¡Qué vergüenza! Esperábamos algo diferente, algo que permitiese avanzar a nuestra aún incipiente democracia, pero no; los partidos políticos siguen actuando igual que antes o peor, porque para ellos lo único que importa es ganar, dejando los principios, la democracia y el bien de la ciudadanía, en segundo plano.
¿No se dan cuenta los políticos del desprestigio que padecen por sí mismos y sus organizaciones? Desprestigio ganado a pulso, que aumenta año con año ¿No se percatan del riesgo en el que ponen al país al perder, los ciudadanos, la confianza en las instituciones? ¿No perciben lo que está sucediendo en Brasil cuando la ciudadanía se rebela ante la corrupción, la ineficiencia, la falta de ética, y la incapacidad de un sistema supuestamente democrático, para cumplir con las expectativas de la sociedad?
Un país, el nuestro, con enorme potencial de desarrollo, de un desarrollo incluyente en el que todos nos beneficiemos, no sólo los grupos privilegiados. Y se entiende por desarrollo incluyente, no sólo al económico y a la generación de empleos dignos, sino a la educación de calidad para todos, cuestión que muchos reclamamos; como el abatimiento de la impunidad y la corrupción que nos ahoga, la justicia tan necesaria, la eficiencia y eficacia en el manejo de nuestros recursos públicos, la transparencia y rendición de cuentas, que son sólo mención de los puntos más importantes.
Pero ustedes, los políticos, son incapaces de llevar este gran país a un buen puerto. Nuestro crecimiento económico durante décadas –y este año no es excepción- no alcanza ni siquiera el 3% del PIB; la calidad de la educación es un desastre: la impunidad ronda por el 96% y hay quien asegura que es del 98%. Como resultado tenemos que nuestro país se sitúa entre los más corruptos de Latinoamérica y del mundo. La pobreza afecta a más de 50 millones de mexicanos, incluyendo la pobreza extrema que supera los 10 millones ¿Qué cuentas nos rinden los políticos de los miles de millones de pesos erogados año con año para abatir el cáncer de la pobreza?
Sí, estoy enojado, muy enojado, por el pobre y sucio proceso electoral que contemplar hace meses, en donde las viejas mañas que (algunos) teníamos esperanza que fueran cosa del pasado, resurgieron para dar lugar nuevamente a una delincuencia electoral empapada de violencia, asesinatos, robo o quema de casillas, uso electorero de programas y recursos públicos, compra de votos, intromisión de las autoridades, apoyos ilegales de los gobernadores, instituciones electorales débiles y, con la presencia cada vez más alarmante del crimen organizado, que puso y vetó candidatos. Los pleitos y descalificaciones estuvieron en todo tiempo latentes. ¿Podíamos esperar otra cosa? Algunos dicen que no, que es parte de nuestro ADN y que lo que sucedió era de esperarse. Yo no lo acepto. Siempre estaré en pie de lucha intentando cambiar lo que haya que cambiar. El Pacto por México, de enorme trascendencia e importancia para el progreso del país, se pone como moneda de cambio por parte de los líderes de los tres partidos políticos que lo manejan ¿Es esto justo? ¿No deben pensar en la sociedad a la que se deben y no sólo en sus intereses partidistas?
¿Hasta cuándo aguantaremos los ciudadanos el comportamiento obtuso de nuestros políticos? ¿Hasta cuándo nos cansaremos de observar –sin hacer nada en absoluto- la grotesca forma en que ex gobernadores rapaces, políticos, y líderes sindicales sin escrúpulos disfrutan de su riqueza mal habida en México y en el extranjero? ¿Hasta cuándo?
Llegó el tiempo en que los ciudadanos –quienes también somos parte del problema y debemos pasar a ser parte de la solución– tomemos nuestro papel y exijamos que las cosas cambien. Que entendamos que nosotros, los ciudadanos, somos los dueños de este país y nuestros mandatarios y representantes nos deben rendir cuentas de sus acciones ¡Nunca más, súbditos de los poderosos! El artículo 39 constitucional dice lo que afirmo, tenemos la ley de nuestra parte y tenemos que creer que así es, en lugar de bajar servilmente la cabeza ante nuestros dirigentes.
Soy uno más de los indignados. Pero nada gano con sólo indignarme. Debemos transformar nuestra indignación en un movimiento que construye, no sólo destruye, y pretende aprovechar, en beneficio de todos, el enorme potencial que estamos desperdiciando.
Ideas para alcanzar lo que parece inalcanzable hay muchas, yo tengo las mías. El hartazgo tiene caminos de rechazo y caminos de violencia que son peligrosos. El ejemplo de lo que sucede en Egipto es una muestra. La incertidumbre de lo que pasará en Brasil es preocupante. Tenemos el gran reto de construir y que no sólo sea el deseo de destruir ¿Quién acepta este reto?