“Debe articularse el Sistema Nacional de Transparencia y el de Fiscalización y Control; además que el esfuerzo anticorrupción sea nacional y no sólo federal”. Transparencia Mexicana
Al ver la impune serenidad con la que ocurre la epidemia de corrupción en nuestra República, se antoja difícil encontrar un antídoto o una salida. Sin embargo, la historia reciente tiene ejemplos contundentes de que nuestra nación sí puede cambiar.
En el país donde yo nací, el México de la década de los setentas, hubiera sido difícil de imaginar un sistema de partidos, donde distintas fuerzas políticas tienen posibilidades reales de ganar la Presidencia de la República. La alternancia en el poder se veía como una amenaza a la gobernabilidad y un sinónimo de incertidumbre, mientras que hoy es parte de la normalidad del paisaje democrático.
En 1987, México tuvo una inflación anual de 140%, una de las más altas de nuestra historia. Los precios subían en una semana, lo que hoy suben en un año. Nos falta mucho por cambiar en nuestra economía, pero afortunadamente hemos dejado en los libros de historia el pavor que infunde en la vida cotidiana una inflación de dos o tres dígitos.
Hace 30 años, en 1985, la Ciudad de México vivió uno de los peores terremotos de la historia. En esa época las estadísticas más básicas estaban disimuladas por el manto de la opacidad. El saldo de víctimas mortales de ese sismo fue un número confidencial. El monto del salario del presidente de la República era un secreto de Estado. Los resultados agregados de las evaluaciones de los maestros eran información clasificada. Las reservas del Banco de México se divulgaban con una periodicidad errática y discrecional. Las transferencias de recursos federales a los gobiernos estatales eran una incógnita absoluta.
México ha logrado dejar atrás la hiperinflación, la transparencia le ha ganado muchas batallas a la opacidad y la alternancia dejó de ser un fantasma para convertirse en un rasgo de la vida democrática. Si hemos podido dejar atrás estos problemas, por qué no podemos aspirar a que la corrupción puede dejar de ser un problema rampante para transformarse en un comportamiento anormal e infrecuente, que recibe el voto de castigo de los ciudadanos, la sanción de las instituciones y el rechazo visceral de las personas.
El político estadounidense Daniel Patrick Moynihan decía que la esencia del pensamiento conservador es que todos los problemas de una sociedad tienen una raíz cultural. A su vez, la esencia del pensamiento liberal es que los diseños institucionales son la causa, pero también la salida de nuestras dolencias colectivas. Hoy las argumentaciones culturales y conservadoras son la coartada perfecta para justificar el estado de impunidad que fomenta la corrupción. El siglo XIX mexicano estuvo marcado por el triunfo liberal sobre el movimiento conservador.
La política es precisamente el ámbito para transformar nuestras instituciones y así detonar el cambio de nuestras conductas. Gracias a la política, decía Moynihan, una sociedad puede salvarse de sí misma, para dejar de ser lo que es y convertirse en una colectividad distinta. La evidencia nos demuestra que México sí puede cambiar con la versión más noble de la política, una política que no es competencia exclusiva de los políticos profesionales sino un espacio donde participan académicos, empresarios, periodistas. Una política donde el ciudadano no es ni testigo pasivo, ni votante sexenal, sino un factor y detonador de cambio.
Dicen que toda larga travesía comienza con un primer paso y toda transformación colectiva empieza con una conversación pública. A eso estamos hoy convocados, a hablar de corrupción, para encontrar salidas y soluciones institucionales, pero sobre todo para demostrar que el pasado no es destino, ni el futuro de México será una repetición mecánica de nuestro presente.