Editorial Diciembre 2006 – Enero 2007

REFORMA DEL ESTADO ¿UTOPÍA O POSIBILIDAD?

Algunos consideran que México está en plena transición a la democracia y es necesario continuar con lo que empezó a gestarse a partir de la matanza de Tlatelolco en el 68 y que terminó con setenta años de la ‘dictadura perfecta’ en el 2000 pero otros, como un boxeador que noquea sin piedad, hacen inevitables comparaciones: una transición pacífica y exitosa como sucedió por ejemplo en España luego de la muerte de Franco, requiere un estadista, alguien como lo fue el rey Juan Carlos de Borbón cuyas virtudes hicieron posible aglutinar las más disímbolas ideologías para lograr acuerdos y firmar los Pactos de la Moncloa, detonante de lo que hoy día es un hecho: un país que en pocos años presume de una economía estable al tiempo de elevar significativamente los niveles de vida de su población. ¿Sobre quien recaería el peso de la Reforma del Estado en México?
Cualquiera puede promover los cambios necesarios, aunque por supuesto, no cualquiera está en posición privilegiada para lograrlo. Desde la sociedad civil, hay posibilidades de presionar e impulsar, pero el avance puede ser demasiado lento porque siempre resulta indispensable un liderazgo con poder y voluntad y, ese liderazgo debe surgir desde Los Pinos; hoy día, resulta más que indispensable un personaje con los tamaños de un estadista. Las transiciones democráticas coinciden en que todas ellas atraviesan por dos periodos definitorios y claramente diferenciados. El primero es aquel a través del cual se generan las condiciones objetivas, los acuerdos políticos y las reformas legales que hacen posible el inicio del cambio. El segundo ocurre después de la alternancia en el gobierno y del establecimiento de la concurrencia plural de los partidos en el ejercicio del poder público.
Si en España el proceso de transición fue relativamente rápido, ¿cómo es que México no va corriendo ni caminando, sino pareciera que va gateando y como en cámara lenta, apenas unos pasos adelante y tres para atrás? La reforma del Estado ha sido más lenta en nuestro país porque, para efectos de regímenes políticos, el gobierno mexicano no era una dictadura, así como lo fue la de Franco ni tampoco era un régimen totalitario, pero si lo era autoritario, que es diferente; ello provocó un desgaste y un agotamiento gradual del sistema político y, para acabarla, junto con políticas económicas nada adecuadas. Después de la alternancia en el poder resulta indispensable una reforma a las instituciones pues el viejo sistema, las viejas leyes, no son adecuadas a los nuevos tiempos, algo así como, lo que le funcionó a la ‘dictadura perfecta’, es inservible para la democracia imperfecta.

Yvette Hesse

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