Por: Miguel Carbonell
Revisando los listados propuestos por los partidos políticos con los nombres de los candidatos a diversos cargos de representación popular, no puede uno dejar de preguntarse cuáles son los criterios con base en los cuales son elegidos.
¿Qué es lo que justifica que un futbolista bastante regular quiera ahora ser alcalde de Cuernavaca? ¿cómo es que se está considerando el nombre de Armando Manzanero para ser titular de una delegación en el Distrito Federal? ¿con qué criterio se incluye en la lista de candidatos plurinominales al exdelegado en Iztapala, que tienes pésimos antecedentes? ¿qué factores inclinaron la balanza a favor de decenas de “políticos chapulines” que dejaron inconcluso un nombramiento anterior y ya están brincando al siguiente, sin haber cumplido nada de lo que prometieron en la campaña de hace tres años?.
Ojo: no estoy cuestionando la posibilidad jurídica de que todas esas personas sean candidatas a un cargo de representación popular. Si son ciudadanos mexicanos y cumplen con algunos requisitos adicionales es obvio que pueden participar e intentar convertirse en funcionarios públicos. Pero la pregunta importante no es sobre sus derechos fundamentales de participación política, sino sobre la idoneidad para desempeñar el cargo.
Todas las encuestas demuestran el enorme hartazgo y la profunda desconfianza que sienten millones de mexicanos por su clase política. ¿Acaso consideran los partidos que postulando a cantantes, futbolistas, payasos o actores va a mejorar su deteriorada imagen? ¿así es como piensan resolver los problemas del país?
Ciertamente, me queda claro que una persona que aspire a ser representante popular no tiene que tener un doctorado, ni ser candidato al Premio Nobel de Literatura, pero ¿acaso no hay mejores mexicanos que los que ya sabemos que se van a postular para pedir nuestro voto y llegar a representarnos? ¿acaso los partidos no pueden encontrar mejores perfiles, que se hayan destacado por su compromiso social, por su conocimiento de ciertos temas, que tengan la preparación adecuada o por lo menos que hayan leído más de tres libros a lo largo de su vida? ¿de plano está tan fregado el país para que no haya mejores mujeres y hombres que puedan hacer un papel digno como diputados federales, gobernadores o presidentes municipales?
Está a la vista el resultado que nos ofrecen a los ciudadanos aquellas personas que son nombradas para un cargo público sin tener preparación alguna para desempeñarlo: basta voltear a ver al Congreso de la Unión, a muchas oficinas del poder ejecutivo y hasta a la Suprema Corte. Y ya ni hablemos de lo que sucede en la mayoría de las entidades federativas y en los municipios, puesto que en todos abundan la improvisación, el nepotismo (de este tema nos podría hablar mucho Ángel Aguirre Rivero, por supuesto), los recomendados y hasta los aviadores.
Mientras no elevemos el perfil de nuestros representantes populares, será imposible que el país salga adelante. Pensemos que esas personas son las que se encargan de aprobar el presupuesto público, fijan el monto de los impuestos que debemos pagar y revisan que el gasto gubernamental se ejerza correctamente. Son tareas de la mayor importancia, que no deberíamos dejar en manos de personas cuyo mayor mérito para ocupar una curul es el de haber trepado por las estructuras partidistas a lo largo de muchos años.
Por eso es que, antes de emitir nuestro voto el próximo domingo 7 de junio, debemos leer con atención y detalle el currículum de los candidatos, a fin de elegir al mejor de ellos o, por lo menos, al menos peor. Recuerden que la mediocridad se contagia; hay que vacunarnos por medio de la información y el ejercicio responsable de nuestro derecho a elegir a nuestros representantes.