AMLO y las formas de la cultura

Hace 30 años, la decisión fue de entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, quien llegó al poder sin el respaldo de elecciones limpias pero buscó a los opinadores y a los artistas para legitimarse.

El proyecto cultural de la Cuarta Transformación plantea una pregunta que no se hizo hace 30 años, cuando se institucionalizó el apoyo a los creadores: ¿Quiénes son estos creadores? ¿Son seres excepcionales cuyos productos brotan de la nada inspiradora? ¿O lo son también quienes crean bienes en las aulas agujeradas de los pueblos, renovando la tradición? ¿Es “más” creación la instalación de video en un museo que una canción de rap en otomí? ¿Quién decide a dónde van esos recursos provenientes de nuestros impuestos?

Hace 30 años, la decisión fue de entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, quien llegó al poder sin el respaldo de elecciones limpias pero buscó a los opinadores y a los artistas para legitimarse. Así, Octavio Paz acabó hablando sobre la “excepción mexicana” para no admitir que el llamado Partido Único, el PRI, era de la misma naturaleza que las dictaduras de sus temidos remedos en Europa del Este. Otros bautizaron al PRI como “régimen de partido dominante” y crearon una “legitimidad de desempeño”: si la dictadura era buena no era tan condenable.

Como pago a tanta creatividad retórica, el Estado armó un sistema de reconocimientos, consagraciones, becas y publicidad oficial para ciertos creadores, el cual está siendo cuestionado ahora por primera vez. De un lado, hoy se transparentan los cientos de millones de pesos entregados en publicidad, apoyos para producción e investigación de revistas y diarios que, sin el Estado mexicano, no existirían. Del otro, se sabe ahora que se otorgaron becas millonarias a fundaciones privadas, como las de TV Azteca, para orquestas infantiles. Y, de paso, algunos creadores recibieron becas duplicadas—como autores y a sus editoriales— durante 18 o 20 años consecutivos. El recorte a estos gastos es lo que se está confundiendo, no sin cierta malicia, con “estar contra la cultura”.

Lo que se creó al amparo de los recursos públicos fue una pequeña instancia de consagración que abarcó a dos o tres barrios de Ciudad de México, donde se concentraron los apoyos a los creadores que, en una cofradía del elogio mutuo, sintieron que los recursos públicos eran una especie de “derechos adquiridos” que nadie puede revisar, debatir o cambiar.

No sin perversidad, el Partido Único permitió que cuajara esa instancia validada por “el arte desinteresado” y “la creación pura” a condición de que ninguno de sus bienes en juego tuviera audiencia, público, lectores.

El efecto todavía está a la vista: nuestros cineastas y artistas plásticos triunfan en los festivales de Europa y Estados Unidos, sin que sus productos sean conocidos por la mayor parte de los mexicanos. Las bodegas del Estado se llenaron de libros no leídos, películas enlatadas, composiciones y proyectos arquitectónicos que sólo se vieron en papel. El transparentar ese juego es lo que hoy se tacha de “estar contra la cultura”.

El dinero público en cultura ha aumentado 52% para las comunidades y, aunque no se redujo para las creaciones de las artes liberales, en general va hacia un proyecto mucho menos restrictivo tanto a nivel geográfico como de quién considera el Estado que es un creador. Si el presupuesto de la Secretaría de Cultura fue de 11 millones 716 000 pesos en el 2018, para 2019 aumentó en 677.9 millones. Se recortó en burocracia, duplicidades y renta de edificios. Apenas en 2014 se hablaba del desfalco de la misma Secretaría de Cultura por 350 millones de pesos, en servicios pagados y nunca entregados.

El malestar está, como siempre, en el gusto de los otros. No existen los aristócratas del instinto estético, sino un conjunto de condiciones sobre las que se dice que algo es o no artístico, valioso estéticamente, formalmente válido para ser publicitado. En México, ese espacio se abre desde la mirada del Estado hacia otros bienes simbólicos que se crean en comunidades, sierras, desiertos, pantanos, más que a los artistas validándose entre ellos. La intención presupuestal y retórica de la cultura de la Cuarta Transformación es otorgarle legitimidad cultural a lo que antes sólo fue considerado como artesanía, folclorismo, indigenismo o “lo popular”, y nunca como arte susceptible de ser conservado y consagrado.

Por supuesto que todavía faltaría establecer un circuito de apreciación de estas nuevas creaciones de arte que enseñara en las escuelas su tipo propio de decodificación, que lo distribuyera y reconociera en las universidades, que creara sus propios premios, becas, restauraciones. Nadie está “contra la cultura”, sino a favor de una apertura de las formas, autores, maneras de producirla. Por eso no entiendo cuando se dice que los artistas están “sorprendidos” de que, pese a su valioso apoyo a las izquierdas, no les hayan devuelto tanto favor electoral con una recompensa priísta. No votamos para recibir algo a cambio. Lo hicimos por una disminución de la corrupción y de la desigualdad.

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