CHILE. Visión y liderazgo sociales. El sentido común logró tender puentes entre enemigos centenarios y los objetivos comunes privaron sobre las envenenadas e irreconciliables diferencias.
De seguir por donde va, Chile será el primer país desarrollado de la América Latina. Las lecciones chilenas son varias y de alguna manera nos confrontan: Chile es un caso atípico del modus operandi latinoamericano.
Se trata de otro carácter para enfrentar los retos de una nación. Lo primero que destaca es quizá el pragmatismo. Siendo Chile una nación con fuertes divisiones ideológicas —izquierda y derecha radicales— en las últimas décadas la prosperidad como anhelo se ha impuesto. Se trata de una “anti-ideología”, si se me permite el término. El sentido común ha logrado tender puentes entre enemigos centenarios. Los objetivos comunes privan sobre las envenenadas e irreconciliables diferencias.
Ese pragmatismo es el que ha posibilitado una continuidad de programas y acciones de gobierno que es excepcional en el área. La ruptura caprichosa con lo anterior, sea del signo que sea, es un síndrome de debilidad que ha dañado mucho a nuestros países.
El asunto era en Chile particularmente difícil porque fue en la larga y cruenta dictadura de Pinochet en la que se gestaron algunas de las medidas modernizadoras que hoy brindan cosecha. Enterrar la dictadura pero no sus aciertos económicos demandó mucha prudencia de Patricio Aylwin, Eduardo Frei y por supuesto Ricardo Lagos.
Al romper con esa tradición los chilenos consiguieron una visión de largo plazo. Eso les permitió cimentar un futuro económico que hoy arroja prosperidad.
Un ejemplo: el sistema de pensiones chileno ha acumulado recursos equivalentes al 60% de su PIB. En México es la décima parte, alrededor del 6%. Esa gran bolsa de recursos les permitió elevar su ahorro interno al doble del de México. No hay país próspero con un bajo ahorro interno.
Los chilenos lo entendieron bien y actuaron en consecuencia. Demócratas cristianos o socialistas, el que fuera, se debía continuar con la persecución de ese objetivo y lo consiguieron. Chile rompió con otra tradición típica de Latinoamérica, la de buscar responsables en el exterior. Dejaron atrás a los “lobos malos” de los imperios y se concentraron en “poner la casa en orden”, como lo ha dicho Ricardo Lagos en una excelente entrevista de Andrés Oppenheimer.
Las finanzas públicas se han manejado escrupulosamente, lo cual les ha permitido llegar al superávit. Con ese superávit han podido impulsar políticas anticíclicas, como ocurrió después del 11 de septiembre de 2001.
La base de ese superávit fue una reforma fiscal omnicomprensiva, sin excepciones, con impuestos indirectos y al consumo, que hoy les permite recaudar más del 30% del PIB. México no llega al 15%. Con una recaudación así las posibilidades de acciones del estado chileno se multiplicaron.
Habiendo puesto “la casa en orden” Chile tuvo la fortuna de ver llegar a un hombre excepcional a la presidencia: Ricardo Lagos. El hoy ex presidente, que termina su gestión entre merecidos aplausos, supo darle a ese país un impulso de modernidad con justicia social admirable.
Lagos, quien inició su gestión todavía con los candados políticos de la dictadura —senadores vitalicios y la imposibilidad de modificar la constitución, entre otros— vio con gran claridad que su gestión podía quedar atrapada por la guerra contra el pasado de la dictadura. Desde el primer día de su mandato delimitó territorios: nunca condicionó la consecución de la prosperidad a la condena al dictador.
Ricardo Lagos perfeccionó los programas de combate a la pobreza que han permitido allí la reducción a la mitad de esa vergüenza que los mexicanos conocemos muy bien. Sin tapujos típicos del viejo socialismo, se lanzó a la búsqueda de inversiones que su país necesita, como nosotros.
El gran atractivo fue la claridad en las políticas de inversión. Pero Lagos fue más allá, la inversión debería generar empleos y éstos deberían beneficiar predominantemente a las mujeres chilenas, muy rezagadas en su incorporación a la economía.
El giro social es real, profundo y visionario. Con realismo Lagos miró al norte y logró un acuerdo comercial con Estados Unidos sin que esto doblegara a Chile frente a la gran potencia, como lo demostró durante el tenso período de la guerra en Iraq. Pero no se quedó allí, consciente de la pujanza asiática, también abrió la economía chilena hacia ese continente. Fue una apertura con rumbo y estrategia.
Pero quizá la mayor aportación histórica de Lagos fue concebir una nueva forma de justicia social. Así como en el siglo XIX la propiedad de la tierra fue determinante del destino de los individuos, determinante de la justicia, así como en el XX lo fue la propiedad industrial, hoy, argumenta Lagos, es el conocimiento el que abre o cierra las puertas. El acceso al conocimiento es el nuevo instrumento de justicia social.
Con ese principio su gestión apoyó muy diversos programas educativos que garantizan las oportunidades abiertas a todos y que sean la pujanza y el talento las que marquen las diferencias. Sin pelearse con el mercado, por el contrario usándolo, sin pelarse con las inversiones o los inversionistas, sin acudir a mitos insostenibles como la propiedad estatal y con una visión moderna de la justicia, Lagos dejó un ejemplo de las múltiples posibilidades de un pensamiento social moderno.
En 1988, cubrí el plebiscito por el cual Pinochet habría de dejar el poder. La fiesta popular del 6 de octubre por el triunfo del NO es el encuentro humano más emocionante que he vivido. En las ajetreadas oficinas de la “concertación”, detrás de un sencillo escritorio, conocí a Lagos. Sobrio, sereno, con mística. En 2006, su ejemplo revive opciones de justicia. Con un socialismo así lo único que queda es decir: ¿en dónde firmo?— México, D. F.