condición de general maderista, combatió ese levantamiento de oficiales del viejo régimen porfirista, aunque luego se pasó a sus filas, con la mirada puesta en ocupar la presidencia, lo que ocurrió después del asesinato de Francisco I Madero.
Venustiano Carranza y Abraham González, como gobernadores maderistas, se pronunciaron en contra del usurpador Huerta. Mientras González fue muerto Carranza, con el Plan de Guadalupe, convocó al pueblo a tomar las armas para restablecer la legalidad en el país.
Se formó el Ejército Constitucionalista, con Francisco Villa en el norte, Álvaro Obregón en el noroeste, Pablo González en el centro, y Emiliano Zapata en el sur. Carranza y “Pancho” Villa combatieron al gobierno de facto hasta la renuncia de Huerta en 1912, tras la invasión estadounidense a Veracruz.
Se considera que la promulgación de la Constitución de 1917 puso fin a la Revolución Mexicana; sin embargo, la lucha se prolongó más tiempo, antes de que el país se estabilizara.
Otros personajes relevantes de la Revolución Mexicana fueron: José María Pino Suárez, Felipe Ángeles y los hermanos Ricardo, Enrique y Jesús Flores Magón; así como Aquiles, Carmen y Máximo Serdán.