Brasil se distingue por una historia de liderazgo, autonomía y autosuficiencia; en gran parte gracias a sus orígenes colonizadores de la nobleza portuguesa.
BRASIL Y MEXICO. Existen ciertas verdades en la historia y costumbre política de estas dos naciones, que deben ser tomadas en cuenta a la hora de evaluar la viabilidad de una relación intrínseca entre las partes. Recordemos que, mientras los pueblos de ambas naciones se identifican plenamente entre sí, las élites gubernamentales y empresariales se desconocen y esto tiene que ver con la divergencia histórica, cultural y hasta geográfica que predomina en este escenario dual.
Brasil se distingue por una historia de liderazgo, autonomía y autosuficiencia; en gran parte gracias a sus orígenes colonizadores de la nobleza portuguesa. Es por naturaleza, una potencia imperial. México, por su parte, se distingue por una historia de conquista violenta e impositora que ha significado para el país una evolución basada en la dependencia y la sumisión económica. Ésta divergencia se refleja claramente a la hora de buscar el impulso de negociaciones conjuntas.
El hecho de que México haya siempre mirado hacia el norte y que Brasil se volviera más hacia Europa; el hecho de que Brasil progrese en su papel protagónico regional tomando el mando de la evolución de bloques económicos como el MERCOSUR, mientras México se mantiene supeditado a los lineamientos de un desequilibrado TLCAN, reflejan la disparidad entre las partes.
La Integración Regional
México ha tenido que aprender a vivir al lado del país más hegemónico del mundo; tratando siempre de mantener una relación vecinal estable. El compartir la frontera con Estados Unidos, significa para México tener que medir y evaluar cada decisión y cada estrategia en su política interna y exterior, para evitar mermar la relación con el gigante del norte. Se trata de una co-dependencia que en gran medida limita los alcances de México como nación autónoma e independiente.
Brasil, muy por el contrario, se ubica en el Cono Sur, con una gran extensión territorial por todos envidiable, compartiendo frontera nada más que con diez naciones latinoamericanas. Simplemente por naturaleza, se ubica como la nación más poderosa de la subregión, ofreciendo además una enorme gama de recursos naturales y materias primas a los mercados aledaños. Esta gran diferenciación entre ambas naciones pesa mucho a la hora de querer empatar criterios, objetivos y visiones a largo plazo.
La conformación del MERCOSUR, la iniciativa del UNASUR y la reciente creación del Banco del Sur, muestra claramente una tendencia por la exclusión a México de la agenda sudamericana. El caso Honduras –golpe de estado a Manuel Zelaya-, implicó para México una sustitución de roles de liderazgo con Brasil, en su influencia hacia Centroamérica y el caso Cuba –donde Brasil fungió como consultor del gobierno estadounidense para su acercamiento al gobierno de la isla—, denota la pro-actividad brasileña y la pérdida de rumbo total por parte de la diplomacia mexicana.
Asimismo, México –a pesar de sus recurrentes esfuerzos por involucrarse más en el contexto latinoamericano—, cuenta con una cancillería grisácea y pasiva que no genera frutos en la diplomacia exterior; factor que puede resultar determinante en el desenlace de las relaciones con Brasil y Latinoamérica en general. Si a esto le sumamos el freno en competitividad que sufren sectores estratégicos mexicanos como el energético, sumado a la falta de las ya muy mencionadas reformas estructurales, es poco probable que el interés de los brasileños y el avance en las negociaciones de un acuerdo comercial bilateral, pueda tener alcances de impacto.
México tiene la gran desventaja de depender excesivamente del mercado estadounidense. Brasil, por su lado, ha sabido diversificar mejor sus mercados y hoy cuenta con un gran consumo por parte de China. Para fortuna de Brasil y desgracia de México, el dinamismo del sistema mundial hoy nos indica que Estados Unidos seguirá en declive, mientras que China seguirá fortaleciéndose incesantemente. Ésta previsión pudiera ser un detonante para que Brasil mantenga una estrategia de desarrollo proteccionista, dejando de lado o posponiendo su intención de acercarse a México.
Es justo destacar que México sí ha mostrado interés por acercarse a América Latina en los últimos años. Recordemos que las primeras giras de Calderón; tanto como candidato electo, como ya siendo presidente de México, fueron a Sudamérica y su gobierno ha incentivado las relaciones con Centroamérica, fungiendo como anfitrión del Proyecto Mesoamérica (antes Plan Puebla Panamá), que busca el impulso del desarrollo regional; incluyendo la firma de un TLC único, que agilice los intercambios comerciales en la zona.
Asimismo, fue muy destacable el logro del gobierno calderonista como anfitrión de la Cumbre de América Latina y el Caribe (CALC) en febrero del 2010, de la cual se logró un consenso general para la conformación de la flamante Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC diciembre del 2011) que busca promover la integración y el desarrollo de los países latinoamericanos.
Sin embargo y a pesar de estos destellos de pro-actividad, México requiere de una reestructuración urgente en su política exterior, que le permita reinsertarse en el contexto latinoamericano y por ende, en el contexto global. Los esfuerzos no han sido suficientes y Brasil ha sabido posicionarse de manera geoestratégica y determinante.
Si a esto le sumamos que la Comisión Binacional México–Brasil, creada en el 2007 para fortalecer las relaciones comerciales y económicas entre las partes, tiene poca promoción y magros resultados, concluimos que la relación entre México y Brasil hoy por hoy, es más de rivales que de socios.