Presionado por la derrota electoral del pasado 2 de noviembre y aventajado por la dura agenda migratoria de los republicanos, el presidente Barack Obama está desempolvando el expediente de la narcoinsurgencia en México para poner en práctica el Manual de Contrainsurgencia del Ejército de los Estados Unidos.
La estrategia de seguridad nacional de la Casa Blanca busca sobreponer el tema del narcotráfico sobre la imposible agenda migratoria. Con el tema de la narcoinsurgencia, Obama va a colocar a México al nivel de Afganistán. El Manual de Contrainsurgencia asume la intervención directa militar de los EU en México para “capacitar” a las fuerzas policiacas y militares mexicanas en la lucha contra la violencia del crimen organizado.
El punto clave de la estrategia estadunidense contra la insurgencia tiene que ver con la definición de insurgencia en la doctrina de seguridad nacional de la Casa Blanca. Aquí hay un hilo fino: la doctrina geoestratégica de Washington tiene que ver con el expansionismo de los intereses del imperio.
De ahí que la lucha contra la insurgencia activa en espacios de intereses prioritarios de los EU sea enfocada a México por cuando menos cuatro puntos: el petróleo, la migración, el narco y el terrorismo.
Obama, cuyo ascenso al poder en los Estados Unidos fue empujado y celebrado en sectores progresistas mexicanos, está decepcionando a sus seguidores aquí por la aplicación de doctrinas de seguridad nacional calcadas del pánico social y político desarrollado por George W. Bush.
La Casa Blanca de Obama, al asumir el concepto de narcoinsurgencia, ve a México como un peligro para la estabilidad interna de los Estados Unidos. La acusación de que el narco es una fuerza insurgente en México fue usada por Hillary Clinton, secretaria de Estado, a pesar de los desmentidos de algunos niveles inferiores del gobierno de Obama.
Para la doctrina de seguridad nacional de los EU, según el Manual de Contrainsurgencia, la insurgencia implica el asalto al poder constitucional de un país aliado de Washington. Textualmente asume la insurgencia como “un movimiento organizado dirigido a derrocar a un gobierno constituido utilizando el uso de la subversión y el conflicto armado.
La distinción clave entre insurgencia y otros movimientos radica en la decisión de usar la violencia para conseguir sus objetivos políticos. Una insurgencia suele ser una lucha interna en el Estado, no entre Estados”.
Lo malo es que estos supuestos de la doctrina estadunidense de seguridad nacional realidad no se cumplen en México. El narcotráfico ha sometido o corrompido a autoridades estatales en algunos municipios de cuatro estados, pero no se encuentra en guerra para derrotar al Estado mexicano, destronar al gobierno constitucional de Felipe Calderón e instituir un gobierno –por ejemplo– encabezado por Joaquín El Chapo Guzmán.
La agresividad del narco es de resistencia a la ofensiva gubernamental y de defensa de su territorio subterráneo para la siembra, procesamiento, consumo, tráfico de drogas y lavado. Es decir, los grupos armados del crimen organizado no son una guerrilla con manifiestos ideológicos.
Por tanto, la aplicación de la doctrina de contrainsurgencia tiene en realidad un propósito oculto: contener la migración en la frontera y atender los temores estadunidenses de que la porosa frontera mexicana sea puerta de entrada de comandos terroristas.
En los análisis de los estrategias estadunidenses han comenzado a calar hondo algunas informaciones inquietantes: la reciente aprehensión del narco colombiano El Conejo reveló su papel como contacto en México del grupo terrorista de las FARC colombianas –éstas sí fuerzas insurgentes articuladas a las mafias del narcotráfico– y su registro en el Departamento de Estado como grupo terrorista.
El descuido de seguridad del gobierno de los EU de su frontera sur ha comenzado a encontrar, según reportes de oficinas gubernamentales sobre temas de terrorismo y seguridad, el hecho de que los cárteles mexicanos ya cruzaron las fronteras, controlan a las principales bandas violentas, tienen el dominio de la venta de droga sobre alrededor de dos mil quinientas ciudades y mantienen relaciones de dependencia con las FARC.
Algunos analistas han encontrado vinculaciones entre las FARC, su protector Hugo Chávez y éste como la puerta americana para el ingreso de Irán al juego estratégico latinoamericano.
En este escenario encaja la percepción estadunidense de una narcoinsurgencia en México, aunque también se incluye el hecho de que Obama ve un aumento en el flujo de indocumentados mexicanos frente a un Partido Republicano que supo utilizar la migración como tema de campaña.
De ahí también que Washington haya vuelto a reactivar el tema de la narcoinsurgencia en México en el contexto del fracaso de Obama en las elecciones del pasado 2 de noviembre y su decisión oficialmente comunicada de que sí va a optar por la reelección presidencial en el 2012. Lo malo, sin embargo, es que Obama va a meter la migración y México como tema de campaña presidencial, cuando los republicanos ya se percataron que el punto más débil de Obama es la economía.
De nueva cuenta y en el escenario de las divisiones políticas internas aquí por la lucha contra la inseguridad, México acaba de ser incorporado en la disputa por la Casa Blanca de ahora al 2012. Lo que queda es esperar que México también vea a los EU no como el buen vecino que nunca ha sido sino como un asunto de seguridad nacional mexicana.
*Carlos Ramírez. Columnista del periódico El Financiero. Conductor del programa de radio: “Encuentros y Desencuentros, que se transmite por el 690 de A.M”. Director General de Grupo Transición. www.indicadorpolitico.com.mx http://twitter.com/carlosramirezh http://carlosramirez2.blogspot.com carlosramirezh@hotmail.com www.grupotransicion.com.mx