La cultura de la toma de decisiones

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La planeación es la base que sostiene el funcionamiento y el rumbo de cualquier organización humana, y de ésta depende en gran medida el éxito o el fracaso, toda vez que no sólo se definen los objetivos y las metas, se establecen también, las estrategias y procesos para la consecución de los planes propuestos.


Como toda organización conformada por seres humanos, la toma de decisiones requiere de legitimidad y apropiación individual y colectiva. A su vez, los diferentes modelos administrativos, principalmente los provenientes de las compañías japonesas, resaltan el aspecto de la cultura organizacional, que es toda esa serie de patrones de conducta, conceptos, y valores que ocurren al interior de una organización y representa su parte emocional e intangible.


En la administración pública, a pesar de los esfuerzos realizados, la planeación no ha alcanzado el éxito deseado, y esto se debe, a que no se involucra a la sociedad en el diseño de las políticas públicas, y al no practicarse un consenso social verdadero, no se establecen compromisos reales que permitan alcanzar objetivos comunes, orientados al logro de un desarrollo sostenido y sustentable, y a mejorar las condiciones de vida de la población en su conjunto.


Bajo el principio de respetar las facultades y atribuciones que a cada parte le corresponden, a fin de no ser sustitutivos, el binomio sociedad y gobierno es la parte sustantiva y sujeto obligado que materializa los planteamientos descritos en los planes y proyectos a los que aspiramos como nación.


Nunca como antes, es imperativo reconocer y acotar los alcances de la autoridad, y las potencialidades y fortalezas de los actores sociales, que son, al final de cuentas, los que tienen en sus manos, la construcción del desarrollo.

En el otro lado de la moneda, hay que reconocer que la movilización social se ha convertido, cada vez más, en un gran negocio, y ha sido capturada por intereses totalmente ajenos a los que la originaron, convirtiéndose así en un suculento botín.

Al amparo de justas demandas ciudadanas o de mediáticas e inconsistentes denuncias, liderazgos mesiánicos o sectarios, se disputan el abanderamiento de las causas sociales para medrar en su favor.


Así las cosas, el escenario está completo, la autoridad le teme a la movilización por los métodos que ésta utiliza, aún por encima de la ley, y cuando puede la reprime, también por encima de la ley, entre tanto, los parciales conductores presionan por fuera a la autoridad, y capitalizan en prebendas, oportunismos, poder económico o de negociación, y  en protagonismo, toda vez que tienen en sus manos el manejo de las masas que se prestan a lo que sea, con la promesa de recibir una migaja del pastel.


Es entendible, en consecuencia que cada una de las partes, la autoridad y la sociedad, tengan prejuicios respecto al otro, estatus que impide establecer alianzas positivas y acuerdos sensatos y transparentes.

En materia de crecimiento económico, llama la atención que hoy en día, todavía impere en el gastado discurso político, la promesa de generar, desde la acción gubernamental, cualquier número de empleos, permanentes y bien remunerados, cuando la realidad demuestra que son los empresarios, grandes o pequeños, quienes al invertir su patrimonio en alguna actividad productiva, crean en automático el empleo.


En todo caso, el mensaje político debiera centrarse en implementar las condiciones normativas apropiadas, así como establecer las facilidades en las políticas gubernamentales que promuevan e impulsen que el sector productivo genere más y mejores empleos. Pareciera que sólo es un asunto de semántica, sin embargo, es algo más profundo que tiene que ver con la cultura organizacional para la toma de decisiones de los asuntos públicos.


Esta cultura es la que mantiene y generas entre los miembros un sentimiento de identidad y permanencia, que a su vez, le permite a las sociedades crear sistemas integrales colectivos de códigos de conducta. De tal manera que un imperativo en los tiempos actuales, es la creación o adecuación de sistemas de planeación participativa con modelos claros que la sociedad haga suyos, y eliminen la resistencia habitual, en gobierno y gobernados, porque a final de cuentas, el desarrollo y la toma de decisiones es un asunto de todos.


En el eje central de estos procesos, está la confianza, valor que debe ser el fruto de una renovada dinámica social, que le otorgue certeza y credibilidad a una forma de gobernar transparente y sensible al interés de la colectividad. Recuperar el camino de un cambio estructural que vincule a la sociedad con las acciones de gobierno y genere un sistema basado en los principios democráticos es, ahora, la gran tarea de la agenda nacional.

RECUADRO: “La democracia necesita una virtud: la confianza.

Sin su construcción. No puede haber auténtica democracia”.

Victoria Camps.

Filósofa española.

 

La cultura de la toma de decisiones